Libros de ayer y hoy
La política y la vida misma están plenas de dilemas. El miedo inmoviliza, también la indecisión. Es preciso tomar partido frente a disyuntivas, con frecuencia incómodas o que plantean igualmente inconvenientes y ventajas. Para muchos, lo más sencillo es el apego al dogma, esto es, renunciar a la reflexión, a la razón; otros, resuelven sin claridad de qué se quiere, cuida o defiende, hoy están en lado, mañana en el otro. La mayoría en la política opta por acomodarse a la circunstancia, con la esperanza de que el tiempo resuelva.
El pragmatismo es un componente, pero no debe ser determinante; necesarios son la claridad de rumbo y saber transigir inteligentemente con la realidad. Es importante, como el presidente López Obrador, tener sentido de causa. No es suficiente, requiere ser acompañada de razón y de prudencia para que el empeño por hacerla valer no se vuelva en contra. El combate a la corrupción no ha dado los resultados deseados porque no se advierte el valor de la ley, a grado tal que ponen en entredicho su autenticidad y comprometen su existencia.
Todavía es peor el proyecto por acabar con la pobreza, los programas sociales asistencialistas no son el camino, quizás válidos para una parte de la población, pero no para que las mayorías pobres superen su adversa circunstancia. Es de elemental sentido común; de qué sirve una ayuda económica si no hay empleo, si existe un deterioro severo del sistema de salud o del educativo, indispensables para la inclusión, el desarrollo social y la superación individual. El peor drama lo viven los más pobres, que aumentan cada día.
Ahora, en política internacional, con la invasión rusa a Ucrania ha llegado el momento de que México tome con claridad partido. Un tercer camino no existe. Bien el canciller Ebrard y el embajador de la Fuente en hacer pública la condena por la invasión, pero las palabras del presidente son recurrentemente ambiguas. Se tiene que optar por la democracia y las libertades, por respaldar la heroica resistencia de un país en desventaja respecto al poder del invasor. Hasta Alemania tuvo que renunciar a su resistencia de respaldar con armas a países en conflicto.
López Obrador posee una escasa capacidad de empatía. Quizás no lo sea, pero suele vérsele indiferente y, a veces, cruel. La falta de solidaridad con la tragedia que vive el pueblo de Ucrania es semejante a su ausente simpatía por la causa feminista, la igualdad, la dignidad, las víctimas de la violencia e inseguridad, los niños con cáncer, los ecologistas, y por las víctimas del Covid por la mala gestión de la pandemia. Muestra que la única causa válida es la suya; no hay espacio para nada ni nadie más. Una causa que se desdibuja por las magras realizaciones y que hace de las intenciones santuario, razón y justificación. Es preciso abrir los ojos a la realidad y al mundo. Entender que nadie tiene el monopolio de la indignación ni de causa justa.
Los nuevos términos de la reivindicación social y de los proyectos transformadores transitan por reconocer la multitud de luchas y causas de carácter social. Ciertamente, para muchos hay un estado de cosas que es preciso cuestionar y superar; por ello la inclusión es la premisa básica del actual liderazgo progresista. Encerrarse en el dogma o en el mundo propio es contrario y representa una coartada propia del conservador a ultranza; es el miedo al otro, a la causa o lucha del otro. En este sentido, tal proyecto está moralmente derrotado.
Al presidente se le dificulta tomar partido porque se ha instalado en su mundo de ideas fijas, muchas de ellas obsoletas y absurdamente irreales. Sus respuestas ante el desafío que enfrenta el país por el difícil acontecer mundial corresponden a un político sin sentido del tiempo actual, que se acoge a principios que ni sus propios promotores ahora aceptan, ausente y carente de fundamento al cultivar la retórica intrascendente y cuidar temas irrelevantes a manera de eludir tomar partido.
Federico Berrueto en Twitter: @Berrueto