Inseguridad y violencia no paran
¿De qué izquierda estamos hablando?
Gilberto Meza
Provengo de ese sector de la izquierda que prefirió la lucha democrática a la revolución internacional proletaria. Es decir, la que abandonó la comodidad del dogma y la utopía del paraíso en la tierra por el incierto camino de la lucha por las libertades políticas presentes, como la de prensa, que desde entonces, principios de los ochentas, no sólo avanzó en sus conquistas, sino que también comenzó a aportar su cuota de muerte.
Manuel Buendía fue el primer ejemplo relevante de esa lucha, aunque no el primero. Al igual que tantos otros líderes de opinión, o sociales y políticos, Buendía daba la batalla por la vigencia de los derechos que nos garantizaba la Constitución, guardiana de nuestro pacto social, y que desde su llegada al poder nos escatimaba la clase política de entonces, la misma que hoy nos gobierna.
Bartlett era la pieza clave de esa generación de políticos autoritarios que se había logrado enquistar en el sistema desde el régimen de Adolfo Ruiz Cortines, que avanzó durante López Mateos y se consolidó en el de Díaz Ordaz. Esperaba, ya en Gobernación con De la Madrid, dar el siguiente paso a la presidencia. Pero se le atravesó Salinas, un personaje que representaba un nuevo grupo en ascenso, el de los tecnócratas.
Pero su grupo, el de Bartlett, coincidió con una nueva horneada de priistas a la vieja usanza entre la que se encontraba también el actual presidente López Obrador, quien realizó meteóricos avances en su natal Tabasco, donde llegó a ser presidente del PRI y hasta probó sus dotes de poeta heredero de Carlos Pellicer, al componerle un himno, al PRI, no a Pellicer, y ya luego se unió con otros priistas ilustres, opuestos a Bartlett pero que luego se le unieron, con la sola excepción de Cuauhtémoc Cárdenas, quien se cuece aparte.
Lo demás es historia. No está demás recordar que los políticos, y aquí sí todos los políticos, lo que buscan es el poder, sobre todo cuando ya lo han disfrutado y usufructuado. Hoy están todos juntos otra vez y lo disfrutan. Se podría decir sin temor a equivocarnos que todos ellos han logrado su cometido. Ellos son la nueva mafia del poder.
Pero todo esto venía a colación porque hablaba de mi generación, y estoy seguro que por lo menos algunos de ellos, los que no han muerto, suscribirían mis palabras. Lo relevante es que aquello a lo que nosotros renunciamos entonces, es decir el dogma y la utopía, se han convertido en las banderas de los actuales priistas en el poder, los mismos, sí, de entonces, sólo que ahora envueltos en el hálito mesiánico del líder iluminado. Pero muchos los reconocemos, no importa si cambian su discurso, si lo adecuan al nuevo servilismo autoritario. Ellos se sienten cómodos. Cuando los escucho hablar del amor por los pobres, o por los hombres, recuerdo que la utopía sólo encubre una profunda misantropía. Que la superioridad moral es el escudo de su mediocridad y falta de resultados en las políticas públicas que requiere este país.
Por eso me avergüenza e indigna, cuando algunos me restriegan su autoproclamada izquierda reinante. Me revuelve las tripas escuchar que los Bartletts, los Noroñas y el resto de esa caterva servil y oportunista, al igual que su líder, se autocalifiquen de izquierda, que criminales enriquecidos y ensoberbecidos como los Guadianas, Napitos y Yeidckols, y hasta los Ackerman y Sanjuanas se paseen por sus incomprensibles cotos de poder y se consideren los nuevos apóstoles de una doctrina sin pies ni cabeza.
En una sola cosa hay que darles la razón: es cierto, no son como los otros; son peores.