Libros de ayer y hoy
Julio Santoyo Guerrero
No es una exageración. Cada vez que pensé el título de esta entrega terminé convencido de que la ruta que estamos siguiendo como humanidad tiene como destino el apocalipsis. Cada vez estoy más convencido en que la mayoría de los gobernantes del mundo, incluido el de nuestro país, desestiman los estudios científicos que durante los últimos decenios han realizado destacados especialistas sobre el deterioro de la salud del planeta, y sólo piensan en el inmediatismo de la cultura del consumo sin responsabilidad y en la rutina de una industria terriblemente agresiva contra el medio ambiente.
Nuestros gobernantes, la mayoría insisto, suelen gesticular burlonamente, ante las recomendaciones de la comunidad científica que insiste en que no hay tiempo para posponer acciones globales para evitar una catástrofe climática. A la gran cantidad de asambleas globales en favor del medio ambiente y acuerdos entre naciones para frenar el deterioro no le han correspondido acciones efectivas para modificar el curso de la destrucción planetaria. Si los firmantes del Acuerdo de París habían comprometido su palabra y firma para que el planeta no alcanzara un calentamiento mayor de 1.5 grados centígrados, que podría llegar a 2, es un propósito ya incumplido porque podríamos alcanzar los 3 grados. Es decir, sólo muy pocas naciones han atendido las recomendaciones para evitar las emisiones de carbono, muy pocas están caminando para sustituir la energía basada en combustibles fósiles e invirtiendo en energías verdes. La mayoría han faltado al honor de su firma y otras, como Estados Unidos, cínica y obtusamente han abandonado el Acuerdo de París.
El deshielo por el incremento de la temperatura en los polos con el consiguiente desprendimiento de glaciares, la modificación de los patrones climáticos que propician tormentas extremas o sequías más prolongadas, que a su vez impactan críticamente la producción agropecuaria y la estabilidad de grandes asentamientos humanos, parecen no conmover ni comprometer a muchos de los gobiernos del mundo. Administrar el tiempo, por los gobierno de las naciones a ritmo de la omisión, ante un fenómeno como el cambio climático es tanto como entregar a la humanidad a una secuela de eventos apocalípticos como las hambrunas, la migración, la carencia de agua, el clima extremo, la emergencia de enfermedades y la polución del aire.
Cuánta razón, dignidad y oportunidad hay en la causa de los adolescentes y jóvenes que se convocaron mundialmente el viernes 15 de marzo para protestar en más de 100 países por la inacción de los gobiernos ante el calentamiento global. El éxito de su convocatoria es una extraordinaria noticia para todos quienes entendemos que la prioridad de las políticas gubernamentales debe ser la preservación sustentable de la vida humana; también es una buena noticia para quienes se empeñan en desdeñar este principio de sentido común, porque a pesar de su indiferencia e inconsciencia, lo positivo de la acción los alcanza y también los protege.
La crítica de adolescentes y jóvenes que se levanta contra las generaciones que hemos desatendido un problema tan obvio y que hoy ejercen el gobierno en todo el planeta, debe ser apoyada, aplaudida y estimulada desde la sociedad. La razón es sencilla, para que los gobiernos abandonen los discursos y prácticas económicas insensatas, que abonan con su cuota para matar al planeta, tiene que haber una sociedad consciente de la catástrofe ambiental de la que ya vemos sus consecuencias. Le guste a o no a los gobiernos, como es el caso de México, la sociedad civil es por ahora, la opción más consecuente y firme para avanzar en la defensa y recuperación de los elementos planetarios que hacen posible la vida de la comunidad mundial: agua, bosques, selvas, biodiversidad, oxigeno, temperatura, mares, ríos. Si a los gobiernos no les importa el medio ambiente y el cambio climático a la sociedad civil sí, por eso debemos estar ahí públicamente para señalarlo, aunque les enoje.
Que sea de los jóvenes y adolescentes de donde nazca la preocupación por el futuro del planeta debe ser motivo de halago para todos. Qué bien que su movimiento adquiera relevancia global y alcance fuerza inusitada para obligar a los gobiernos y a los poderes económicos a modificar las rutinas económicas de destrucción y los hábitos culturales de uso y consumo de los recursos naturales. Excelente la crítica a la condición de la economía y sus políticas que han degradado el planeta y con ello reducido la viabilidad de la especie humana.
Con la emergencia de este movimiento tendrá que venir -a la vez que un alud de denuncias sobre el deplorable estado del planeta-, una propuesta de discurso de empatía para con la casa común de todos, el ecosistema de la humanidad. Tendrá que venir la globalización de la conciencia ambiental y la apropiación de la ética de la responsabilidad, en la que cada uno de nosotros asuma la responsabilidad sobre el mundo natural con el que interactuamos diariamente: la tierra, el aire, el agua, los demás seres vivos.
No hay tiempo que perder. Para desviar la ruta hacia el apocalipsis ambiental todos tenemos algo que hacer ahora. En nuestras manos está el tipo y cantidad de energía que utilizamos, el control de la basura, los hábitos de consumo; está la determinación para exigir a nuestros gobiernos para que se modifiquen las tecnologías y prácticas que destruyen o afectan la regularidad del ecosistema mundial o regional. La solución de la disyuntiva entre apocalipsis climático o vida humana está en nuestras manos, en nuestras acciones. Ojalá que el entusiasmo adolescente y juvenil alcance a todos los mexicanos.