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Nezahualcóyotl, 23 de diciembre, 2016. —¿A qué hora te vas a acostar?— preguntó Toña a su esposo, don Gume. No contento con agarrar la jarra desde la primera posada hasta el año nuevo, cayó de nuevo en tentación etílica durante la noche de Reyes.
Y mantuvo buen ritmo, y así hubiera continuado de no ser por su domadora, que insistía:
—¿A qué hora te vas a acostar, viejo payaso?
Don Gume se contentaba con responder:
—No sé… No… cheee…
Pero conforme disminuía el contenido de la botella de caña brava jarocha, emitía, tarareaba aquella variante de la misma respuesta tan aborrecida por su mujer:
—No…cheee tropical, cálida y sensual… —¡Ya, viejo payaso! Tus hijas quieren acomodar los juguetes de los Santos Reyes. Pero cómo, si los camiones escuincles no se pueden dormir con tu radio a todo volumen —le gritó la doña en un tono que él reconocía como de ultimátum; por eso, para no pelear, se calzó los botines cubiertos de cal, tomó su sombrero y ya en la puerta dijo:
—¡Me voy a la base, ruca neuras! Ya cásate, ¿nooo? Voy a ver a mi carnal, de perdida está menos feo y arrugado que tú.
—Porque no ha vivido tantos años contigo, desgraciado pulquero. A ver si me saludas a No Vuelvas; vete a quedar con tus viejas del tinacal, piernas de botita de miel: hinchadas y escurriendo pus. ¡Váyase a la base, pero a la…varse las nalgas! La banda lo vio pasar. Llegó hasta el domicilio de su hermano menor, cincuentón y abstemio, pero siempre con un trago para ofrecer al sediento. Todos excepto él dormían. Bajó el volumen del televisor y atendió a su hermano, escuchó la retahila de insultos que Gume dirigió a su mujer y sonriente, palmeándole la espalda, lo tranquilizaba:
—Te gusta hacerle al loco, si bien que sabes ya cómo es mi comadre —en su rostro oscuro y bonachón aparecía una sonrisa de gato viejo y ronroneante—. Pero si te gusta el trago, no te lo eches tan de sopetón.
Don Gume volvía a monologar:
—Es que esta vieja cara de hacha se la pasa fregándome; ahora me trae jodido porque no he trabajado estas semanas; no sé qué alega, si de comer no le falta; en balde los años que la he aguantado: de pilón se le ha metido lo católica y ahí anda con sus imágenes de Juan Diego; total, si como dice mi compadre Frank Moon: “Si van a canonizar a Juan Diego porque se le apareció a la virgen, que canonicen al Gume, que también se le apareció a muchas morras.” Así estuvo hasta que el cansancio lo venció.
Comprensivo, su hermano alzó poco el volumen del televisor: esperaría un rato para llevarlo a su casa. Tras el enorme espejo del tocador estaba el ventanal de la recámara donde las cuatro sobrinas solteras de don Gume dormían.
No esperó mucho su hermano a Gume: algo agitó su cuerpo, levantó la cabeza que descansaba sobre los brazos, en la mesa, y volteó para todos lados.
—Qué, qué, ¿ya te quieres ir? —preguntó el hermano, pero no obtuvo respuesta: Gume se levantó, de un salto trepó sobre la silla y diciendo:
—¡Espérame, ¿cuál es la prisa?! —saltó sobre el espejo y cayó en medio de las dos camas, detrás del ventanal. Al estruendo siguieron gritos de terror, ladridos de los perros, cuatro muchachas cubriéndose los senos, desgreñadas e histéricas, y un hermano preguntando a gritos:
—¿No te cortaste, idiota? ¡Por ahí no era la salida! Cuando Gume despertó en su cama, sonrió picarón; recordaba, como producto de un sueño, la visión de aquellos cuerpos femeninos juveniles, con los senos descubiertos; estiró los brazos para desperezarse y advirtió algunos rasguños y leves cortaduras en los brazos.
Comenzaba a interrogarse cuando entró su mujer y le dijo:
—¡Vaya, vaya, ya era hora! Van tres veces que viene tu hermano, que quiere hablar contigo… Ya todo el barrio sabe tu gracia…