Ráfaga/Jorge Herrera Valenzuela
Cuando en la clase de español se enseña la anfibología (el dispositivo retórico en el que la estructura de una oración o frase permite más de una interpretación y que confusión o falta de comunicación), se suelen usar ejemplos casi siempre graciosos para mostrar las consecuencias de un texto o un decir mal organizado o estructurado. Recuerdo al menos dos de ellos: “Hoy vi pasar a la cotorra de mi vecina” y “Ayer me encontré a un amigo cuando iba borracho”.
Las dos frases dan lugar a más de una interpretación. Por ejemplo, no sabemos si la vecina tiene una cotorrita; o si quien habla está describiendo lo agradablemente parlanchina que es su convecina. En el segundo caso, no sabemos si el amigo se había pasado de copas o si el que habla está confesando su borrachera. En todo caso, la anfibología es el sentido equívoco de una palabra en un contexto. Su uso es bastante común en la comedia pero, como cualquier dispositivo retórico, es una poderosa herramienta para la política y el discurso político; eso sí, cuando la anfibología se utiliza en la política, sus fines son menos jocosos.
En 1980, cuando al filósofo Jaques Derrida le preguntaron sobre su concepto de la ‘deconstrucción’ y cómo inevitablemente aquello conduce a una pluralidad de interpretaciones aparentemente todas válidas y ciertas, aquel respondió: “No podría decir que algunas interpretaciones son más ciertas que otras; diría que algunas son más poderosas que otras. La jerarquía reside entre las fuerzas, no entre lo verdadero y lo falso”.
Y eso nos devuelve al problema de la anfibología política. Cuando dos o más interpretaciones son posibles en una expresión, es el poder el que determina la validez de un sentido y no necesariamente la verdad. Esto se vuelve absolutamente relevante en medio de la contraposición de discursos políticos, de campañas electorales y en procesos de legitimación de discursos ideológicos.
En medio de grandes tensiones de poder donde se juegan fuerzas de resistencia y disidencia, cualquier expresión anfibológica tiene potencial para crear sentidos que no necesariamente son ciertos pero se hacen válidos según la fuerza política que le respalde.
Así, la solemne inauguración de un complejo aeroportuario o ferroviario no necesariamente requiere de su operación óptima (o mínima siquiera); sino que requiere que el discurso oriente equívocamente al respetable a un sentido incomprobable. Algo así sucedió con las palabras recientemente pronunciadas por el presidente de la República en funciones: “Me voy, pero quién se va a quedar es igual y posiblemente mejor que el que les está hablando”. La idea puede tener varias interpretaciones y, sin embargo, es el poder desde donde se dice y la identidad de la multitud a la que se lo expresa, lo que define el sentido inequívoco de sus palabras: la administración federal se transferirá de manos de manera óptima para los principios y valores que promueve y defiende un particular movimiento político.
Por el contrario, otro caso de discurso político anfibológico ocurrió este fin de semana en los medios de comunicación: bastó con que se utilizaran las palabras “dadas las circunstancias actuales” en el anuncio de la terminación de un proyecto informativo en televisión para que cierta jerarquía de fuerzas orillara a interpretar aquellas palabras como una censura política y administrativa en contra del equipo periodístico.
Aquellas “circunstancias actuales” podrían haber sido positivas y dignas de elogio (como la preparación para un nuevo proyecto periodístico de más alcance y penetración, mejores recursos e impacto social), pero los intereses políticos buscaron que se interpretara hacia el más funesto de los escenarios, es decir: la evidencia de una imposición de censura desde el poder estatal contra la libertad de información y de expresión.
Quizá se pueda debatir si el origen mismo del anuncio tenía o no interés de provocar confusión y generar maliciosamente una interpretación negativa; pero la falta de aclaración, en este caso evidencia las intencionalidades de cierta jerarquía de fuerza para crear identidades de animadversión a quienes provocan o dejan suceder las susodichas “circunstancias actuales”. En todo caso, la verdad o la realidad poco tienen que ver en estas tácticas sino el control de las interpretaciones a través de mecanismos retóricos o propagandísticos.
Como se ve, el juego anfibológico en los discursos políticos siempre será una táctica útil para apelar a identidades ideológicas durante un proceso de contienda democrática; en primer lugar, porque tiene la capacidad de eludir regulaciones de orden disciplinar en el enfrentamiento de dos o más opciones de representación (por ejemplo, puede sortear las prohibiciones institucionalizadas de campañas sucias, agresiones verbales o acusaciones gratuitas); pero también porque transfiere la responsabilidad interpretativa a las fuerzas de poder existentes, las cuales conducen a las multitudes electorales como rebaños hacia los símbolos de su identidad y sus demandas particulares. Identidades y demandas que no necesariamente son las más representativas ni las más necesarias entre el pueblo, pero que aprovechan las gestas democráticas para afianzar sus oligárquicas posiciones.
*Director VCNoticias.com
@monroyfelipe