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..La historia de lo ocurrido en Canoa (muy cerca, a unos cuantos metros de San Isidro Buensuceso, Tlaxcala) la vuelve una historia ominosa y una metáfora de lo que se volvería historia cotidiana dos o tres décadas más tarde, y que sigue pasando todavía en comunidades de Puebla, de Hidalgo, del estado de México y en muchas más.
El pasado sábado 14 de septiembre se cumplieron 50 años de un hecho que podría figurar en el catálogo de las vergüenzas nacionales. La matanza de Canoa, villorrio en el estado de Puebla colindante con San Isidro Buensuceso del municipio de San Pablo del Monte Tlaxcala en donde, instigada por el sacerdote del lugar, una turbamulta masacró a golpes de pala, de machete y a balazos, a tres jóvenes excursionistas y a dos vecinos del lugar por pensar que se trataba de comunistas.
San Miguel Canoa, como muchas comunidades ubicadas en las faldas del volcán La Malinche, contaba en 1968 con menos de 15 mil habitantes 90 por ciento de los cuales eran monolingües, sólo hablaban y entendían el náhuatl. Se regían (y siguen haciéndolo) por los llamados usos y costumbres, tradición que da lugar a que la organización social y el poder municipal, sean de hecho manejados por los mayordomos o fiscales de la iglesia.
No es una exageración el afirmar que tales usos y costumbres no hacen gran diferencia con las prácticas de la baja Edad Media.
1968: Mientras un fantasma de rebeldía recorría el mundo, en México, en julio de ese mismo año se había iniciado el llamado movimiento estudiantil; los jóvenes se disponían a ser protagonistas anónimos de una experiencia luminosa y terrible: el 68 mexicano.
En las principales ciudades del país la gente se había contagiado del entusiasmo contestatario de los muchachos. El gobierno y los medios nacionales subordinados habían satanizado el movimiento y criminalizado a sus protagonistas. Los encabezados, en enormes caracteres, iban desde “Complot Comunista” y “Boicotean las olimpíadas”, hasta “Moscú financia a los estudiantes”.
La tarde del 14 de septiembre los jóvenes Ramón Gutiérrez Calvario, Jesús Carrillo Sánchez y Odilón Sánchez Islas, trabajadores los tres de la Universidad Autónoma de Puebla, arribaron a San Miguel Canoa; se disponían escalar a La Malinche pero el mal tiempo los obligó a pernoctar allí.
Solicitaron alojamiento, primero en el templo y luego en el edificio municipal, pero en ambos casos les fue negado. El sacerdote Enrique Meza Pérez era de hecho la autoridad; y ejercía esa autoridad a través de (otra figura medieval) los mayordomos y fiscales del templo.
Los jóvenes estuvieron en una tienda de abarrotes para cenar una lata de sardinas en aceite con galletas saladas y rajas de chiles jalapeños. El tendero, Lucas García García, se ofreció para alojarlos esa noche. La excursión la iniciarían la madrugada siguiente.
El cura Enrique Meza Pérez había llegado a Canoa 8 meses antes. Gestionó ante el Gobierno del Estado y el Ayuntamiento de Puebla obras mínimas como banquetas, guarniciones, algunas tomas de agua. Para ello pedía cooperación económica de los vecinos; aquel que no pudiera o no quisiera cooperar era obligado a participar con faenas, con mano de obra. El tendero Lucas García, rebelde, se había negado a la cooperación y a las faenas. Estaba en la mira del cura.
Días antes de la llegada de los montañistas, el sacerdote había lanzado un discurso infamatorio: habló de “comunistas” que con su bandera “roja como el infierno, negra como el pecado” insultaban a dios y a la patria. Aseguraba que pronto llegarían a San Miguel a despojar a sus habitantes y a prohibir la religión.
Cuando Meza Pérez se enteró de que García había alojado a los estudiantes comenzó a propalar su propia y miope visión. Era la confirmación de su discurso de días antes. Los jóvenes visitantes eran estudiantes comunistas que atentaban contra los principios y valores de la comunidad; pretendían izar en la plaza del pueblo una bandera rojinegra. ¡Horror!. Todo un sacrilegio. Y además se habían confabulado con un enemigo de la comunidad, Lucas García quien los hospedó en su trastienda.
El cura hizo tañer las campanas y el pueblo entero se congregò frente al templo. Allí el sacerdote los incitó a impedir por los medios que fuera, que los fuereños llevaran a cabo su ultraje a la comunidad, a sus habitantes y a sus tradiciones pías pues lo que buscaban era quedarse con sus tierras y con sus mujeres. Les pidió que agredieran también a Lucas García, vecino incómodo que se negaba a cooperar. La multitud se armó de palos y machetes; algunos de ellos con armas de fuego, y se dirigió al local donde pernoctarían los estudiantes.
Los sorprendió cuando se disponían a dormir. Julián González Báez, uno de los sobrevivientes narró a El Popular, de Puebla 45 años después que “comenzaron a escuchar gritos e insultos en la calle y fuertes e insistentes golpes en la puerta de madera, y gritaban a Lucas que entregara a los comunistas. Ante su negativa, la multitud destruyó la puerta a hachazos. “Lucas quiso hacer entender a la población que éramos simples excursionistas, pero la gente enardecida lo golpeaba. Aún en esas condiciones Lucas continuó luchando denodadamente para evitar que fuéramos lastimados, pero cayó herido mortalmente por el golpe de una pala siendo el primero en caer masacrado. Minutos después cayeron Jesús y Ramón, recibiendo una serie de golpes de machete, de hacha y varios disparos”
Esa noche hubo cuatro muertos -dos de los empleados de la UAP-: Jesús Carrillo Sánchez y Ramón Calvario Gutiérrez; la persona que los hospedó, Lucas García García, y el hermano de éste, Odilón.
Además, tres heridos de gravedad: Julián González Báez, Miguel Flores Cruz y Roberto Rojano Aguirre, quienes pasaron por un largo periodo de convalecencia.
Pese a que la esposa de Lucas García dio a conocer a la policía judicial de Puebla los nombres de quienes congregaron al pueblo por medio de las campanas de la iglesia y un altoparlante instalado en la plaza principal, las autoridades del fuero común no actuaron para sancionar a los culpables, detalla Julián.
El párroco Enrique Meza Pérez fue “invitado”, días después para presentarse y declarar pero se negó a acudir a las citas. nunca fue amonestado; por más de un año permaneció como párroco en Canoa y más tarde fue transferido a su pueblo natal; Santa Inés Ahuatempan, comunidad que se ubica a unos 100 kilómetros de la capital poblana, en el sur de esa entidad.
Se libraron 17 órdenes de aprehensión; sólo unas cuantas fueron cumplidas pero en todos los casos, los detenidos recuperaron su libertad en meses o a los pocos años.
Notas sobre estos hechos aparecieron durante unos días en algunos medios impresos de Puebla. Los medios de circulación nacional ni se enteraron.
Fue hasta 1975 (siete años después) cuando el cineasta mexicano Felipe Cazals rescató el hecho y dirigió la película Canoa; y gracias a ella la opinión pública nacional se enteró de lo ocurrido siete años antes. Hoy, a 50 años de la tragedia, las cosas siguen igual en ese pueblo; la autoridad sigue en manos de los mayordomos y los fiscales. Los usos y costumbres permanecen como única ley.
No se ha hecho justicia.
Canoa no es una película de terror; narra el horror de algo que ocurrió realmente, y para cuando fue filmada, muy recientemente. Para conmemorar el aniversario de su estreno, el Festival Internacional de Cine de Guadalajara llevó a cabo una proyección de la cinta. También se anunció un Blu-ray de la película editado por Criterion Collection, la compañía de distribución más prestigiosa del mundo.
En 2002 fue presentada en el Directors Guild of America; cuatro años más tarde, en el Lincoln Center de Nueva York.
Este filme ocupa el lugar 14 dentro de la lista de las cien mejores películas del cine mexicano según la opinión de 25 críticos y especialistas del cine en México, publicada por la revista somos en julio de 1994