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Secuestros, en México los ha habido siempre. Uno de los más comentados, por la carga de intriga política y chantaje diplomático que implicó, pues recién había concluido (a medias) la fase armada de la revolución, fue el del empresario textil norteamericano radicado en Puebla, William Oscar Jenkins El Rey del Calcetín y agente consular del gobierno de los Estados Unidos en México.
William Oscar Jenkins, había llegado a Aguascalientes en 1901 (prácticamente con lo que llevaba puesto) como mecánico de ferrocarril con salario de 50 centavos al día. Pero en 4 años ahorró (¡!) nada menos que 13 mil pesos (¿con ese sueldo?) con los que llega a Puebla en 1906 en overol y con un sombrero gastado; y comienza a fabricar medias y calcetines en un taller casero ayudado por su esposa Mary Street. Y acaba como socio de don Guillermo Ardecker en su fábrica de medias La Corona.
Para 1910 prácticamente controlaba el mercado de calcetería económica en todo el país.
En su libro El secuestro del poder editado por la Universidad Autónoma de Puebla, la investigadora María Teresa Bonilla Fernández afirma que Jenkins a base de extorsiones y medidas de terror se hizo de haciendas y patrimonios inmobiliarios, y del ingenio de Atencingo; y que en tiempos de la prohibición exportó de contrabando grandes cantidades de alcohol a Estados Unidos.
Urdió su autosecuestro en 1919, en complicidad con el general Manuel Peláez, enemigo jurado de don Venustiano y esbirro de los petroleros extranjeros en la zona de Veracruz a quienes protegía sus propiedades mediante guardias blancas; por su libertad los supuestos plagiarios exigieron 300 mil pesos en oro. El objetivo era crearle un conflicto internacional al gobierno mexicano que justificara una (otra) invasión norteamericana a nuestro país. Ante ese riesgo el gobierno de Carranza pagó el rescate. La mitad fue para Peláez y la otra para Jenkins.
Pero un sagaz periodista de aquella época, Miguel Gil, descubrió el escondite de Jenkins en la hacienda Santa Lucía, y publicó el hecho en su diario La Tribuna. Desde entonces y hasta su muerte, Jenkins se negó a hablar, ni siquiera a recibir periodista alguno, cualquiera fuera el medio que representara..
A menos de un año de inaugurado el sexenio de Luis Echeverría Álvarez se da el plagio del empresaurio Julio Hirchfield Almada, un junior que vio crecer sus negocios e influencias gracias a su pertenencia a aquél club exclusivo (con plena vigencia en la actualidad) conocido como los cachorros de la revolución. Entre sus negocios figuró el haberse casado con la entonces joven heredera de una de las vacas sagradas de la familia revolucionaria: Aarón Sáenz.
A diez meses de iniciado el gobierno de Echeverría, el 27 de septiembre de 1971 fue secuestrado el director de Aeropuertos y Servicios Auxiliares, Julio Hirschfield Almada por un llamado Frente Urbano Zapatista que exigió un rescate de tres millones de pesos. El secuestro se dio cuando Hirschfield salía de su domicilio en las Lomas de Chapultepec de la ciudad de México
El rescate fue pagado por el gobierno de Echeverría y, con la intervención del siniestro Miguel Nassar Haro, (previa calentadita) capturados siete de los ocho autores del secuestro el 30 de enero de 1972. La policía recuperó un millón 890 mil pesos. O al menos eso se informó a la superioridad. Entre los detenidos había tres mujeres y todos fueron a dar a Lecumberri.
Nassar Haro era famoso por su eficiencia. Si detectaba a un sospechoso mandaba arrestar a su padre, su madre, su abuelita o sus hermanos o hermanas, Todos eran torturados de la peor manera y sin consideración. El sospechoso dejaba de serlo cuando los dedos de una de sus manos eran introducidos en la bisagra de una puerta y cerrada ésta violentamente. Método infalible; al primer cerrón de puerta el detenido confesaba hasta lo que no hubiera hecho.
A raíz de esto se desató una fiebre de secuestros de políticos-empresarios y empresarios-políticos en todo el país. Figuran en esa nómina desde Fernando Aranguren, el rector de la Universidad de Guerrero, Jaime Castrejón, Alfredo Harp Helú hasta Silvia Vargas, hija de Nelson Vargas o el de Fernando Martí, hijo de Alejandro Martí; el del general Absalón Castellanos Domínguez en el levantamiento del EZLN, en enero de 1994 e incluso el de Fernando Gutiérrez Barrios, en mayo del 98. Pero el que conmocionó a la sociedad fue el intento frustrado, pero con la muerte del padre del empresariado regiomontano, Eugenio Garza Sada el 17 de septiembre de 1973 en Monterrey.
Y ya en el Siglo XXI el gran escándalo: el plagio cuya víctima (¿víctima?) o protagonista fue Diego Fernández de Cevallos, poderoso e influyente abogado, que desde su posición como diputado o senador se daba el lujo de ganarle pleitos jurídicos, con cuantiosas indemnizaciones de por medio, ¡al propio gobierno!.
El secuestro (¿?) ocurrió el 14 de mayo de 2011; Fernández de Cevallos permaneció privado de su libertad por nueve meses y seis días. En sus comunicados los autores dieron a entender al gobierno de Felipe Calderón que de nada valían sus sistemas de inteligencia, ni su lucha contra el crimen organizado, ni la cacería que pudiera emprender para aprehenderlos. Y de manera directa advirtieron a Calderón que estaban dispuestos a privar de la vida al secuestrado si veían a cualquier policía, con o sin uniforme, cerca de ellos.
Diego tenía como socio en su despacho al exProcurador General de la República, Antonio Lozano Gracia. Aunque en un principio Fernández de Cevallos insistió en que el rescate fuera negociado directamente con él, los secuestradores acabaron por entenderse con el socio. Y fue Lozano Gracia quien tuvo a su cargo la entrega del rescate: 30 millones de dólares. Malo el caso, pero más malo o peor el que una mayoría de mexicanos no creyeran hasta la fecha en la autenticidad del secuestro.
La racha de secuestros era imparable al grado de que la gente abría el periódico o encendía la radio con el morbo de saber quien era el secuestrado del día; al grado también de que muchos empresaurios incluían en sus currícula, sus estudios, su experiencia laboral y el número de veces en que habían sufrido un secuestro.
El jefe Diego, conocido también como La Coyota fue liberado el 20 de diciembre del 2010. La noticia fue dada por los periodistas José Cárdenas y luego por Joaquín López-Dóriga, en sus respectivos espacios informativos.
Y, por cierto, como anécdota trascendió que en la temporada en que Diego Fernández de Cevallos insistía en que se negociara el rescate directamente con él, le dijo al que parecía ser el jefe del grupo de plagiarios. Dígame cuanto quieren por mi libertad; pero díganmelo a mí. Bien, contestó su interlocutor: “Estamos pidiendo cien millones.. .”. ¡Cien millones! brincó Diego ¡Cien millones de pesos es mucho dinero.. .!. “–No, replicó el otro, de dólares”.
Cuéntase también, por lo bajo, que el cabecilla, comentando con sus cómplices lo hablado con el secuestrado les dijo: Éste, con tanto billete que tiene.. . . y resultó un cuentachiles.