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Otro arrebato de intolerancia
Un instante de intolerancia echó a perder el discurso del presidente Enrique Peña Nieto el lunes pasado. Un discurso que pudo haber terminado bien, pues al contrario de lo que podría pensarse, antes de pisar esa arena movediza Peña Nieto había hecho lo que incluso podría considerarse una autocrítica sobre el desempeño de su gobierno frente al problema de la violencia.
De acuerdo con el orden que refleja el comunicado que emitió al respecto la Presidencia de la República, había dicho, por ejemplo, que “el tema de la seguridad debe seguir siendo de la más alta prioridad para el gobierno, que es el principal responsable, y para la sociedad misma”, pues “estamos llamados a prestarle, más que nunca, una mayor atención, sobre todo ante las cifras objetivas que parten de denuncias realizadas, que parten de los trabajos que las procuradurías de justicia del país llevan a cabo y la estadística que se levanta a partir de ahí para reconocer que, efectivamente, en los primeros tres años de esta administración logramos ir reduciendo de forma importante la comisión de varios delitos”.
Había expresado incluso que “reconocimos también que en 2016 y 2017 han sido años donde lamentablemente la delincuencia y la inseguridad han cobrado nuevamente mayores espacios”, palabras que no difieren de lo que un momento atrás expresó la señora María Elena Morera, quien en su papel de presidenta de la organización social Causa en Común, lo dijo como debía decirlo: “esta masacre nosotros sí la consideramos de proporciones bélicas: los asesinatos, las desapariciones, las violaciones a los derechos humanos, los secuestros, las extorsiones, los robos, ya se hicieron parte de la vida misma de los ciudadanos. La violencia que vivimos ya no es temporal ni regional, es endémica y de alcance nacional. No se ha logrado contenerla y mucho menos revertirla”.
Ya que se trataba del “Sexto Foro Nacional Sumemos Causas por la Seguridad”, las palabras presidenciales parecían a tono con el momento y la franqueza que corresponde a un encuentro de esta naturaleza.
Pero la irritación venció al Presidente y a continuación agregó que “lamentablemente, a veces se escuchan más las voces que vienen de la propia sociedad civil, que condena, la propia María Elena lo señaló en su discurso, que condena, que critica, que hacen bullying sobre el trabajo que hacen las instituciones del Estado mexicano. Y, perdón que lo diga, y aquí entramos en un problema todavía más grave, queremos actuación responsable y eficaz de las instituciones a las que todos los días, o casi todos los días, pretendemos desmoronar o descalificar, especialmente a los integrantes de las corporaciones policiacas”. Ahí se perdió la integridad del discurso. Pero volvió a aparecer en las líneas siguientes, donde otra vez Peña Nieto parece coincidir con aquellos que critican la ineficacia de la estrategia contra la inseguridad. Véase, por ejemplo, este párrafo: “Escuchamos, muchas veces, las voces que con valor y valentía son críticas a los esfuerzos vanos e ineficaces en el combate a la inseguridad, y muy pocas voces escuchamos cuando hay algo digno que reconocer en la tarea de las fuerzas de seguridad pública, en la tarea de las Fuerzas Armadas, que tienen que actuar cada vez con protocolos de mayor rigor, con absoluto respeto a los derechos humanos, y cuando se pone en duda que lo hayan hecho, nadie sale a hablar por ellas, nadie sale a defenderlas, nadie habla, respalda y apoya la buena actuación de las policías; las dejamos solas, las abandonamos”. Exactamente: los esfuerzos “vanos e ineficaces” son los que motivan las críticas como las que ahí mismo escuchó el Presidente. Pero no tiene razón ni puede exigir Peña Nieto aplausos para las acciones que culminan en éxito, pues esa es la obligación primordial que le corresponder ejercer a las autoridades, la preservación de la seguridad de la población. Y porque, por lo demás, sí hay respaldo social a la buena actuación de las fuerzas armadas, que para manifestarse no necesita del confeti que reclama el presidente.
Igualmente resulta coherente la afirmación de Peña Nieto de que acudió a ese foro “para recoger la crítica de la sociedad civil, porque tiene razón: no hemos llegado a las condiciones de seguridad a las que aspiramos”. Así es. Y si la sociedad civil tiene razón, ¿por qué acusarla de practicar bullying contra las instituciones del Estado? ¿Por qué embestir con las pesadas ruedas de la Presidencia una postura crítica? ¿Quién, en ese contexto, es el que hace bullying?
Detrás del estallido verbal del presidente Enrique Peña Nieto se advierte la frustración gubernamental por los magros resultados de la estrategia contra el narcotráfico y la violencia que trae consigo. Resultados nulos si se toma en cuenta que las matazones continúan como antes de este gobierno, y que amenazan con producir estadísticas peores al final del sexenio. No hay forma de eludir la conclusión de que en esta materia el gobierno de Peña Nieto sencillamente no ha podido, lo que contradice el postulado de que “México está, hoy, mejor que hace cinco años”, expresado hace apenas dos meses en su quinto informe de gobierno. Por eso es que, según las encuestas, casi 80 por ciento de la población reprueba la gestión de Peña Nieto. Es comprensible que tal estado de cosas no tenga contento al presidente, pero dejarse atrapar por la intolerancia es una reacción que sólo añade vinagre a los problemas. ¿Cómo se puede pedir a la gente que, encima de todo, aplauda?
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