Pedro Haces, líder de la CATEM
En estos días se cumple una década del afortunado-desafortunado evento de la fallida restauración del Ecce Homo de Borja, obra original de Elías García Martínez e intervenido por Cecilia Giménez en aquel verano del 2012.
Como todo mundo sabe, la imagen original –un fresco de inicios del siglo XX en una columna del Santuario de la Misericordia– representaba a Jesús en el momento de ser presentado por Poncio Pilatos ante el pueblo; se afirma que la obra de García jamás fue siquiera relevante en el contexto del arte religioso español pero tras las pinceladas de Giménez, la extraña imagen de ese Ecce Homo literalmente alcanzó dimensiones planetarias.
En diez años ha pasado mucha agua bajo el puente (derechos de autor, turismo, merchandising y nuevas representaciones culturales) pero quizá valga la pena destacar que a la par de que la imagen alterada recibió inmenso interés mediático-comercial también hubo (y quizás aún las haya) profundas preocupaciones desde la perspectiva religiosa respecto a esta obra que, no debemos obviar, se trata de una imagen religiosa cuyo sentido y significado trasciende sensibilidades culturales y mundanas.
Es claro que, casi de inmediato, el malogrado repinte sobre una imagen religiosa se convirtió en meme; pero para la Iglesia, la representación aún era de Jesús (¿lo será aún?) y justo dicha iconografía muestra una de las escenas más cruentas de la Pasión del Mesías: muestra a Jesús como ‘varón de dolores’ luego de ser aprehendido, azotado, despojado de su ropa e intencionalmente humillado por un manto, un cetro y una corona de espinas por el poder político y religioso de la Judea bajo el imperio romano. El inocente flagelado queda solo, expuesto en su debilidad ante una masa ignorante pero convenenciera; y sometido ante los ministros de Dios y del imperio, crueles e indiferentes, que velan por sus propios intereses.
El párroco de Borja y las diócesis aragonesas insistieron por mucho tiempo en tapar la imagen; temían el escarnio pero también el fenómeno que, en efecto, finalmente rebasó a la humilde pero devota imagen de Cristo y la separaría radicalmente de su original propósito: reflexivo, orante, místico.
A lo largo de los siglos, la Iglesia católica ha tenido mucho cuidado en apurar juicios cuando se trata de imágenes religiosas. Temiendo que los pueblos satisficieran la vinculación sagrada de los fieles exclusivamente a través de las imágenes (y no con la mediación de los vehículos proporcionados por los ministros de Dios) casi siempre hay una inicial prohibición de que las representaciones materiales sean veneradas. Sin embargo, cuando los teólogos finalmente confirman la trascendencia de una renovada narración salvífica junto a los elementos históricos e iconográficos de la imagen y que no alteran dogma ni principio doctrinal, entonces la imagen es digna de veneración.
Sólo las imágenes ‘novedosas’ reciben este tratamiento; por su parte, las reproducciones, interpretaciones y versiones inspiradas en obras ya ‘verificadas’ o ‘aclaradas’ formalmente por la Iglesia simplemente son usadas con dos motivos: educar y propiciar la contemplación orante. Ese fue el caso del Ecce Homo de García Martínez inspirado en la obra homónima del virtuoso (y validado incluso por el propio Vaticano) Guido Reni.
¿La imagen del Ecce Homo en el Santuario de la Misericordia sirvió alguna vez a su propósito formativo o devocional? Muy probablemente. Comenzando por la propia Giménez cuya inicial intención fue restaurar buenamente ese fresco porque le conmovía, porque deseaba que otras personas (quizá otras generaciones) pudieran contemplar con claridad a Jesús y pudieran emocionarse como ella.
Ahora bien, ¿es posible que el actual Ecce Homo reciba algún grado de veneración fuera del fenómeno cómico masivo-comercial? Esto es más difícil; porque el fenómeno ha saturado todos los poros del sentido original de la imagen. Si los inhábiles trazos de Giménez tristemente diluyeron la presencia de Jesús en ese muro, la hipermediación de la deformada obra alejó definitivamente cualquier conexión entre la representación del fragmento evangélico y la búsqueda espiritual de algún devoto.
Difícil, pero no imposible. La Iglesia católica enseña que no se adora ni venera a la imagen en sí, sino a lo que ‘está por delante de la imagen’ (Jesús, María, los santos, etcétera) y también ha defendido -en contra de otras concepciones religiosas y en muchas etapas de su historia- a las imágenes más disímbolas como ‘signos externos de la devoción’.
Por ello, en una época en donde priva la corrección política junto a la cancelación de los signos religiosos en el espacio y la conversación pública para lograr espacios casi asépticos de identidades creyentes, quizá este Ecce Homo de Borja, libre de todo prejuicio, aún tenga mucho qué decirnos. Al final, es la humilde representación de un inocente flagelado, expuesto en su infame desfiguración ante una masa ignorante pero convenenciera; sometido ante los ministros de los nuevos ídolos, crueles e indiferentes, que únicamente velan por sus propios intereses.
*Director VCNoticias.com