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Haremos valer el triunfo de Claudia Delgadillo en Jalisco: Mario Delgado
Nezahualcóyotl, 28 de diciembre, 2016.- Había que ver cómo los chavitos se revolcaban de risa. Y el pobre Rayas metiéndose los dedos a la boca para echar afuera toda la torta, porque nomás de puro goloso que es se la atascó todita y a ninguno de sus cómplices convidó. A buena hora, porque si no aquello hubiera estado bastante feo.
Y es que al sobrino del Mamachido ya lo habían agarrado de puerquito en la primaria. Tiro por viaje le daban baje con sus lápices, con la torta, le agarraban las hojas de sus cuadernos para ir al baño, y luego se las ponían con todo y el sello de garantía.
No es que el chavalo sea rajón, pero aparte de que en la escuela lo barqueaban, en su casa bien que le tundían por los útiles que le faltaban. Mamachido le daba buenos consejos: que no te dejes; que avísame cuando te vuelva a hacer algo para ir a ponerle un susto, dile que si sigue de manchado cualquier día voy a su casa y le meto dos que tres plomazos a su padre, a ver qué siente.
Pero el chamaco es tranquilo, o quién sabe si hasta tontito, o de plano es idiota: tenía que ser familiar del Mamachido, es lo que digo yo, ¿a poco no? Total, que como los chavitos seguían manchándose con el sobrino, un día quedamos que entre todos los de la banda le íbamos a hacer el paro. Para nada queríamos jugarle al sarampión.
El se encargaría de ejecutar la venganza. Nosotros le ayudaríamos a conseguir la materia prima. Era justo y necesario, diría el padrecito de la iglesia. Una tarde nos la pasamos espiando lagartijas. Si lo que más le gustaba a los chavos era bajarle la torta al chavito, por ahí sería el desquite. Atrapamos dos que tres, pero siempre salía de entre las láminas del cantón de Gorigori una más efectiva: entre más viejas, mejor, con la cola costruda y el lomo pelándoseles por aquello del cambio de piel.
Cuando por fin escogimos una al gusto del chavito, nos fuimos todos a la casa del Manuel, que todavía conservaba el equipo de disección que nos pedían en la secundaria. Todos le hicimos al cirujano, hasta que por fin terminamos de encuerar al lagarto.Se veía bonito, parecía filete de pescado.
El chavito gozaba en grande, saboreaba por adelantado la maldad. Es que ya se la habían hecho gacha varias veces y a la hora del recreo nomás veía cómo los enanos gandallas disfrutaban su telera con huevo y jamón.
De ribete, hasta le reclamaban que siempre la llevara de lo mismo. .”Ora, si a esas vamos, que la sientan gacha”, dijimos. Y eso que apenas van en segundo año, en sexto van a ser los gruexillos. A Roperón se le ocurrió que le dejáramos la cabeza al animal aquél.
—Está bien, si no qué chiste tiene: cuando les diga que comieron lagartija, no se la van a creer —alegaba el Gori. En la nochecita ya habíamos dejado lista la torta, hasta conseguimos mayonesa y mostaza, frijoles refritos, jitomate, lechuga y aguacate, chiles curados en vinagre y cebolla.
El sobrino de Mamachido se venía de gusto cuando freímos el lagarto.
—¡Qué chida se las vamos a hacer, ¿verdá, tío?
—Para que no vuelvan a meterse contigo, carnal, verás —le contestaba él.
La cabecita la cubrimos bien con mostaza y frijoles. Lo malo fue que al otro día tuvimos que ir a la escuela del chavito, a la hora del recreo, para compartir la venganza. El nos veía a través de las rejas. Para variar, le habían dado baje con la torta.
—Es tan idiota, que si no se la quitan se la come —decía Gorigori. Pero por la sonrisa y los nervios del chavito sabíamos la neta. Su flota soltó la carcajada cuando el mentado Rayas se llevó los dedos a la boca y extrajo la cabeza de lagartija con unos cuantos huesos de espinazo.
Cuando terminó de descomer, con su banda quisieron ajusticiar al sobrino. Pero agarró vuelo y fue hasta la reja.
—A ver, aviéntate: al fin que aquí están mi tío y sus cuates. O si quieres, tráite a tu papá, a ver —retaba el chavalo.
El Rayas se fue, humillado y ofendido. Ya qué le quedaba, ¿no?