Contexto
Si debemos reconocerle una genialidad a López Obrador es la construcción de narrativas políticas simples, eficientes y satisfactorias. Historias con capítulos que recompensan la trama. Es de todos sabido que el combate a la corrupción es el leit motiv de su anhelada Cuarta Transformación y el resto de los temas son accesorios, prescindibles.
La gran narrativa de la 4T ha preparado al ciudadano espectador a un desenlace ineludible: el fin ignominioso de los malvados. A saber: Uno o dos símbolos del empíreo del ‘prianismo’ enjuiciados y repudiados por actos de traición a la patria. La subtrama está llena de personajes, pactos y complicidades que van levantando muros y pisos del oscuro edificio de la corrupción cuyo inequívoco destino es precipitarse en vergonzosas ruinas de un México de infeliz memoria.
La historia es fácilmente asimilable para todo tipo de lectores, incluso para los que desconocen del todo los nombres o los hechos precedentes que componen esta saga política. Un inmenso edificio de corrupción cuyos cimientos no son sino los cadáveres de los miserables y las víctimas de un sistema corrompido; y cuya estructura no es sino una putrefacta sucesión de agentes facilitadores de la transa y abyectos funcionarios cómplices de los amos de un poder arrebatado al pueblo.
Para el relato de López Obrador, en la corona de la corrupción política hay pulcros salones, perfecta diplomacia y cristales pulcrísimos que dejan pasar una luz que parece purificarlo todo. Una luz gobernada, sin embargo, por los detentadores de los medios de comunicación y la opinión pública que embellecieron lo imposible y enaltecieron lo execrable.
Los medios y la ciudadanía, sin embargo, intuyeron una mejor historia y con más rédito entre las audiencias. La del héroe singular que, desde el más humilde de los orígenes, se enfrenta a una empresa casi imposible y a la que el poder le puso un sinfín de obstáculos. Al final de ese camino, sabemos, no hay otra escena que la de las gargantas de sus adversarios siendo vainas del cuchillo de su venganza.
Es una buena historia. Pero de eso no se trata la administración pública.
Sin duda, la encomienda que el presidente ha hecho a la Fiscalía General de la República no es tan simple como lo sugiere la narrativa. Existen un sinfín de leyes, manuales, requisitos y elementos procesales que no pueden ser sacrificados en función de la fluidez del relato. Quizá por eso Gertz Manero ofrece trozos de la historia como en las viejas novelas por entrega.
Y, al mismo tiempo, la encomienda hecha por el pueblo mexicano a López Obrador guarda una complejidad a la que no se puede reducir una epopeya anticorrupción por muy necesaria y deseable que sea. La estabilidad política, el desarrollo económico, la promoción del empleo, la asistencia social y protección de los vulnerables, el resguardo del patrimonio y el medio ambiente, la creación de cultura y ciencia, la solidez de las instituciones democráticas, los modelos para la equidad, la seguridad y sanidad pública deberían ser las principales búsquedas de una transformación profunda de la vida de la nación. El resto, serán historias que el pueblo se cansará de escuchar.
Las recientes revelaciones y el curso de las investigaciones parecen acercar el gran final deseado no sólo por el presidente sino por buena parte de la ciudadanía; pero también deberemos hacer caso al sabio: “No pidas más de la bebida de tus deseos; piensas tú que es miel y no es sino bebida mortífera”. Y es que esta terrible hora no nos da tregua para distracciones, la crisis pandémica ha transformado a nuestros pueblos y nuestra cultura, es lógico que transforme a sus gobiernos y sus estructuras. Las urgencias de la nación no esperan a que el heroico relato les remedie sus tragedias. Sigue diciendo el sabio: “En la tormenta del mar, el buscar el camino de la libertad es cosa muy dificultosa pues la puerta del remedio está cerrada”. Así que no nos queda sino navegar. Ese es el sino de la honesta administración pública.
*Director VNoticias.com
@monroyfelipe