Alumnos de la Orquesta Sinfónica Infantil llenan de espíritu navideño
Nuestro ilustre paisano, Don Artemio de Valle Arizpe la calificó de “mujer extraordinaria por su buen parecer, su claro talento de fácil minerva, su gran riqueza y, además, su esplendoroso lujo”. Para Montserrat Galí i Boadella, su personalidad fue la prototípica, mujer ilustrada y libertina; se valía por sí misma, buscaba la felicidad y practicaba costumbres que le proporcionaban cortejos y amantes”. Según Guillermo Prieto “no sólo fue notable por su hermosura sino por su ingenio y por el lugar que ocupó en la alta sociedad”.
Nació en la ciudad de México en las postrimerías del virreinato, el 20 de noviembre de 1778 y se le dio por nombre María Ignacia Rodríguez de Velasco de Osorio Barba y Bello Pereyra. A los 14 años casó (o la casaron) con el militar José Jerónimo López de Peralta de Villar y Villamil y Primo con quien tuvo cuatro hijos y que le resultó celoso y golpeador; le dio una golpiza e intentó matarla de un balazo, pero no le atinó y ella lo acusó de intento de asesinato. José Jerónimo la acusó a su vez de cometer adulterio con su compadre, el canónigo y doctor José Mariano Beristain y Souza. Y desde luego pidió el divorcio pero falleció en 1805, antes de que éste le fuera concedido por los tribunales de la Nueva España.
María Ignacia tuvo amoríos, a los 16 años, con Simón Bolívar quien la conoció durante un viaje que hizo a España en el buque San Ildefonso que hizo escala en costas mexicanas.
Muerto su marido La Güera casó en segundas nupcias con Mariano Briones, un acaudalado anciano el que pocos meses después de la boda se le murió, según se dijo (sólo se dijo) víctima de un enfriamiento por destape de cobijas. María Ignacia heredó su fortuna y volvió a casarse, esta vez con Manuel de Elizalde, matrimonio que duró hasta la muerte de ella.
Luego de enviudar La Güera Rodríguez apoyó la causa insurgente con dinero y relaciones y mantuvo tratos con don Miguel Hidalgo y Costilla razón por la que la Santa Inquisición la acusó de herejía. Durante el juicio uno de los inquisidores, Juan Sáenz de Mañozca aprovechó para acusarla de “inclinación al adulterio”. El cargo no prosperó pues María Ignacia, en su defensa, sacó a relucir la doble moral y la orientación sexual de su acusador. Quedó libre pero el virrey Francisco Javier de Lizana y Beaumont la exilió a Querétaro por un corto tiempo.
Tuvo, según sus biógrafos, una relación sentimental con Agustín de Iturbide, futuro emperador de México y sus relaciones con altos personajes le permitieron el acceso a documentos confidenciales, como la carta que Fernando VII envió al virrey Apodaca en 1820 a quien sugiere encontrar un hombre popular y con influencia sobre el ejército “para que hiciera tratos con los insurgentes”. María Ignacia sugirió a Apodaca que Iturbide podría ser ese hombre. Después influyó de tal manera sobre don Agustín al grado de que lo convenció de ser el emperador.
También se le atribuyeron amores con el naturalista y explorador alemán, Alexander von Humboldt, de quien se había convertido en admiradora y amiga. Se ha hablado de que durante la inauguración de la estatua ecuestre de Carlos IV (la que el pueblo mexicano conoce desde entonces como El Caballito) María Ignacia, quien vestía ropa galante, asistió del brazo de Humboldt.
Narra don Artemio de Valle Arizpe que “el día 27 de septiembre de 1821 el Ejército Trigarante hizo su vistosa entrada triunfal en la ciudad de México; la ruta programada era desde La Tlaxpana (hoy San Cosme y Melchor Ocampo) para pasar frente al palacio virreinal; pero Iturbide desvió la columna por la calle de La Profesa en la que estaba la casa de doña María Ignacia Rodríguez de Velasco para que presenciara el desfile y lo viese a él, muy arrogante, al frente de sus tropas invictas.. .
A la Güera Rodríguez le tocó vivir en el convulsionado México independiente durante treinta años, al lado de don Manuel de Elizalde. Murió en la ciudad de México el 1 de noviembre de 1850 , unos 20 dias antes de cumplir sus 72 años.
Los últimos años de su vida los dedicó a la devoción religiosa en la Tercera Órden de San Francisco, y a contribuir, con conventos de clausura y cofradías, a obras pías y de ayuda a los desamparados. Muerta María Ignacia, su cónyuge, don Manuel se hizo sacerdote.
Hay una abundante literatura sobre su vida y su participación en el movimiento de la independencia de México pero se piensa que nadie sabe en la actualidad cómo era físicamente La Güera; se desconoce el destino de un retrato al óleo que le fue hecho cuando aún estaba en edad de merecer. Pero su fama de transgresora de la moral de un México que todavía no se desprendía de la carga dejada por el coloniaje español, permanece.
También se afirma que una imagen de la virgen, situada a la derecha del altar mayor de la iglesia de La Profesa, en el centro histórico de la ciudad de México, esculpida por el maestro Manuel Tolsá, está basada en el rostro de María Ignacia Rodríguez de Velasco.
Pero pasó al cine; y desde luego al buen cine mexicano porque en 1978 el director Felipe Cazals rodó la película La Güera Rodríguez en la que ésta fue representada por la actriz Fanny Cano.