Una historia de amor, traición y venganza durante el porfiriato
Aunque hacían ya ocho años que la fase armada de la Revolución había concluido, muchos de los asuntos públicos seguían resolviéndose (públicamente) a balazos.
Y vaya que los asuntos públicos eran graves para el país: continuaban las diferencias entre militares; las relaciones internacionales, los intereses extranjeros; con los sonorenses enseñoreados en el poder, el tema del petróleo y la aplicación del Artículo 27 constitucional y la sucesión presidencial de 1924 habrían de conducir a la rebelión delahuertista.
Los diputados de los diversos bloques (oficiales u oficiosos) seguían “echando bala” en los casinos, los prostíbulos o en las propias cámaras. Enrique Krauze refiere que “los broncos sonorenses habían peleado ferozmente contra los yaquis, los católicos y, sin descanso, contra sí mismos”.
Álvaro Obregón había llegado a la Presidencia de la República el 1º de diciembre de 1920 y le urgía que su gobierno obtuviera el reconocimiento diplomático de Estados Unidos, mismo que le había sido retirado desde el golpe de Agua Prieta. Y no tanto porque le importase su legitimidad sino porque, estratega como era, le interesaba dejar en la presidencia a Plutarco Elías Calles; y como vislumbraba divisiones y rebeliones en la casta militar ello evitaría que ésta pudiera abastecerse de armas en los Estados Unidos.
En 1923 su gobierno había pactado en Nueva York con el Comité de Banqueros, un convenio que reconocía todo el endeudamiento acumulado por los sucesivos gobiernos, desde Porfirio Díaz, Madero, Huerta hasta Carranza obteniendo sólo un arreglo relativamente benéfico para México en los plazos de pago. Y digo relativamente benéfico porque lo que realmente interesaba al presidente estadounidense Warren G. Harding era la preservación de los privilegios de las empresas petroleras en nuestro país.
Desde entonces (como hasta ahora) el petróleo ese oscuro objeto del deseo era ya utilizado como moneda de cambio.
De dicho arreglo partiría la negociación para el reconocimiento y así, el 14 de mayo de 1923 se reunió en la ciudad de México, un comité de cuatro miembros, dos por cada gobierno, para negociar, ya de manera formal, el restablecimiento de las relaciones diplomáticas. La negociación no fue nada fácil y después de tres meses se llegó a un acuerdo ampliamente beneficioso para Estados Unidos y lesivo para la nación mexicana.
El gobierno de México se comprometía a pagar en oro las indemnizaciones por reclamaciones de ciudadanos o empresas estadounidenses que se dijeran afectadas por actos de expropiación, motines o tumultos entre el 20 de noviembre de 1910 hasta el 31 de mayo de 1920. También se acordó la liquidación en efectivo de los bonos agrarios con los que se venían pagando las expropiaciones agrarias durante los gobiernos de Carranza y Obregón.
Pero el punto mas grave estaba en un acuerdo anexo, extraoficial pero no secreto, en el que el gobierno de Obregón se comprometía a no aplicar retroactivamente el párrafo 4º del Artículo 27 Constitucional en todos los casos en que las empresas petroleras demostraran haber realizado con anterioridad al 1º de Mayo de 1917actos positivos en los que cabía desde la exploración de terrenos hasta la extracción efectiva del crudo. Con ello se garantizaba a sus propietarios que dichas empresas no serían nacionalizadas.
Los comisionados se reunieron en las calles de Bucareli y el pacto fue firmado por ambos gobiernos el 31 de agosto de 1923.
Pero al llegarse a su aprobación por el Senado de la República un bloque opositor que encabezaba el Partido Cooperativista denunció desde la tribuna que los acuerdos de Bucareli representaban una entrega de la soberanía del país a una potencia extranjera. Uno de sus más aguerridos senadores, el campechano Francisco Field Jurado en encendidos discursos denunciaba los oscuros intereses de Obregón y su camarilla oficialista. Y decía abiertamente que la imposición de Calles a la presidencia equivalía a una reelección de Obregón que, como Porfirio Díaz, regresaría a ella para que nadie jamás pudiera moverlo.
Además de sus arengas en la tribuna y aún siendo partido minoritario, los Cooperativistas establecieron un sistema rotativo de ausencias para impedir el quorum en las sesiones en las que el punto se iba a discutir. Los enfrentamientos verbales se sucedieron durante todo el mes de diciembre y las primeras semanas de enero; y se llegó al extremo de que el dia 14, el diputado callista, Luis N. Morones amenazó desde la tribuna abiertamente y con acción directa del movimiento obrero contra los senadores rebeldes.
De la amenaza se pasó a los hechos. En su novela La Sombra del Caudillo, obra cumbre del género revolucionario, Martín Luis Guzmán describe cómo Cañizo (así personifica a Field Jurado), es masacrado por pistoleros en las escaleras del propio salón de sesiones de la cámara. En los hechos Field Jurado fue asesinado el 23 de enero de 1924 por cuatro gatilleros callistas minutos antes de las dos de la tarde cuando llegaba a su domicilio en las calles de Colima, en la colonia Roma.
La acción directa, expuesta por Morones nueve días antes, se cumplía en forma rigurosa y sangrienta. Field Jurado recibió ocho balazos en la cara, cuello y espalda.
Casi a la misma hora, en otra acción concertada, los senadores cooperativistas Ildefonso Vásquez, de Nuevo León; Francisco J. Trejo y Enrique del Castillo fueron secuestrados y recluidos en la hacienda Ojo de Agua, cercana a la carretera a Pachuca y sólo aparecieron cuatro días después.
En la sesión del Senado del 1o de febrero de 1924 hubo quorum; los tratados de Bucareli fueron aprobados y a raíz de ello el armamento y el equipo militar que Ramón Ross, enviado de Obregón había adquirido en Estados Unidos pudieron cruzar la frontera.
La rebelión delahuertista crecía; y la represión, sangrienta e indiscriminada, se desataba. Pero ésta como diría la Nana Goya, ésta es otra historia.