Va Tlaxcala por apoyo a artistas locales; entregan premios a jóvenes
En el mundo, desde el pasado jueves, la atención se centra en el futbol; en México esa atención va entre el futbol y las elecciones del 1 de julio. La diferencia entre ambos eventos es que si usted no está de acuerdo con el resultado de la elección, puede impugnarlo, recurrir al INE o al ITE según el caso, al tribunal estatal o al federal electoral; puede hacerla de tos de muchas maneras. Y a la mejor (aunque no es seguro) pudieran darle la razón. Además siempre habrá a quien atribuir la derrota. Que el efecto peje o qué sé yo. En el futbol en cambio triunfo o derrota no pueden atribuirse mas que al desempeño de los jugadores y no habrá a quien más echarle la culpa. (Hago esta comparación por una mera coincidencia cronológica no porque tenga que ver una cosa con otra)
Y aunque –lo confieso– mea máxima culpa, el futbol no es lo mío, sé que el Estadio Azteca El Coloso de Santa Úrsula como le llaman esos que dicen que saben, fue construido para el Campeonato Mundial de Futbol que tuvo a México como sede en aquel ya lejano 1970 y su capacidad era para cien mil espectadores. Para el mundial de 1986 cuya sede también fue nuestro país el estadio es objeto de una ampliación que le permite alojar a 115 mil espectadores.
Cualquiera diría que esta referencia es innecesaria; y lo sería si no fuera por el hecho de que para 1950 (veinte años antes del Azteca) el estadio Maracaná, de Río de Janeiro Brasil ya podía alojar a 173 mil 850 espectadores cómodamente sentados, la mayor cantidad jamás reunida para presenciar un partido de futbol. (aportación cultural gratuita)
En el último partido que definiría al campeón mundial de ese año, jugado el 16 de julio (el pasado sábado harían 68 años), se enfrentaban Brasil, favorito de favoritos, y Uruguay cuya escuadra, aunque una de las más laureadas del planeta con una Copa del Mundo, ocho copas de América y dos títulos olímpicos, era considerada por los brasileños un “rival débil”.
La selección de Brasil, llegaba al partido final del Mundial de Río con 4 puntos a su favor por haber goleado a Suecia por 7 a 1 y a España por 6 a 1. Uruguay a su vez llegaba con 3 puntos frente a los mismos rivales: un empate 2-2 contra España y una victoria ajustada de 3 a 2 frente a Suecia.
Pese a que ambas escuadras se hallaban en similar nivel de calidad de juego, la prensa y la afición de Brasil habían creado un ambiente de triunfalismo excesivo días y semanas antes del partido. Frente a propios y extraños, frente a conocedores y legos; frente a los ciudadanos de Brasil e incluso a los de Uruguay, Brasil era el favorito indiscutible.
Los principales diarios de Río de Janeiro tenían ya sus primeras planas impresas y habían celebrado por anticipado el triunfo de su escuadra. El titular del Diario de Río era: O Brasil vencerá; a copa será nostra. O Mundo colocaba en su portada Brasil Campeao Mundial de Futebol 1950.Había carrozas adornadas en las calles de Río, ya preparadas para encabezar un auténtico carnaval de festejos; se habían vendido más de 500 mil camisetas con la inscripción Brasil campeao 1950; el recién inaugurado estadio Maracaná había sido decorado con miles de pancartas en portugués que decían Homenaje a los campeones del mundo.
El gobierno brasileño había acuñado monedas conmemorativas con los nombres de los futbolistas de la selección: En el estadio, la banda de música tenía instrucciones de interpretar el himno del ganador al final del partido pero no se le entregó la partitura del himno uruguayo por considerarlo innecesario. La banda tenía preparada una marcha triunfal compuesta ex profeso para la ocasión titulada Brasil Campeao.
A tal grado era el convencimiento del resultado que pocas horas antes del encuentro la selección de futbol de Uruguay recibió la visita de miembros de la embajada de su país quienes les recomendaron sufrir una derrota digna.
El entonces presidente de la FIFA, el francés Jules Rimet estaba tan convencido de la victoria de los locales que llevaba escrito el discurso final en homenaje a los campeones brasileños.
El entrenador uruguayo, Juan López Fontana pidió a sus jugadores jugar defensivamente. Pero el capitán del equipo, Obdulio Varela el Negro jefeconsideró que “si jugamos para defendernos nos sucederá lo que a Suecia o España. Y Uruguay jugó a la ofensiva. Y el primer tiempo terminó con un empate a cero.
En el minuto 2 del segundo tiempo el brasileño Friaca anotó el primer gol de la tarde y la celebración comenzó en las tribunas. En el minuto 21 el gol de Juan Alberto Schiaffino permitió a Uruguay igualar el marcador. Brasil se lanzó con todo para conseguir un segundo tanto pues para la prensa, la afición y los propios jugadores Brasil no podía ser campeón simplemente empatando.
Y once minutos antes de concluir el tiempo reglamentario Ghiggia supera al defensa brasileño Bigode y finge lanzar un centro ante el arquero Moacir Barbosa; éste se va con el engaño y da un paso hacia adelante mientras que Ghiggia aprovecha la ocasión y patea un violento tiro entre el arquero y el poste.
Segundo gol para Uruguay y las graderías, donde minutos antes reinaba la euforia, quedan en absoluto silencio.
Brasil ataca con todo su poderío en los minutos que le quedaban de juego pero le fue imposible revertir el resultado. ¡Qué sopor y qué bochorno!,diría el inolvidable Piporro. Cuando el árbitro inglés George Reader silbó el final del partido la mayor parte de los 173 mil 850 asistentes enmudeció; el público salió en silencio o, de plano, llorando, apenados e incrédulos ante una derrota totalmente inesperada. La banda de música, sin percatarse de que era un final de copa, y que ésta sería entregada a Uruguay, no ejecutó pieza alguna.
Cuando el encuentro estaba empatado, el presidente de la FIFA, Jules Rimnet dio, en los vestidores, los últimos toques a su discurso de felicitación para Brasil, pero al salir, cuando el encuentro acababa de concluir, se llevó la sorpresa de no ver ningún festejo. Un silencio desolador dominaba el estadio. Ni guardia de honor, ni himno nacional, ni discurso ni entrega solemne. Tan desconcertado quedó Rimet con la copa en los brazos que apenas pudo acercarse al capitán uruguayo Obdulio Varela, al borde del terreno de juego, darle un apretón de manos y en silencio entregarle, casi a escondidas, el trofeo.
¡Qué exagerados!. Aquí en México también el efecto Messi preocupaba (hace dos años) a muchos. Aunque un desenlace como el del Maracaná en 1950 nos hubiera dado lo mismo ganase quien ganase. Porque aquí lo mismo se festeja un triunfo de la selección, o una final de Liguilla, que la derrota de los enanitos verdes. Triunfos y derrotas se celebran por igual en El Ángel (como se ha dado en llamar al monumento a nuestra independencia), con unos ridículos sombrerotes, con la euforia que dan las caguamas y al grito de ¡viva México cabrones!.
Porque todo puede suceder en un país en el que el futbol más que un deporte, es una religión.
o0o