Una historia de amor, traición y venganza durante el porfiriato
Intrigante y siniestro como la mayoría de sus sucesores, activista de la doctrina Monroe y ferviente impulsor del destino manifiesto, confundió al territorio mexicano con un ejido en tiempos de Carlos Salinas, contribuyó al divisionismo en el recién instaurado imperio mexicano y dejó la semilla de lo que años después sería una desastrosa guerra.
Su padre, Elisha Poinsett, cuáquero y esclavista confeso, alternaba su actividad de profesor de física con la de clavicordista acompañando al coro en los oficios dominicales de Charleston, Carolina del Sur, población en la que en 1779 nació Joel Robert.
Desde que nuestro país alcanzó su independencia en 1821 sus relaciones con Estados Unidos resultan difíciles y llenas de problemas: en 1822 Washington reconoce la independencia de facto pero no de jure y en ese mismo año envía a Joel R. Poinsett, combatiente en la guerra de independencia (de su país), en calidad de observador. En correspondencia México designa a José Manuel Zozaya como su representante en Washington. Sus instrucciones son precisas y claras en el sentido de lograr con Estados Unidos una relación fincada en la independencia y en la igualdad de derechos.
Joel R. Poinsett había estado en años anteriores, también como observador, en Venezuela, Chile y otros países sudamericanos para calibrar las posibilidades de que alcanzaran su independencia de España.
Tras la caída del imperio en 1823 Poinsett llega, ahora sí, con carácter de ministro plenipotenciario. Y pensaba, igual que su gobierno, que la línea de demarcación entre ambos países, mediante el convenio firmado entre Washington y España en 1819, no era la adecuada y que por tanto se podían discutir opciones para ceder parte del territorio (mexicano) por el cual se pagaría hasta 5 millones de pesos.
Para Estados Unidos comprar era cosa de todos los días; primero había comprado a las compañías inglesas, después a los indios; a los franceses les compró la Louisiana y por último pagó a los españoles por las Floridas.
En cambio para México, la tierra constituía un territorio nacional no negociable; era su patrimonio y parte indisoluble de su integridad territorial.
Para llevar a cabo sus objetivos, Poinsett comenzó a intervenir en la política interna; gestionó la fundación en México de la logia de york y se involucró tanto en los asuntos del país que el gobierno mexicano se vió en la necesidad de pedir su retiro inmediato. En 1829, en nota diplomática dejó al gobierno de Washington su posición muy clara: “.. .las cosas han llegado a un punto que el gobierno de México faltaría a sus deberes más esenciales si no pidiera al de Estados Unidos de América, el llamamiento de su ministro.”
El cuáquero Joel R. Poinsett hubo de regresar a su país sin haber conseguido el objetivo de su misión, pero antes tuvo –contra su voluntad– qué firmar la ratificación de los tratados tal cual habían sido concebidos en 1819. Esto puede considerarse como la primera gran victoria diplomática respecto a la frontera, y se logra gracias al reconocimiento de que la defensa de México debería ser, ante todo, jurídica.
Pero al partir Poinsett dejó sembrada la cizaña de la división entre nuestra clase política. Lo que iba a seguir agravaría la situación hasta llegar a los desafortunados sucesos de 1847.
A Joel R. Poinsett también le agradaba la botánica y a ella se dedicaba en sus ratos libres. Y estando en Taxco de Alarcón, en el estado de Guerrero descubrió una planta tropical que le fascinó. Sus hojas permanecían verdes todo el año, pero al llegar el invierno adquirían una tonalidad rojo sangre. Los antiguos mexicanos se referían a esa planta comocuetlaxochitl; su nombre científico es Euphorbia.
De regreso a Estados Unidos llevó con él algunas de esas plantas así como semillas, las que germinaron sin problema en las fértiles tierras de New Hampshire, Montana, Dakota del Norte y Virginia. Bella y lozana, sobre todo en los inviernos de la frontera norte de la Unión, la planta se popularizó y con el tiempo, justo por la persona que la había llevado desde el trópico, los gringos la llaman desde entonces poinsetta. Aquí los mexicanos la conocemos simple pero dignamente como flor de nochebuena.