Va Tlaxcala por apoyo a artistas locales; entregan premios a jóvenes
(Este escribidor incluye la presente entrega en la actual serie por una mera coincidencia cronológica, no porque tenga que ver una cosa con otra)
Dificilmente los nacidos después de 1985, el año del terremoto, tendrán una idea clara de lo que fue y de la importancia que tuvo en todo el mundo, la comunicación telegráfica. Para ellos la comunicación vía satélite, imágenes desde el otro lado del mundo, o de otros mundos, el telefax, luego el fotofax, los teléfonos inalámbricos, la fibra óptica, los celulares, los mensajes vía correo electrónico, el whatsapp son algo cotidiano, familiar, nada digno ya de asombro.
Prácticas como las usadas por nuestras madres que nos curaban los males respiratorios con gordolobo, o aquella que en las mañanas muy frías, debíamos arrancar el carro destapándole el carburador y, con la palma de la mano taparlo y destaparlo ógale, ógale hasta que el motor se ponía en movimiento, son parte remota de una historia reciente. La medicina moderna y los sistemas automotrices computarizados las han reemplazado.
Todavía hace muy pocos años, el telégrafo tenía un uso cotidiano, tanto para negocios como para asuntos familiares, informativos u oficiales. Los de nuestra edad recordamos que los mensajes normales debían ser de diez palabras; palabra o palabras de más, costo extra. Su rapidéz y efectividad solo eran superadas por el teléfono. Nosotros los de entonces, como diría el querido y culto amigo de aquellas infancias, Cárlos Ortíz Tejeda, debíamos acudir a la oficina de Telégrafos Nacionales en donde se nos facilitaba un formato en un papel amarillo descolorido, donde debía anotarse nombre y dirección del remitente, nombre, dirección, ciudad, municipio y estado del destinatario. Y había un espacio para el mensaje propiamente dicho
Pero eso ya corresponde a la era moderna. El telégrafo reemplazó hace 170 años, a la transmisión de señales ópticas de semáforos, como los utilizados por los ejércitos francés y prusiano y que al enviar textos codificados con la clave morse, se convierte en la primera forma de comunicación eléctrica. Llega a nuestro país a mediados del Siglo XIX. El 13 de noviembre de 1850, el pueblo de la ciudad de México fue convocado, mediante altavoces por las calles, a asistir a la primera demostración pública del telégrafo eléctrico, la cual consistió en mensajes que se intercambiaron por este medio, entre el palacio nacional y el Colegio de Minería, un tramo de alrededor de 900 metros en línea recta. México entraba a la modernización.
El introductor de ese servicio, Juan de la Granja, provenía de una familia de vascos avecindados en México desde la segunda década del Siglo XIX, cuando nuestro país se hallaba en plena guerra por su independencia. Con una selecta formación académica, se relaciona con personajes influyentes; viaja a Nueva York y allí pone en marcha el primer periódico publicado en Estados Unidos escrito íntegramente en español.
Funge en los años veinte de la misma centuria, primero como vice-cónsul de México en Nueva York y posteriormente como cónsul en Washington. En México inicia negocios de librerías e imprenta y más tarde logra que se le adjudique la concesión en exclusiva para la explotación del telégrafo cuya instalación de líneas impulsó y en las que invirtió todo su capital.
Tras la demostración de esa maravilla, el entonces presidente José Joaquín de Herrera autoriza la implantación de ese nuevo y revolucionario servicio de comunicación en tanto que un año después, su sucesor, don Mariano Arista apoya la instalación de líneas telegráficas por las principales poblaciones del país.
Se determinó que el primer tendido telegráfico sería de México a Veracruz. Su tramo inicial, entre México y Nopalucan en Puebla, sería inaugurado el 5 de noviembre de 1851 y en mayo del año siguiente llegó hasta el puerto de Veracruz pasando por San Andrés Chalchicomula, (hoy Ciudad Serdán) Puebla, Orizaba y Córdoba.
Su importancia dio lugar a que se otorgaran nuevas concesiones. Maximiliano de Habsburgo trató de regularlas por medio del primer reglamento telegráfico del 2 de diciembre de 1865. Y el presidente Benito Juárez creó en 1867 las Líneas Telegráficas del Supremo Gobierno, como instrumento para federalizar las concesiones telegráficas otorgadas. Sin embargo, ante la falta de recursos del gobierno se terminó instrumentando un sistema telegráfico nacional con participación federal, estatal y privada.
Hacia 1878 el presidente Porfirio Díaz, consciente de la importancia del invento que, con el ferrocarril sentaban las bases del progreso, crea la Dirección General de Telégrafos Nacionales y otorga las concesiones aTelegráfica Mexicana y Western Union Telegraph Co gracias a lo cual el sistema pasa de 8 mil a 40 mil kilómetros tendidos y se establecen las primeras líneas internacionales.
En 1907 se implementa la radiotelegrafía o telegrafía inalámbrica en el país.
Aparecen luego nuevas tecnologías como la telefonía, la radiotelefonía y otras, dando lugar a que el Presidente Plutarco Elías Calles promulgue la Ley de Comunicaciones Eléctricas el 24 de abril de 1926 para su regulación.
Legislaciones y nombres van evolucionando; en enero de 1933 es creada la Dirección de Correos y Telégrafos que se transforma luego en Dirección General de Telecomunicaciones; los equipos de micro-ondas inician en 1954 y el Telex, basado en sistemas analógicos, en 1957. Con motivo de la celebración de los juegos olímpicos es creada e instalada en 1968 la Red Nacional de Micro-ondas; México se incorpora a la Organización Internacional de Satélites de Telecomunicaciones (Intelsat) e inaugura en Tulancingo la primera estación terrena de comunicaciones vía satélite.
Vendrían luego los satélites Morelos I y Morelos II, Solidaridad I y Solidaridad II y la creación de Telecomm
Con tanto tiempo transcurrido y los muchos avances en las nuevas tecnologías en las telecomunicaciones, el telégrafo, ese que con puntos y rayas (bip bip bip bip bip bip) sirvió para transmitir miles de informes, saludos, felicitaciones, buenas o malas noticias, quedó en el olvido de muchos y como un recuerdo más de aquellos que ejercían el oficio de telegrafista.
Y en la mayoría de los casos, hasta los recuerdos acabaron desapareciendo…