Ráfaga
En días pasados se rompió un record en el país, y no hablamos de número de infectados, atendidos o fallecidos por el COVID-19, nos referimos al número de asesinatos: 2, 585 asesinatos en marzo de 2020. Un hito lleno de interrogantes en nuestra historia.
En ningún momento subestimo los esfuerzos por contender la pandemia, pero preocupa que todos los oficios gubernamentales se están enfocando en atender la emergencia sanitaria, dejando el campo libre al crecimiento de la violencia, fenómeno que está tomando una inercia por más fuerte, que terminará dejando un México hoy enfermo, pero mañana también, lleno de heridas violentas.
Muestra de esta inercia son las estadísticas de feminicidios en el país, las cuales han ido en aumento año con año. De acuerdo a las cifras del Sistema Nacional de Seguridad Pública, el primer trimestre de 2020 ha sido de los más violentos para ellas, de enero a marzo, de 964 asesinadas, 244 fueron declaradas como feminicidios; en el mismo periodo de 2019, eran 232, y en 2018, 210 víctimas de este delito.
En este escenario podemos agregar de forma dolorosa que muchas de las víctimas fueron niñas. Como lo señaló recientemente la ONU Mujeres, que prácticamente diario en México una niña es asesinada; y es que el confinamiento recomendado, ha representado un riesgo para muchas, como fue para Ana Paola de 13 años de edad, asesinada en su casa en Nogales, Sonora; o Jennifer “N”, de 5 años de edad, muerta a golpes, Pequería, Nuevo León. No está mal permanecer en casa, lo reprobable es que el gobierno no cuente con medidas de prevención, ni de reacción efectivas.
Y es que para muchos el confinamiento representa ver de frente al miedo, y lo que debería representar un refugio ante la emergencia, se vuelve un oscuro calabozo. Muestra de ello son las 26, 171 llamadas relacionadas con violencia doméstica reportadas durante marzo, por los servicios de emergencias; de nueva cuenta, es una cifra que rompe con mediciones anteriores, 5 mil llamadas más que las realizadas en febrero.
Lo cual nos lleva a otro escenario igual o más de aterrador, el número de casos que no se denuncian, hay organizaciones que señalan que sólo el 11% de las mujeres agredidas acudió ante las autoridades.
En días pasados la propia Secretaría de Gobierno, Olga Sánchez Cordero, reconoció que “la violencia o el ajuste de cuentas en grupos de la delincuencia organizada no ha bajado… de los feminicidios puedo decir que, básicamente, tenemos las mismas cifras que antes de la pandemia…” y de acuerdo a las comparativas de cifras anteriores, no sólo no han bajado, sino su tendencia es al alza.
Recientemente vivimos el día más violento de 2020, 105 homicidios dolosos se reportaron el domingo 19 abril. Cifra que es una pequeña porción de la emergencia en seguridad en el país, llámese reacomodo de carteles, o estrategias fallidas de “abrazos” sobre la inteligencia, México sigue siendo un campo minado.
Tener este escenario de frente tiene dos fuertes connotaciones. México sin duda sabrá controlar la emergencia sanitaria, esperamos más por la conciencia de sus ciudadanos y de la propia organización comunitaria, pero no volverá a ser el mismo país, y por eso debe cambiar su forma de concebirse.
Hoy nos reconocemos más vulnerables que nunca. Hoy sabemos que un virus, que ha dejado 1, 434 muertos, de acuerdo a los registros oficiales, deja ver nuestro rostro más frágil, pero a la vez el más fuerte, podemos controlar nuestros padecimientos si tenemos voluntad, y conciencia por el prójimo.
También, pronto regresaremos a nuestra cotidianeidad, pero la economía está mermada, y en vez de sólo concentrarnos en cómo reactivarla, tendremos de frente el muro de la violencia y del crimen, el cual genera un costo para México de 5.16 billones de pesos, que representa 24% del Producto Interno Bruto, de acuerdo a la última medición de El Índice de Paz, de 2018.
Tenemos grandes retos como podemos ver, pero el mayor será la reconciliación, controlar la ira que no deja ver que entre todos nos necesitamos; el que impide ponernos en los zapatos del otro, y que incluye a un gobierno que tiene el diagnóstico, pero la incapacidad para hacer frente a los trabucos de violencia que nos aquejan.
Quien no ha guardado sana distancia, y está lejos de hacerlo, es el crimen. Es tiempo de unirnos más que nunca, porque hasta hoy, no existe vacuna ni antídoto para la violencia.