Para Contar/ Arturo Zárate
En estos días, circulan entre diferentes redes sociales varias “propuestas” partidistas o politizadas que aseguran que lo único que hace falta en México es “un cambio de narrativa política” para favorecer un viraje electoral. Su lectura parece lógica pero incompleta y ligeramente ingenua. Afirman que los líderes políticos, los movimientos y las actitudes sociales sólo se manifiestan a través de dichas narrativas; como si la existencia de las realidades histórico-políticas dependiera de cómo son relatadas; creen, por ejemplo, que la ascensión del lopezobradorismo se reduce a una narrativa y consideran que sólo otra narrativa podría ser su final.
Es cierto que los relatos tienen una potencia transformadora real y que son un motivador actitudinal sin comparación: La publicidad, el mercadeo, la cinemática audiovisual y las nuevas herramientas prácticas de la comunicación política dan cuenta de cómo la asimilación y reconstrucción de historias alcanzan objetivos comerciales, emocionales y actitudinales concretos. Pero la función de los relatos jamás ha sido lineal y consecuente; es decir, la correlación entre la narrativa y los sucesos histórico-políticos no es causalidad. El éxito de las historias (de la narrativa) con los objetivos que persigue pueden estar correlacionados pero no necesariamente la primera es una causa de la segunda.
Hoy es común encontrar personas, empresas, marcas, organizaciones, instituciones y hasta gobiernos que solicitan estrategias y herramientas de comunicación que logren “la manipulación de valores y estilos de vida gracias a narraciones ejecutadas sobre micro segmentaciones psicográficas de audiencias digitales” y no faltan las agencias que afirman vender esa fórmula. Por supuesto, hay consultorías y empresas con métodos muy potentes y afinados para lograr objetivos cercanos, pero hay algo que ninguna narración puede cambiar: la realidad.
Basta con revisar cómo aún en este avanzado siglo, los movimientos sociales y populares son detonados y alimentados en su indignación por injusticias concretas, por la humillación sistemática contra sus derechos sociales, laborales, educativos, políticos, etcétera. Las movilizaciones en Francia, por ejemplo, no nacieron de narración alguna sino del acto directo y antidemocrático de un poder abusivo que redefinió las cualidades de un derecho social obtenido medio siglo atrás; o los disturbios de Atlanta de enero pasado, aquellos fueron detonados por el asesinato del activista Páez Terán y no como parte de algun ‘storytelling’; la huelga en Israel nació de el intento de reforma judicial de Netanyahu… y la ‘marea rosa’ de la reforma electoral promovida por el gobierno de México.
La realidad, el contexto histórico-económico, es el lugar en el que se comprenden las narrativas. La realidad –dice incluso el papa Francisco– es más importante que la idea. La ‘plenitud de los tiempos’ no es el relato en sí, sino el contexto perfecto en donde el relato nace, crece y se transmite con el sentido performativo y transformador.
Ojalá esto comprendan los ciudadanos y actores políticos, así como los entusiastas de la narrativa (o storytelling para armonizar con el imperialismo lingüístico); porque la aspiración a liderar o dirigir cualquier movimiento o intención electoral no basta con gobernar la narración sino abrazar la compleja realidad para desde allí (sólo entonces) ‘construir narrativas’.
Hay que señalar además que es imperioso cuestionarse si los propios análisis de la realidad no son sino confirmaciones de nuestros sesgos, de nuestros prejuicios o nuestros deseos; de lo contrario, las ‘propuestas narrativas’ que se realicen y se intenten difundir a través de medios y redes sociodigitales serán exclusivamente leídas como malabares retóricos para obtener objetivos políticos inmediatistas y pragmáticos.
Una de las propuestas más alucinantes de estos entusiastas del ‘storytelling’ dice lo siguiente: “La nueva narrativa debe reflejar el país libre, justo, próspero y en paz donde queremos vivir los mexicanos, así como las formas como queremos construirlo”. Una ingenuidad total, ¿acaso la narrativa remedia por sí sola el rezago educativo, la inequidad social, el abuso industrial sobre el medioambiente, la represión estatal, la impunidad sistémica o la corrupción de los que sólo buscan su privilegio? No. La narrativa no se limita a señalar enemigos y a erigir héroes esperando que intercambien sitios por pura creatividad, sino que, desde lo más profundo de la realidad histórica (justo desde los invisibilizados, los descartados, los oprimidos y despreciados), escucha los sentimientos más auténticos y los articula en un relato contra la hegemonía, contra el orden establecido o contra el sistema que se ha impuesto.
Así que no, la narrativa no construye ninguna agenda por sí misma; en el mejor de los escenarios, inserta en las tensiones de la agenda social aquellas lógicas discursivas que incrementan la presencia u ocultan la relevancia de actores, personajes, instituciones o problemas. La narratología no se reduce al aprovechamiento de ciertas herramientas de discurso secuencial al servicio de políticas utilitarias; la ‘narrativa’ no es sólo un grupo de relatos lógicos y emotivos ubicados entre la propaganda y el mercadeo de productos, ideologías, personajes o actitudes. Si la narrativa es un extenso y sedoso tejido de historias, cada fibra es un extracto concreto y arduo de la realidad.
En conclusión, el problema no es que el juego político y comunicativo en esta época sea simplificado a las historias que se pueden crear, transmitir y, sobre todo, creer; lo que se pierde de vista es que no todo depende de la forma o la manipulación con las que se quieren “contar historias” sino de “tocar la carne herida” de esta realidad, de nuestros congéneres y nuestros semejantes.
*Director VCNoticias.com
@monroyfelipe