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CDMX, 5 de marzo, 2017.-Relacionar el agua y el desierto parecería cosa poco afortunada. Relacionar el pasado y el instante presente parecería cosa extraña. Relacionar el genocidio de las culturas originarias y la represión a un movimiento político parecería cosa forzada.
Sin embargo, esto es lo que hizo el chileno Patricio Guzmán en el documental El botón de nácar; trabajo que se hizo merecedor del premio Oso de Plata al Mejor Guion, en la Berlinale 2015. Aquí sólo unas acotaciones de esta memoria acuosa, porque el documental es como el mar, inabarcable.
Patricio Guzmán se pregunta por qué si Chile, con sus 2670 millas de costa es quizás uno de los países con mayor cantidad de océano, es una nación que no mira hacia el mar. Para dar respuesta a esto, trae a la memoria a los y las que un día sí hicieron del mar su territorio.
Culturas originarias que no se asentaron en la tierra sino que fueron nómadas que vivieron yendo y viniendo entre los fiordos del archipiélago más largo del mundo. Culturas que debido a la colonización fueron llevadas a casi su exterminio.
Pues de los miles que surcaban y hablaban con el mar sólo quedan 20 sobrevivientes; algunos de ellos fueron entrevistados, narrando sus experiencias con el mar en sus lenguas originarias que aún guardan la memoria para referir a ese universo de líquido.
A una mujer originaria se le preguntó si se siente chilena, ella respondió negativamente. Esta respuesta se entiende en términos de lo que para ella significa la nación, la historia patria, es decir, la experiencia de violencia que tiene como punto de arranque la necesidad del imperio inglés de tener un mapa para surcar el mundo entero.
En esta aventura colonial de los ingleses, auspiciada por el gobierno chileno, frente a su encuentro con los originarios de la Patagonia chilena deciden llevarse a algunos de ellos. Aquí surge la historia de Jemmy Button, un originario que fue llevado ante el Rey y su corte, al que se le enseñó el idioma imperial inglés y se le educó a la manera británica y que después de tres años fue regresado a su mar, pero para nunca más ser el mismo.
Guzmán cuenta que al llegar se despojó de su traje inglés y regresó con los suyos, pero ahora mascullando palabras mitad en su lengua materna y mitad inglés, enloquecido.
Como enloquecida fue la cacería de estos pueblos marítimos y de sus culturas originarias. Pues por cada testículo de hombre, seno de mujer u oreja de niño se pagaba una recompensa a los colonos que se dieron a la caza de los originarios que fueron reducidos a la miseria y al alcoholismo (las fotos de archivo que se montaron para el documental son signos indíciales de esta catástrofe).
Ecos de experiencias coloniales que se han repetido en todo nuestro continente, en el pasado pero también en el presente. Esta violencia genocida tendrá, pues, una reactualización en Chile donde el mar tendrá su propio capítulo.
Fueron llamados los “vuelos de la muerte” la manera de exterminio practicada por el régimen dictatorial chileno, consistente en arrojar desde pleno vuelo a personas hacia el mar, tecnología que no fue exclusiva del régimen chileno (se sabe que nuestro glorioso ejército mexicano también la practicó en su combate contra la guerrilla en el estado de Guerrero), así lo constató la voz masculina, que en medio del silencio y de la oscuridad de la sala cinematográfica, lanzó un: ¡Esto mismo pasó en México!
Guzmán nos explica junto con un investigador la forma en que se llevaba el procedimiento de terror. Inyectarle al detenido, ya recostado, una sustancia mortífera, amarrarlo con a un pedazo de riel de ferrocarril de aproximadamente 30 kilos de peso, envolverlo con bolsas de plástico y por fin cubrirlo de pies a cabeza con sacos.
Y así llevarlo en una aeronave a la costa chilena y soltarlo al mar. De aquellos miles de chilenos y chilenas que fueron desaparecidos con este proceder sólo regresó el cuerpo de una mujer con los ojos abiertos, del resto sólo quedó un botón que se asió a la superficie del riel junto con corales marinos.
Vaciar el mar con una cubeta, si bien representa una empresa casi imposible, no es del todo; lo que si imposible es encontrar un lugar en la Tierra en dónde vaciar tal cantidad de agua.
Quizás por eso Patricio Guzmán, quien narra su propio guion, sueña que en algún punto del universo los integrantes de las comunidades originarias (quienes pintaban sus cuerpos, como los selk’man, con tonos blancos para representar el universo en sí mismos) que fueron arrasados y masacrados por los colonos chilenos y extranjeros, hayan encontrado un mar para seguir surcando sus aguas como lo hicieron por miles de años, aquellos que un día fueron los caminantes de su mar.
Amable lector y lectora el documental El botón de nácar de Patricio Guzmán se exhibe en las salas de la Cineteca Nacional, por favor vaya, no se arrepentirá.
El autor es de origen Ñuu Savi y académico de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales (FCPyS) de la UNAM. Licenciado en Ciencias de la Comunicación con la opción terminal de Comunicación Política por la FCPyS; Maestro en Comunicación y Política; y Doctor en Ciencias Sociales con especialidad en Comunicación y Política por la UAM Xochimilco ([email protected]).