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El Frente agoniza, el PRI destapa
Para la mañana de este lunes el PRI ya tendrá (casi) destapado a su candidato presidencial, mientras el Frente Ciudadano por México empieza a desmoronarse. Ambos hechos son parte de la misma operación política.
El instrumento que amaga con derribar al Frente es el jefe del Gobierno de la Ciudad de México, Miguel Angel Mancera, quien en un súbito arranque de dignidad exigió la aplicación de un método democrático y transparente para designar al candidato presidencial de la coalición, o –dijo– él abandona la alianza junto al PRD. Una exigencia extraña y tardía si se toma en cuenta que durante siete meses el PRD y Mancera negociaron con el PAN la creación de este frente en la más absoluta discrecionalidad.
A la luz de la fuerza electoral superior del PAN y la documentada debilidad del PRD y del propio Mancera, nunca existió la posibilidad de que el PAN cediera la candidatura presidencial al PRD y al propio Mancera. Esa fue la base operativa del frente, y por ese motivo se hizo público que la candidatura presidencial pertenecía al PAN y la candidatura a la jefatura de Gobierno de la Ciudad de México al PRD. La única duda desde el principio fue qué panista podría ser el candidato, y no hay un registro público de que Mancera se opusiera a lo anterior.
Asombra que el jefe de Gobierno proceda verbalmente ahora como si estuviera respaldado por una gran fuerza, cuando en el curso de su administración perdió la mayoría en la Ciudad de México y el PRD tiene en todas las encuestas un pronóstico de no más de 6 por ciento de la votación en las elecciones del próximo año. Con él como candidato presidencial, el PRD se hundiría al cuarto lugar con una votación exigua. Igual que con cualquier otro.
La única opción de sobrevivencia política que el PRD tiene frente a sí, es su alianza con el PAN. Esa es la principal motivación del PRD para formar el frente. Si esos son los hechos, ¿a qué se debe la repentina amenaza de Mancera de romper el frente con un alegato de falsa transparencia? La explicación podría encontrarse en el beneficio que la ruptura del frente, o su sacudimiento temporal, puede reportar al PRI.
En lo que parece ser una estrategia, el PRI se ha enfrascado en una lucha contra la creación del Frente Ciudadano por México. La hipótesis central de ello es que el PRI prefiere batirse contra Andrés Manuel López Obrador y Morena –que lideran todas las encuestas— sin que el Frente le estorbe o se alce como antagonista de López Obrador desplazando al PRI al tercer sitio. A ello obedece la campaña de medios que se ha organizado aparentemente desde el gobierno contra el dirigente del PAN, Ricardo Anaya Cortés, estratega del frente y el más fuerte aspirante panista a candidato presidencial. No existe certeza de que este modelo aplicado por el PRI tenga éxito, pero eso es lo que parecen creer en el partido oficial. Y ahí adquiere sentido el amago de Mancera de abandonar al frente, una presión que con su sola exposición produce el efecto de debilitar esta iniciativa.
Es posible que, a pesar del apoyo de las corrientes perredistas a Mancera, la amenaza no llegue a consumarse. Pero por lo pronto, creó un escenario conveniente para que el PRI efectúe el destape de su candidato presidencial en condiciones de pleno dominio, o bajo la apariencia de pleno dominio del orden político. A raíz de las declaraciones de Mancera, entre el viernes y el domingo se propagó como reguero de pólvora la versión de que el Frente Ciudadano por México había muerto, algo que no ha ocurrido y quién sabe si ocurra, mientras en el PRI se organizaba todo para comenzar el proceso de ungimiento de su aspirante. Para ese propósito, el secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, mediante filtraciones a la prensa hizo público la tarde de este domingo su retiro de la contienda interna, lo que deja libre el camino al secretario de Hacienda, José Antonio Meade, a quien la noche de ayer se daba ya por candidato seguro.
En estas circunstancias, es inútil tratar de descifrar el significado del destape ejecutado por el canciller Luis Videgaray en beneficio de su amigo José Antonio Meade, pues pudo significar cualquier cosa, lo mismo que las declaraciones de Peña Nieto en aparente desautorización de las palabras de Videgaray. Pudo haber sido una puesta en escena con el fin de pulsar el ánimo público y predisponer a la audiencia para lo que vendrá más tarde.
Sin embargo, no puede dejarse pasar lo importante de todo esto, el regreso del rito sucesorio priista y las graves implicaciones que trae consigo. El PRI designará a su candidato presidencial como antes, por la decisión exclusiva e intransferible del presidente de la República. No puede obviarse la carga de retroceso que conlleva este procedimiento, ni siquiera porque esté ausente uno de los componentes de esta alquimia, la certidumbre de que el candidato del PRI designado por dedazo será el ganador y futuro presidente del país. El PRI destapa al viejo estilo, mientras uno de sus adversarios afronta el riesgo de una agonía tan elaborada y oportuna que sencillamente no puede ser casual.
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