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Los siete sabios de México
A los veinte años ya eran adultos y se hicieron cargo de reconstruir un país en ruinas. Le dieron un saber técnico al quehacer republicano.
A ellos, Octavio Paz se refirió en El Laberinto de la Soledad al mencionar que durante la Revolución no todos los jóvenes tuvieron la oportunidad de tomar el rifle; a algunos –como los Siete Sabios– les tocó luchar desde la trinchera académica. Sus pensamientos fueron las balas constructoras de instituciones y colegios. Y según Álvaro Matute “fueron el ejemplo del intelectual consagrado al pueblo”.
Los Siete Sabios pertenecieron a esa época gloriosa de generaciones brillantes, de intelectuales extraordinarios egresados de la nueva o entonces refundada Universidad Nacional, quienes edificaron el México contemporáneo en la educación media y superior, las artes, la cultura, la literatura; los técnicos que edificaron una gran sociedad que lamentablemente la clase política ha detenido esos avances por muchas décadas y lustros desencadenando el México Bárbaro moderno en el que estamos inmersos.
Octavio Paz decía que los intelectuales de 1915 estaban tan comprometidos con los proyectos nacionales, que muchos de ellos sacrificaron su obra personal a cambio del bien común. Y Enrique Krauze lo refrenda al indicar que esa es una de las tareas elementales del intelectual. Como grandes humanistas crearon, al margen de las instituciones académicas, una cultura libre dirigida al pueblo.
Su visión humanística les fue heredada por el Ateneo de la Juventud, grupo surgido en las postrimerías del porfiriato e integrado por pensadores como Antonio Caso, Justo Sierra y Pedro Henríquez Ureña. Lo que los definió fue su actitud ante los problemas nacionales pero su intelecto no quedó en el terreno de las ideas; fue llevado a la práctica siempre con una visión humanística. Luego del Ateneo vendría la Sociedad de Conferencias y Conciertos, organismo que se propuso la difusión de la cultura entre los jóvenes universitarios.
Todos nacieron en el último decenio del Siglo XIX, crecieron, vivieron y se involucraron –desde la academia— en el movimiento revolucionario. Son ellos Antonio Castro Leal, Manuel Gómez Morín, Alfonso Caso, Vicente Lombardo Toledano, Teófilo Olea y Leyva, Alberto Vásquez del Mercado, Jesús Moreno Vaca.
Los más mencionados han sido Manuel Gómez Morín y Vicente Lombardo Toledano pues ambos fueron medulares para la conformación de la oposición política. El primero fue fundador del PAN y el segundo personaje muy cercano al Partido Comunista y fundador del Partido Popular Socialista. Fueron –según Álvaro Matute– quienes institucionalizaron la resistencia. Sobre los demás poco o nada se ha escrito pero dos figuras reclaman especial atención: Antonio Castro Leal y Alfonso Caso, ambos exrectores de la Universidad Nacional y esenciales para la autonomía universitaria y la Ley Orgánica vigente hasta hoy. Alvaro Matute lamenta que los actuales universitarios no tengan idea de quienes fueron.
Alberto Vásquez del Mercado sería un extraordinario ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación; Antonio Castro Leal, literato, muy gracioso, muy bien informado, experto especialmente en lenguas inglesas y literatura mexicana; Vicente Lombardo Toledano, doctor en filosofía y licenciado en derecho, líder sindical, fundador de la Universidad Obrera de México (director hasta el día de su muerte), primer Secretario General de la Confederación de Trabajadores de México (CTM), funda la Confederación de Trabajadores de América Latina (CTAL), y Vicepresidente de la Federación Sindical Mundial (FSM); Alfonso Caso fue un abogado, arqueólogo y antropólogo destacado, mexicano que hizo importantes contribuciones al conocimiento de las culturas mesoamericanas precolombinas, especialmente sobre las del área oaxaqueña. Entre sus grandes descubrimientos sobresalen la ciudad prehispánica de Monte Albán, con su magnífica Tumba 7, y varios sitios en la Mixteca, como Yucuita, Yucuñidahui y Monte Negro, en Tilantongo. Producto de esos descubrimientos fue una gran cantidad de libros, artículos, reportes, conferencias y literatura popular, que aún son necesarios para el estudio de las culturas mesoamericanas, sobre todo de la zapoteca, la mixteca y la mexica; Teófilo Olea y Leyva también fue excelente ministro de la Corte; Jesús Moreno Baca, jurista y político miembro del Partido Nacional Cooperatista; y Manuel Gómez Morín.
Pero la llamada Generación de 1915 en México no se reduce a Los Siete Sabios. A ella pertenecieron también el historiador y economista Daniel Cossío Villegas; el abogado y político Narciso Bassols y el doctor Ignacio Chávez, fundador del Instituto Nacional de Cardiología que hoy lleva su nombre.
Fue Cossío Villegas quien invitó a Enrique Krauze a investigar más sobre Los Siete Sabios. Y de esa investigación surgió en 1976 el libro “Caudillos Culturales de la Revolución Mexicana”
A muchos analistas actuales les sorprende que la sociedad mexicana desconozca los logros de aquella generación y que su trayectoria no esté incluida en los libros de texto de educación básica.
Y tanto Álvaro Matute como Enrique Krauze coinciden en la necesidad de que los intelectuales mexicanos “retomen los ideales de la Generación de 1915 y se vuelquen en favor de la sociedad (pues) son ellos quienes deben instrumentar soluciones para los grandes problemas nacionales”.
Advierten que si éstos (los nuevos intelectuales) se sienten únicamente inquilinos de México “el país no tiene futuro”.
Y México, después de cien años, sigue esperando una generación constructora como la de 1915. Los milenials han vivido estos tiempos con preocupación y angustia pero sin proyecto.