Inseguridad y violencia no paran
México-EU: Monroe vs. Estrada; Fox desinvitó a Fidel en 2002
El diferendo de México con Estados Unidos en el escenario de la Novena Cumbre de las Américas se puede reducir a un enfrentamiento de doctrinas diplomáticas excluyentes:
La doctrina Estrada de México (1930) señala el derecho a reconocer o no a un Gobierno en relaciones diplomáticas, pero sin calificar al sistema político; en tanto, la doctrina Monroe (1823) establece el criterio de dominación imperial de Estados Unidos sobre los territorios al sur del río Bravo basados en el concepto de que América (EU) es solo para los americanos (estadunidenses).
La Novena Cumbre de las Américas a realizarse en junio en Los Angeles, California, lleva explícita la incorporación arbitraria del tema de la democracia, dejando ver con mucha claridad que Estados Unidos va a calificar los sistemas políticos de los gobiernos de la región al sur del río Bravo para saber si son dignos de mantener su presencia en esa reunión y en otras similares.
El problema del enfoque estadounidense de democracia se quedó en el modelo cada vez más rebasado de la democracia representativa que heredó la revolución francesa, aunque en los últimos casi 100 años en América Latina y el Caribe se han experimentado formas de democracia popular, de democracia participativa y de democracia de masas, aunque con desviaciones dictatoriales como la de Nicaragua y de nación cerrada como en Cuba.
El presidente Biden ha quedado atrapado en sus propias contradicciones: con disciplina burocrática le tocó avalar el restablecimiento de relaciones diplomáticas del presidente Obama con el presidente Raúl Castro y presenciar la visita formal del mandatario estadounidense a La Habana.
En los hechos, Biden está destruyendo la herencia de Obama con respecto a Cuba. En un intercambio de cartas oficializando la reanudación de relaciones en junio de 2015, el general Raúl Castro, presidente de los consejos de Estado y de ministros de Cuba, le afirmó a Obama el criterio de que la isla cumple con los requisitos de la carta de las Naciones Unidas y del derecho internacional en materia de igualdad soberana, arreglo de controversias por medios pacíficos, abstenerse del uso de la fuerza contra otros Estados, la no intervención en asuntos que son de jurisdicción interna y la cooperación en la solución de los programas internacionales “con respeto a los derechos humanos”.
Esta última frase es clave para entender la crisis en las relaciones bilaterales agudizadas por la negativa el presidente Biden a invitar a Cuba a la Novena Cumbre de las Américas en función del criterio unilateral estadounidense de que no cumple con las reglas de la democracia. Una revisión de argumentos revela que el funcionamiento del sistema político cubano hoy en día es exactamente igual al que estaba en operación en junio del 2015 cuando Estados Unidos decidió restablecer relaciones diplomáticas.
Fidel Castro asistió a la Cumbre de las Américas extraordinaria de 2002 –entre la tercera y la cuarta– y tuvo que lidiar con la confusión diplomática del presidente Vicente Fox, azuzado por los rencores anticubanos de su entonces canciller Jorge G. Castañeda, quien trató al cubano con el modelo A partir de su conversión a la derecha panista y su tránsito de hereje (disidente) a renegado (resentido) en el modelo de Isaac Deutscher, después de haber estado en Cuba como militante del Partido Comunista Mexicano.
Al momento de invitar a Fidel, Fox le pidió no asistir a la Cumbre en Monterrey, pero ante la negativa del cubano le dijo que lo acompañara a la comida, “que sería como a la una, una y media de la tarde, y acabando de comer entonces puedes salir”, frase que se redujo al “comes y te vas”. Pero en la parte más grave del sometimiento al temor del presidente Bush, Fox le pidió a Castro “no agredir a Estados Unidos, al presidente Bush”. Fidel estuvo a punto de romper relaciones con México por la torpeza de Fox.
Toda referencia mexicana a Cuba frente a Estados Unidos tiene que pasar por el filtro histórico de la doctrina Estrada y por la decisión mexicana –nacionalista, pero también oportunista por su efecto estratégico– de negarse a romper relaciones diplomáticas con Cuba porque la decisión pasó del espíritu diplomático al uso del Gobierno cubano como instrumento de negociación política mexicana frente a las presiones estadounidenses.
La aceptación por parte de México de la exclusión de países centroamericanos y Cuba en la institucional Novena Cumbre de las Américas con Biden implicaría, de modo automático, una violación al valor estratégico que ha sido pilar de la política exterior mexicana: la doctrina Estrada. Y en consecuencia, el Gobierno del presidente López Obrador quedaría al mismo nivel del oportunismo timorato y miedoso de Fox-Castañeda.
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