Teléfono rojo
En principio se podría decir que todo eso queda en el “tiempo de campañas”, que la guerra electoral faculta o da licencia a los políticos en campaña a agredirse verbal y estratégicamente sin ninguna limitación excepto su personal juicio y moralidad; pero como nos revela la fábula de Calvino: hay algunos que entraron en el juego exclusivamente para atacar a alguien que consideran enemigo, con guerra y sin ella. Son actores sociales y políticos para quienes el tiempo de campañas no los limita a actuar como matones; y que, a pesar del triunfo o la derrota, seguirán buscando acallar su conciencia.
En tiempos de campaña son útiles esas actitudes pendencieras y ofensivas; es parte del juego político y es interesante reconocer los límites que cada candidato o grupo político se autoimpone.
Pero tras las elecciones y en tiempo de consolidación de formas de gobierno y formas de oposición, esas actitudes podrían ya no tener el mismo sentido ni serían aplaudidas o animadas como cuando fueron necesarias para el conflicto electoral.
¿Qué pasará entonces con aquellos personajes (algunos bien ubicados en palestras mediáticas o académicas) que entraron de lleno y con odio a la arena electoral ahora que ha concluido la ‘contienda’?
¿Cómo habrán de lidiar con su conciencia cuando en la construcción de la legitimidad del gobierno, sus líderes tiendan la mano a viejos adversarios?
Todo mundo habla y cree reconocer la polarización discursiva y política en el país, incluso se le sataniza injustamente; sin embargo, son muy pocos los que se han esforzado por mesurar y moderar el discurso de odio y de agresión: intelectuales, periodistas y analistas políticos han llamado, por ejemplo, a las campañas negativas, a la violencia narrativa, a la calumnia estratégica y a la agresividad verborrágica; eligieron el insulto frente al análisis, la militancia frente a la imparcialidad y el sentimentalismo frente a la búsqueda de objetividad. Intentaron con ello inflamar a sus prosélitos y a sus audiencias pero también validaron el odio irracional que algunos podrían tener y que no concluirá con el triunfo de cualquiera de las plataformas políticas. Y el remedio está en reconocer la dignidad del otro, del adversario; no sólo en prometer que se acabará el odio. Eso sí sería atemperar el agitado clima político.
Director Siete24.mx @monroyfelipe