Gobierno de Donald Trump es propuesta racista: Unidad de las Izquierdas
Vivir en una zona sísmica no acepta indolencias ni pasividad. Hoy, tenemos que decidir: la demolición del viejo hospital general… la recuperación de la Plaza Bicentenario
TLAXCALA, Tlax., 20 de septiembre de 2017.- Ayer en la Ciudad de México no sonó la alarma sísmica. El epicentro no fue la zona costera, donde se ubican los sensores que envían la señal más rápido de los 3.5 kilómetros por segundo, la velocidad a la que se propagan los movimientos telúricos.
El hecho es que a la una de la tarde con catorce minutos, la tierra nos volvió a recordar que siempre debemos estar preparados para lidiar una batalla más. Vivimos en una zona sísmica. No tenemos más alternativa que convivir con la fuerza de la naturaleza. No podemos bajar los brazos y dejar a los nuestros a la deriva.
Episodios como el de ayer nos obligan a tomar en serio nuestro papel de padres o madres. A condenar las improvisaciones en las viviendas, el hacinamiento y las trampas.
La autoridad tiene que fajarse los pantalones pues de sus acciones depende la vida de sus gobernados.
1. Nos hace falta una alarma sísmica. Estamos dentro de las diez entidades federativas, vulnerables a este fenómeno. Como podemos verlo, no es simple esta necesidad. Tenemos que contar con sensores en las inmediaciones de Puebla y Morelos, y por supuesto en la costa de Oaxaca. Su operación debe ser bastante costosa, pero lo vale la integridad de los tlaxcaltecas.
2. Duele ver los daños en la estructura de la Parroquia de San José. Con un poco de esfuerzo puede apreciarse una ligera inclinación en su fachada. Tiene fracturas muy graves. Reforzamos esta icónica estructura con la ingeniería sobresaliente para evitar una desgracia ante próximos temblores, o la demolemos. Pero no la podemos dejar a su suerte. Encargar a una divinidad que siga erguida sería un suicidio.
3. Las viviendas a la orilla de barrancas o de cerros con antecedentes de deslaves tienen que ser desalojadas. Atempan, en Tlaxcala es un ejemplo. La vecindad entre San Matías Tepetomatitlán y Atlihuetzía, es aún peor. La carretera a Apizaco recortó los terrenos donde hoy se aprecian casas con un riesgo inminente de caer. Entre la avenida Independencia y el bulervar del Maestro, en el municipio de Tlaxcala, pueden apreciarse viviendas al borde del precipicio. Ni los propietarios ni las autoridades pueden mostrarse indiferentes.
4. Hay edificios viejos, como el Hospital General. Aparte de ser una estructura caduca, almacena gérmenes y bacterias dados sus pobres acabados. Tiene que ser demolido. En su lugar es de esperarse una construcción moderna y resistente… a prueba de temblores.
5. Llegó la hora de dar uso a la Plaza Bicentenario. Su estructura ha soportado estos eventos. Ya basta de verla deteriorándose, como monumento a la confrontación entre grupos políticos. Hoy hace falta. Mucha falta. Creatividad la hay.
Estoy seguro que nos va a ser de gran utilidad.
Invertir en la gente
Son buenos los centros comerciales. Lo será el estadio de fut-bol. Mas no dejan de ser empresas con el interés de particulares para su aprovechamiento.
Llegó la hora de mover cielo, mar y tierra. De invertir en nuestra salud.
¿Han visto la forma como los particulares invierten en el negocio, en que se ha convertido la hemodiálisis?
Hay que hacer mano de puerco a Peña Nieto. Necesitamos muchos recursos para tener un gran hospital dedicado a atender a los cientos de pacientes renales, que van solucionando su problema de salud al tiempo de quedar en la ruina, o claman piedad en otras entidades, argumentando que seguimos siendo el estado desigual.
Hay que ver la parte positiva de sucesos como el de ayer. El sismo de 7.1 nos ha lastimado, pero también nos ha abierto los ojos.
No podemos mostrar indolencia.
Tan estamos en una etapa importante que, un próximo evento podría significar la ruina total.