Libros de ayer y hoy
Cuando uno cruza la puerta de la sede del Presidente de Chile, conocida como La Moneda, pasa por debajo de una herrería que hermosa marca en la parte superior del pórtico el lema que en el 2020 cumplió 100 años de vida: Por la Razón o por la Fuerza.
Me acordé del lema cuando terminó su discurso el Presidente de México con motivo de su segundo Informe de Gobierno.
Veo a un Presidente cada día más convencido de lo que guía su compromiso y sabe él, como si alguna necesidad hubiera, que lo que está haciendo es lo que tiene que hacer, que no va a dar un solo paso atrás en su encomienda de gobernar para todos, pero preferentemente para los pobres a quienes no les va a faltar.
Pero en la lectura a su mensaje con motivo de su Segundo Informe de Gobierno yo no le vi esa chispa en los ojos que demuestra su disfrute por estar en el lugar en donde está, ejerciendo un poder que sabe necesario para completar su encomienda.
No le vi la chispa, ni esa energía que en ocasiones le caracteriza. Lo vi pausado en la antesala del cansancio.
Una persona muy cercana a él, asesor, me asegura que el Presidente está preocupado, muy preocupado.
Sabe que la pandemia no solo le va a echar a perder el año 2020; es muy probable que le arruine el sexenio completo y pasar a la historia como el mejor Presidente de México, impulsor de la cuarta transformación sin violencia y con el uso de la razón, pero quizá, como el que ofrezca el peor resultado en materia económica.
Y habrá más pobres y más pobres extremos. Ya hay más pobreza.
Puede ser que se tenga que invertir lo que resta de su sexenio para llegar agotados y sin esperanza, al mismo lugar que ya pisamos a finales de 2018.
En este escenario, sería en un sexenio perdido con el riesgo de, en el camino, ver perdido el grado de inversión, lo que exigirá al menos una década o una docena de años por recuperar.
Por eso debe estar sobradamente preocupado.
López Obrador debe confiar en su iniciativa privada. Ese sería el verdadero golpe de timón.
Ya nos ha dejado pruebas de que no va a regresar el aeropuerto a Texcoco ni va a cambiar decisiones relevantes. El giro debe de ser el apoyarse en un sector al que parece no prestar valor ni aprecio.
Debe incentivar la inversión mediante proyectos coordinados con su sector empresarial en un intento por recomponer una relación que nunca había sido tan mala entre el sector privado nacional y el titular del Poder Ejecutivo en México.
Tiene que aprender a convivir con los dueños de los dineros que también son mexicanos y también quieren a su país y por ello tiene que aprender a acordar con ellos.
Acordar no significa caer en la abyección. El papel del Presidente es determinar por dónde, por qué, para qué y su iniciativa privada, la del país en su conjunto tendrá que valorar, y en su caso, sumarse o no hacerlo.
Si es en beneficio del país y de los sectores más pobres de la nación tendrán que decir que sí y pocos declinaran la oportunidad.
Pero si no es por la razón, el Presidente lo hará o pretenderá hacerlo por la fuerza. Impulsará los cambios que aún requiere su transformación radical que plantea.
Como mexicano me parece que su apreciación de prioridades es absolutamente correcta, pero la estrategia para atender y revertir nuestros pendientes, no.
No se ataca a la pobreza concediendo dinero, sino creando las oportunidades para que esas personas sean capaces de aprovechar las vocaciones del lugar en donde viven y ofreciéndoles apoyo para capacitar sus talentos.
Sería ejercer el ya famoso enseñarles a pescar en lugar de darles el pescado listo para cocinarse.
Por la fuerza legislativa impulsará los cambios que requiere su plan de transformación aún dando la espalda al sector empresarial de su país, lo que será un error de dimensiones históricas.
Yo veo a un Presidente sin esa energía que le ofrece el saberse con el poder absoluto para llevar adelante la transformación que planeó por largos y complejos 20 años.
Ya analizaremos el paquete económico del 2021 en la columna que viene.
Director de GIN TV