Sheinbaum y AMLO: las diferencias sensibles
En las últimas semanas, diferentes crisis sociales en México parecen exigir un claro posicionamiento de las instituciones que simbolizan y resignifican los valores éticos y morales del país. Conflictos en torno a los actos éticos de funcionarios, líderes políticos y otros personajes de la vida pública remueven la conciencia ciudadana en búsqueda de una valoración integral de los actos políticos; sin embargo, en su discernimiento, el mexicano parece encontrar sólo maniqueísmo partidista, manipulación utilitaria de los sentimientos de polarización o puro alarmismo mediático.
Entre la población surgen recurrentes inquietudes sobre qué se debe hacer respecto al entuerto del sistema electoral, o frente a los plagios sistemáticos de encumbrados funcionarios, o la evaluación de los riesgos ecológicos frente al desarrollo industrial y turístico, o la permanente manipulación informativa institucional, o la radicalización de los discursos políticos, o un largo etcétera.
En este contexto, algunas instituciones de alto peso cultural y simbólico –como centros de estudio privados, liderazgos empresariales, organizaciones no gubernamentales y asociaciones culturales– han decidido sustraerse de esa responsabilidad emulando a Poncio Pilatos; en otros casos –como ha sucedido con la UNAM y hasta con el INE– las instituciones han sido acalladas y debilitadas directamente por el sistema judicial o la operación legislativa. Este panorama no es un tema de menor preocupación pues las instituciones de mayor credibilidad en el país –según las jerarquiza la Encuesta Nacional de Cultura Cívica– se han visto entrampadas en el juego político y mediático de la polarización y la radicalización.
En medio de todo esto, he escuchado de voz de varios liderazgos religiosos mexicanos su honesta tribulación sobre el papel que les corresponde realizar en este terreno; no para solucionar los conflictos, sino para posicionarse o no en alguno de los bandos de confrontación emocional, política y social que hoy parece tener el país. Es un hecho que algunos ni siquiera se lo han preguntado y se han arrimado ciegamente al poder que más les conviene: Ya sea a la perversa asociación con las tareas de adoctrinamiento institucional del gobierno o la no menos perniciosa alianza con grupos radicales económicos de políticas anti humanitarias.
Por fortuna, para los jerarcas y los fieles católicos, ha sido verdaderamente oportuna la publicación de ‘El Pastor: Desafíos, razones y reflexiones de Francisco sobre su pontificado’ un libro-entrevista del pontífice argentino con los periodistas Francesca Ambrogetti y Sergio Rubin en el que el Papa expone sin rodeos su posicionamiento como máximo líder espiritual de la grey católica justo sobre la actitud política del cristiano, claro entre otros temas.
Para un pueblo como México, en el que la Iglesia católica aún conserva alto prestigio simbólico al posicionarse respecto a diferendos públicos o culturales, es importante distinguir su postura formal, institucional, práctica y hasta pastoral en torno a la polarización política que vive el país. Y por ello vienen oportunas las palabras del Papa cuando le preguntan su opinión sobre las acusaciones que le hacen de ‘participar en la política’ o de ‘politizar el Evangelio’:
“Estoy haciendo política. Porque toda persona tiene que hacer política. El pueblo cristiano tiene que hacer política. Cuando leemos lo que decía Jesús, comprobamos que hacía política… El Evangelio tiene una dimensión política, que es convertir la mentalidad social, incluso la religiosa, de la gente”, declara.
En este primer planteamiento, Francisco no sólo valida la participación de la Iglesia católica en la política sino que la alienta porque el Evangelio puede transformar la actitud no sólo de los creyentes sino de sus coetáneos; sin embargo, a la hora de explicar cómo debe hacerse queda claro cuál es la ruta o la brújula moral que debe guiar a los creyentes católicos en los conflictos de cada una de sus circunstancias históricas:
“Cuando Jesús no entra en el juego de los fariseos por su moralina, ni en la provocación de los zelotes, ni en el desafío ateo de los saduceos, ni en el ‘misticismo’ de los esenios, está haciendo política”.
Es quizá la más clara brújula moral compartida por Bergoglio a todos los liderazgos religiosos en medio de los conflictos socio-políticos: no entrar en juegos moralinos, ni provocadores, ni responder a la defensiva de manera autorreferencial ni con lenguajes pietistas irracionales. Pero también hace otra alerta, de algo que le ocurrió en primera persona. Un candidato argentino lo visitó en el Vaticano, le pidió una fotografía con él y “le pedí que no hiciera ninguna travesura… pero a la semana siguiente Buenos Aires amaneció empapelada con afiches de campaña con la foto. Eso no se hace”.
Hasta ahí los ‘no’; pero ¿qué sí hacer entonces? Francisco también responde en el mismo libro: “Dialogar. Hay que dialogar con todos. Yo lo hago hasta con los que tienen actitudes que no me gustan. Incluso con los que me persiguen… Sin cálculos espurios”.
Más claro, ni el agua.
*Director VCNoticias.com
@monroyfelipe