Estado de México, 21 de diciembre de 2017.- No queda duda alguna que, José Antonio Meade, precandidato presidencial del PRI, representa la continuidad de un proyecto de nación que aún vislumbra sus tan añorados resultados, que supuestamente serían impulsados por las llamadas reformas estructurales durante la presente administración federal.
Tan evidente es el caso que posterior a recibir su constancia como precandidato oficial, enunció un discurso en el cual elogió al Presidente Enrique Peña Nieto como “un arquitecto del cambio”, cuyo proyecto ha puesto a México en la ruta indicada. Por lo que la idea de transformar o reinventar al país es equivocada, pues sólo se deben “consolidar los cambios, ampliarlos y profundizarlos”.
En un México que para el tercer trimestre registró un crecimiento económico de sólo el 1.5 por ciento, y con 53 millones de pobres, la visión de Meade, es que los únicos retos que enfrentará el próximo Presidente de la República serán el de la inseguridad, donde el presente año se registró como el más violento en los últimos veinte años; y por otro lado el tema de la corrupción, que le sigue constando al erario público y la economía mexicana miles de millones de pesos.
De hecho, es una obviedad que el itamita difícilmente marcará distancia con el Presidente Peña Nieto, y que incluso seguirá apostando por los resultados de las reformas que se llevaron a cabo por su administración.
Asimismo, el próximo candidato priista ha intentado mostrar una imagen ciudadana, la cual se tradujo en la coalición electoral nombrada “Meade Ciudadano Por México”, sin embargo, y a pesar de no tener una militancia partidista, está claro que se servirá de la maquinaría clientelar priista para ganar adeptos en la contienda electoral, además de ya haber sido arropado por la estructura corporativista, que por años ha impedido la modernización del país.
La continuidad es un rumbo incierto para México, sobre todo porque algo que no ha podido concebir el pensamiento político de los tecnócratas liberales emanados del PRI, es que no es posible afianzar los resultados de reformas económicas de gran trascendencia, sin antes cambiar el modelo corporativo y corrupto que el mismo partido hegemónico creó para traer estabilidad al sistema político mexicano, pero que ya no resulta funcional para responder a las demandas del presente y del porvenir de México.