Campañas grises, candidatos sin proyectos nacionales
El León de la Laguna
Humberto López-Torres
Su arrojo y su indudable capacidad militar fueron opacadas por su ferocidad después de la victoria y por un hecho que desprestigió el inicio de la gesta revolucionaria y que sigue conmocionando a quienes supieron de él: la matanza indiscriminada y sin argumento alguno, de más de trescientos ciudadanos de origen chino que habitaban en Torreón.
Siempre lo acompañó la fama de depredador de hacienda y asesino de autoridades locales. Con Madero fue maderista; orozquista con Pascual Orozco, secundó el cuartelazo de Victoriano Huerta pero visto con desconfianza por Venustiano Carranza, nunca fue admitido del todo en el constitucionalismo.
Hijo de peones acasillados, Benjamín Argumedo nació alrededor de 1876 en El Gatuño, hoy Congregación Hidalgo, municipio de Matamoros, Coahuila. La Comarca Lagunera simpatizó siempre con los ideales de Francisco I. Madero y Argumedo, que laboraba como talabartero en la hacienda de Santa Teresa, se unió a la revolución en 1910, primero a las órdenes de Sixto Ugalde y luego de Enrique Adame Macías.
Ascendido a teniente coronel dirigió con éxito un ataque a Parras, también tomó Gilita y Matamoros y colaboro en la captura de Torreón donde la comunidad china tenía el prestigio de pacífica, ordenada, atenta a la ley y el haber contribuido al desarrollo material de la ciudad. Alrededor del 13 de mayo de 1911, con el pretexto de que varios chinos habían colaborado con los defensores de la plaza y que además (versión nunca confirmada) adulteraron algunas botellas de coñac que, halladas y consumidas por unos rebeldes, éstos murieron envenenados. Argumedo dio la orden: maten a todos los chales.
La masacre comenzó en el restaurante de Park Jan Jong donde fueron asesinados todos los presentes. De ahí la turba revolucionaria fue a la tienda de comestibles de Hoo Nam donde dió muerte a los empleados; luego, en el negocio de pieles de Mar Young cuyo propietario, un sobrino suyo y los trabajadores fueron sacados a la calle y asesinados. Fueron destruidas las tiendas de King Chow quien logró escapar con sus dependientes. Los atacantes se dirigieron al negocio de Yee Hop donde descuartizaron con hachas y cuchillos a trece personas.
Los locales de la compañía Shangai y del Banco Chino, en el centro de Torreón fueron saqueados y destazados sus más de veinte empleados; en el Club Reformista chino fueron muertos unos dieciséis individuos. Desde el tercer piso del Banco Chino cabezas y cuerpos completos eran lanzados hacia la calle.
En huertas en las inmediaciones de Torreón jornaleros asiáticos sobrevivientes fueron quemados vivos mientras las calles del centro lucían espolvoreadas de cadáveres pues hasta el anochecer la soldadesca victoriosa se solazaba acuchillando, desnudando y destazando a los muertos e incluso jugando con brazos y piernas atados a sus cabalgaduras.
Por la noche Emilio Madero llegó a la ciudad y ordenó detener la carnicería y capturar a los responsables. La primera orden se cumplió a regañadientes pero la segunda fue ignorada y en los días posteriores muchos sobrevivientes fueron encarcelados, golpeados y despojados de sus pertenencias por los vencedores
Pese a que Argumedo y otros cabecillas revolucionarios se dijeron atacados por los asiáticos, testimonios de la Cruz Roja indicaron que no se supo de ningún caso en el que algún soldado o civil hubiera sido herido por algún chino.
Una investigación emprendida por el gobierno chino estableció en trescientos tres el número de asesinados; sesenta y dos comerciantes, ciento diez jornaleros, sesenta y cinco empleados, cincuenta y seis viajeros y diez desconocidos.
Tres nombres merecen mención aparte: José Cadena quien protegió a varios trabajadores de la Lavandería Oriental; el revolucionario Leónides González, quien trató de salvar –sin éxito– la vida de cuatro chinos, y Cristino Hernández, quien llevó agua, pan y cigarrillos a sobrevivientes de la masacre hasta una maderería en donde fueron recluidos.
Por 1912 Benjamín Argumedo se unió a la rebelión de Pascual Orozco llevando en principio unos trescientos hombres que luego fueron mil y acabaron por ser como tres mil. Asedió San Pedro de las Colonias, tomó Matamoros, luego Torreón, Mapimí y Pedriceña, en Durango. A finales de mayo Pascual Orozco fue derrotado por el general Victoriano Huerta y en junio Argumedo lo fue por Aureliano Blanquet. A partir de entonces se dedicó a depredar haciendas en el sureste de Chihuahua, Durango y en la frontera con Zacatecas y a asesinar a autoridades locales maderistas.
El 10 de febrero reconoció al gobierno de Victoriano Huerta y fue nombrado general brigadier del ejército federal y como tal defendió Torreón de los constitucionalistas. Torreón fue recuperado por Francisco Villa quien derrotó a Argumedo. En la batalla de Zacatecas Villa lo volvió a derrotar.
Triunfante la revolución constitucionalista, Benjamín Argumedo se negó a reconocer los Tratados de Teoloyucan y se levantó contra el gobierno de Carranza.
Por casi un año operó en la frontera de Puebla y Morelos donde fue derrotado y herido; fracasó en su misión de obstruir la línea de abastecimiento de Álvaro Obregón; defendió al presidente convencionista Francisco Lagos Cházaro en su huida de la capital pero Lagos abandonó su propia causa y Argumedo, sin gobierno a quien defender se hizo fuerte en Durango pero fue derrotado por las fuerzas de Domingo Arrieta y Fortunato Maycotte.
Se ocultó en la Sierra de Los Reyes pero el general Francisco Murguía lo aprehendió el 4 de febrero en el rancho El Paraiso.
Lo enviaron a Durango donde un consejo de guerra lo condenó a muerte. Fue fusilado el dia primero de marzo de 1916.
(Se acuerdan ustedes de El Coloso, un monumento de poliuretano de veinte metros de altura y siete toneladas de peso exhibido en el zócalo de la Ciudad de México en el centenario de la Revolución. Su creador, Juan Canfield dijo haberse basado en el aspecto físico y los rasgos de Argumedo para su confección, y no por méritos revolucionarios sino por feo.)
Ello dio lugar a que la sabiduría popular confirmara que los organizadores de los festejos del centenario, ni siquiera sabían lo que fue La Revolución.