Abanico/Ivette Estrada
…todo es historia
Apenas recién creado el Partido Nacional Revolucionario (abuelo del actual PRI) entró a la historia con el pie izquierdo. En su primera Convención Nacional, en la que se eligió como candidato a la Presidencia de la República a Pascual Ortíz Rubio el PNR afrontó la primera insurrección de generales obregonistas cuyo abanderado era Aarón Sáenz, insurrección que derivó en una asonada que, sin proyecto ni base alguna fracasó.
Luego, apenas a unos minutos de tomar posesión como presidente, Pascual Ortíz Rubio recibió un tiro de pistola que le destrozó la mandíbula. Así, con voz pero sin voto, ignorado y ridiculizado por su jefe “el jefe máximo” tuvo qué renunciar un año después.
El PNR fue ideado por Plutarco Elías Calles para ganar elecciones, En la primera elección en la que participó su candidato (Ortíz Rubio) compitió contra José Vasconcelos. Ganó el primero, pero el segundo se inconformó, denunció fraude y amenazó con un levantamiento armado con este pretexto, desde fines de 1929 el gobierno había iniciado una verdadera cacería de desafectos vasconcelistas de quienes se decía que apoyados por comunistas, pensaban levantarse en armas.
Eulogio Ortíz “El güero Ulogio”. Un ex villista que era jefe de operaciones en la ciudad de México fue comisionado para la razzia.
El despacho del ex director del Comité pro Vasconcelos, Octavio Medellín Ostos fue allanado por la policía política, llamada entonces “la reservada” de donde se llevaron presos a todos los presentes y a cuantos iban llegando. Otros fueron detenidos en sus casas o empleos sin orden de aprehensión alguna.
Entre éstos se hallaba un jovencito que recién había regresado de Europa, predestinado para ser un gran poeta, Carlos Pellicer quien quedó libre gracias a la intervención del entonces Secretario de Relaciones Exteriores, Genaro Estrada ante Calles. Ótro lo fue un joven comunista de 16 años, José Revueltas, quien al no tener quien hablara por él fue a dar a las Islas Marías.
A Revueltas le fue bien porque muchos otros vasconcelistas, alrededor de cien, carentes también de quien mediara a su favor fueron concentrados en la todavía hacienda de Narvarte, cuartel del 51 regimiento de caballería a las órdenes del general Maximino Ávila Camacho.
De acuerdo a una crónica publicada en el semanario Proceso el 9 de febrero de 1980, José Emilio Pacheco describe que “el 14 de febrero a medianoche se ordenó sacar a los presos de Narvarte. Avila Camacho, conmovido mientras ataba a las víctimas de dos en dos, con alambre de púas a falta de cuerda les decía: “Pobrecitos, pobrecitos Ya se los llevó la chingada Pero qué quieren que yo haga si cumplo órdenes del superior”
“Soldados al mando de un teniente que apodaban “El Gato” subieron a los vasconcelistas a varias camionetas Al llegar al kilómetro 28 de la carretera a Cuernavaca entraron por una brecha hasta las cercanías de Topilejo en las estribaciones del Ajusco Se detuvieron en un llano húmedo próximo a una milpa. “El Gato” les ordenó bajar. Un jardinero japonés del cuartel dio picos y palas a los vasconcelistas. “El Gato” los obligó a cavar sus tumbas.
Cuando estuvieron abiertas, “El Gato” preparó un lazo, escogió un ailé o aliso de unos quince metros de altura y colgó entre injurias al general León Ibarra, antiguo revolucionario magonista. Un soldado se balanceó de las piernas de Ibarra para garantizar el ahorcamiento Ya en tierra, deshicieron el cadáver a culatazos.”
Pacheco describe la angustia y la tortura de los prisioneros pues otros ahorcamientos siguieron uno por uno a la vista de todos. Se ignora el número exacto de ellos y sólo se conservan unos cuantos nombres: el general Ibarra, Ricardo González Villa, Roberto Cruz Zequeira, Macario Hernández, Vicente Nava, ingeniero Domínguez, Carlos Olea y Casamadrid, Toribio Ortega, Manuel Elizondo, Jorge Martínez, Pedro Mota, Carlos Manrique, Félix Trejo. Quienes llevaban anillos o piezas dentarias de oro fueron descuartizados para saquearlos.
“El 9 de marzo (casi un mes después) el perro de unos campesinos encontró un brazo humano Los campesinos avisaron al delegado de Tlalpan y la Cruz Verde informó que llegó a desenterrar unos cien cadáveres. Por su descomposición muy pocos eran identificables Las autoridades dijeron a los deudos que preguntaban por ellos que los muertos sin rostro no estaban muertos: eran simplemente “desaparecidos”. El Partido Antirreleccionista pidió una investigación oficial y culpó de los asesinatos a Ortiz. El “Güero Ulogio” respondió que eran calumnias de la reacción para “desestabilizar” las grandes conquistas revolucionarias. Avila Camacho contestó a su vez que en el cuartel de Narvarte nunca había habido prisioneros: se trataba de una inadmisible calumnia contra el Ejército Nacional
“La investigación no se hizo nunca. Las cámaras guardaron su acostumbrado silencio Se ordenó a la prensa no publicar una línea más sobre Topilejo y se suspendió por un tiempo la “nota roja” Acosada por los agentes, la más activa voz de la protesta: la hija del general Ibarra, se suicidó en 1932”.
Pero al parecer hubo un sobreviviente, Vicente Nava. En su obra “La Sonata ;Mágica”, José Vasconcelos lo menciona y sugiere que Nava pagó el precio de ayudar a los verdugos . El escritor Alfonso Taracena conoció años después a Nava y se supone que fue éste quien hizo el relato gracias al cual conocemos lo ocurrido esa noche; de Nava no volvió a saberse. Otro sobreviviente, el italiano Carlos Verardo Lucio, habló con Taracena en 1932 y antes de ser asesinado en 1939 dejó un testimonio que se publicó en Hoy (marzo 7, 1940) También desaparecieron el jardinero japonés y el propio “Gato” Quizá alguno de los soldados habló, o bien Taracena pudo reconstruir los sucesos a partir de la autopsia de los cadáveres.
Este, como muchos otros hechos vergonzantes, no figura (of course) en la historia oficial.
Era la revolución triunfante; era la revolución hecha gobierno.
Pero con ella nacía (o renacía) el México bárbaro.