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CDMX, 3 de agosto, 2017.- Las prácticas rituales para controlar el clima siguen existiendo hoy en día en las sociedades agrícolas de Mesoamérica. Ni el progreso con la mecanización de los trabajos del campo, ni el uso de los fertilizantes, la extensión de áreas irrigables, la utilización de semillas genéticamente modificadas, ni el aprovechamiento de fotografías de satélite para rastrear plagas, han logrado eliminar la dependencia de los campesinos y agricultores de los factores climáticos.
La germinación, el crecimiento y la maduración dependen de la combinación de varios elementos favorables, entre los cuales la temperatura y la humedad adecuadas parecen ser las más importantes. Los campesinos y agricultores al igual que los de siglos pasados buscan ante todo proteger los campos de cultivo contra los fenómenos meteorológicos contingentes tales como: lluvias dañinas, granizos o vientos ciclónicos.
En el Valle de México las acciones contra las tempestades fueron conocidas como teciuhpeuhque (los que ganan granizo). Mientras las prácticas indígenas de arrojar a las nubes granizo fueron aceptadas por los encomenderos españoles, estas costumbres eran perseguidas por los sacerdotes españoles.
Los indígenas del siglo XVI empezaron a usar la señal de la cruz o las invocaciones a la Trinidad en sus ceremoniales para proteger los cultivos contra el granizo.En los siglos XVI y XVII los frailes llamados dieguinos realizaban acciones para proteger las cosechas. En el siglo XVIII se muestra avanzado el proceso de sincretismo en la tarea de ahuyentar la tempestad y el granizo.
En el interrogatorio de Antonio Pérez, en 1781, se describe como se colocaban las cruces en el campo por donde transitaban las nubes para frenarlas o desviarlas y las ascensiones a lugares elevados.
En el México prehispánico la gente imaginó que el granizo era creado cuando las nubes de color blanco rodeaban las montañas. Tláloc fue considerado como el dios custodio de nubes y granizo, enviadas por él a la tierra en la temporada de lluvias con el apoyo de sus numerosos ayudantes. Cuando los ritos que se llevaban a cabo eran insuficientes, y se necesitaba lluvia se buscaba a los teciuhtlazque (‘los que arrojan granizo’) o quiiauhtlazque (‘los que arrojan la lluvia’).
Según la información recopilada en el Códice Florentino, los teciuhtlazque y los quiiauhtlazque tenían como misión arrojar las nubes de granizo y lluvia hacia lugares aislados, desérticos y despoblados, para evitar daños. Estos sacerdotes eran remunerados por las comunidades. Las tempestades y granizadas enviadas por los ahuaque y ehecatotontin que dañaban los cultivos fueron consideradas como un signo de castigo por los pecados cometidos por la gente.
En la actualidad los graniceros no producen agua o granizo, porque en la religión prehispánica ésta tarea estaba destinada a Tláloc y sus ayudantes, los Tialoque. En la actualidad existen dos clases de graniceros, los que murieron y se convirtieron en los trabajadores temporaleros en el cielo y los que les ayudan en la tierra. Los graniceros que tienen el poder de curar derivan de complejas transformaciones religiosas que hoy vive la sociedad mexicana.