Día Mundial del Arte: Un homenaje a la creatividad y la expresión
Si Antonio López de Santa Ana rompió todos los records al ocupar la Presidencia de la República en once ocasiones; si Porfirio Díaz impuso otro récord al permanecer en ella 34 años, don Pedro Lascurain habría de imponer otro pero al revés: fue presidente de México durante cincuenta y seis minutos.
Francisco I. Madero, electo Presidente de la República el 1º de octubre de 1911, en las únicas elecciones legales, libres y democráticas habidas hasta la fecha (bueno, hasta antes del 1º de julio) en este país, afrontó dificultades incluso desde antes de tomar posesión. Hubo deserciones y levantamientos como el de los Vásquez Gómez, que no prosperaron; la intentona de Bernardo Reyes que también fracasó y el levantamiento de Pascual Orozco, reprimido por las armas en una acción con la que ingresa a la historia el siniestro Victoriano Huerta, general que ya antes había mostrado su talante conspirativo e indisciplinado cuando, en agosto de 1911 desoyendo las instrucciones de Madero había roto unilateralmente una tregua con los zapatistas; así precipitó la ruptura de los surianos con el maderismo. Félix Díaz, sobrino de don Porfirio se sublevó, también sin éxito en Veracruz y fue recluido como Bernardo Reyes, en una prisión militar.
El mismo Madero propició la sospecha de muchos de sus colaboradores, jefes y políticos que lo acompañaron en la insurrección, al incluir en su gobierno a personajes conservadores claramente ligados a la dictadura y olvidar sus promesas agrarias iniciales. Su gobierno, extraordinariamente abierto a las libertades democráticas, fue extraordinariamente inmóvil en el orden de las reformas sociales y la transformación de los privilegios heredados del ancien regime.
La clase campesina ya no confiaba en él; la empresarial tampoco pues Madero la había amenazado con una nueva legislación fiscal que restringía sus ganancias. A fines de junio de 1911, uno de sus colaboradores, Roque Estrada manifestaba en una carta que “veía en Madero al apóstol y al caudillo pero nunca al gobernante.. .”
Para fines de 1912 se habían podido contener las exigencias obreras, las de los industriales y, mediante un proyecto de deslinde de tierras, las del frente agrario. Pero desde meses atrás se gestaban la intriga y la conspiración desde el Congreso, el ejército, la prensa y la embajada estadounidense.
Finalmente, el 9 de febrero de 1913 el complot llevó a la decena trágica, y a la forzada renuncia y posterior asesinato de Madero y del vicepresidente Pino Suárez. El gobierno de Estados Unidos y su embajador Henry Lane Wilson consideraban que Félix Díaz, el sobrino de su tío, era la persona idónea para hacerse cargo del gobierno y recomponer las cosas.
El 11 de febrero, dos días después del levantamiento, Wilson visitó al presidente Madero para amenazarlo con la intervención de los barcos de guerra norteamericanos en la protección de extranjeros y para externarle su simpatía por Félix Díaz dado el hecho comprobable de “haber sido siempre pronorteamericano”.
El día 14 dijo al Ministro de Relaciones Exteriores de Madero, Pedro Lascurain, que estarían por llegar 4 mil soldados norteamericanos con los cuales el mismo Wilson restauraría el orden si el presidente Madero no se convencía de que debía abandonar el poder en forma legal.
A la una y media de la tarde del día 18 tropas de Victoriano Huerta detuvieron al presidente Madero mientras otras arrestaron y torturaron hasta la muerte a su hermano Gustavo. El día 21 Victoriano Huerta pidió instrucciones a Wilson y éste se limitó a decirle que hiciera “lo que considerara mejor para el país”. Y Huerta lo hizo: Al día siguiente Madero y el vice-presidente Pino Suárez fueron sacados de sus celdas y asesinados en un costado de la penitenciaría por un cabo de rurales y un oficial del ejército federal.
Pero había qué cuidar las formas. En respeto al artículo 81 de la Constitución, el Secretario de Relaciones Exteriores, Pedro Lascurain, gestor oficioso del embajador Wilson contra Madero asumió la presidencia de la República.
Perteneciente a una rancia y aristocrática familia de la ciudad de México, Pedro José Domingo de la Calzada Manuel María Lascurain Paredes había nacido el 8 de mayo de 1856. Se graduó de abogado por la Escuela Nacional de Jurisprudencia en 1880; perteneció al ayuntamiento de la ciudad como secretario de actas, fue empleado de la Secretaría de Relaciones Exteriores y rector de la Escuela Libre de Derecho así como presidente del colegio de abogados y por pocos meses estuvo como alcalde de la ciudad.
De él se ha escrito que siendo Secretario de Relaciones en el gabinete de Madero, fungió como personero entre el embajador de Estados Unidos, Henry Lane Wilson y Félix Díaz y los conspiradores Manuel Mondragón, Bernardo Reyes y Victoriano Huerta.
De la efímera asunción al cargo de Lascurain el historiador Michael Meyer dejó constancia: “El nuevo presidente protestó su cargo a las 10.24 pm. Su primer acto oficial fue nombrar Secretario de Gobernación al general Victoriano Huerta; su segundo y último acto de gobierno fue presentar su propia renuncia, previamente acordada por Huerta, Díaz y el propio Lascurain. La renuncia le fue aceptada por el Congreso a las 11.20 pm. Lascurain había sido presidente de la república por cincuenta y seis minutos. En ausencia de vicepresidente y de secretario de Relaciones Exteriores, la presidencia mexicana pasó constitucionalmente al secretario de Gobernación.. .”
Félix Días creyó en la promesa de Huerta, de que convocaría a elecciones ese mismo año. Pero antes de que concluyera el fatídico 1913, Huerta había cerrado el Congreso, metido a la cárcel a varios legisladores y asesinado al diputado chiapaneco, Belisario Domínguez por haber circulado un impreso exigiendo el desconocimiento del gobierno golpista; había asumido facultades extraordinarias en los ramos de guerra, Hacienda y Gobernación, y pospuesto indefinidamente las elecciones prometidas para octubre. A sus compañeros que lo secundaron en el golpe los desplazó de sus cargos iniciales. Huerta ejerció un desnudo régimen de fuerza que llegó a acumular en los siguientes meses varios asesinatos célebres y más de cien casos probados de aplicación de la ley fuga.
Don Pedro Lascurain, quien entonces contaba con 57 años, se retiró al ejercicio privado de su profesión de abogado. Pero vivió a partir de entonces en su modesta pero bien montada residencia, primero en la colonia Juárez y luego en San Ángel, una constante depresión y nunca se perdonó su pasividad y hasta complicidad con los golpistas. Esa depresión lo acompañó por casi 40 años, pues falleció en la ciudad de México el 21 de julio de 1952 cuando contaba con 96 años de edad.