Sheinbaum anuncia inversión histórica de 157 mil mdp para trenes
CDMX, 5 de junio, 2017.- Una de las paradojas interesantes en las democracias de las últimas décadas es que rara vez gana la mayoría o, para ponerlo de modo más preciso: no es la mayoría la que vota por el candidato ganador. Y esto hace muy difícil conciliar la legalidad técnica de los ganadores con su legitimidad política.
Antes de que los pro-sistémicos rompan lanzas, no sólo me refiero a México, sino es una tendencia que ocurre en buena parte del mundo y creo que el argumento es igualmente válido si Morena ganara las elecciones en el estado de México.
Macron es un caso excepcional, por haber ganado con más del 60% de los votos (del padrón electoral, en la segunda vuelta, es decir, cuando la decisión sólo podía ser entre 2 candidatos); pero ni Trump, ni May, ni Peña, por mencionar algunos, obtuvieron una clara mayoría. Más bien son representantes de una primera minoría.
Entiendo que en una democracia, formalmente hablando, gana el que obtiene mayor número de votos. Eso no lo discuto. Lo que me interesa y creo que es un problema que está más allá de la sola ciencia política para adentrarse en el campo de la sociología política y, aún más, en el de una antropología política, es este fenómeno de fragmentación tribal de las sociedades contemporáneas.
Se trata de una suerte de polivalencia ideológica en la que muy difícilmente podemos localizar una narrativa que aglutine a una mayoría de la sociedad dentro de un proyecto común. Y habrá que ver cómo se traduce esto en el ejercicio del poder.
Si nos limitamos a las elecciones del estado de México, lo que se advierte son dos factores: (1) la mayoría de los electores no votó por Delfina ni por Alfredo del Mazo; (2) juntos, los votos de la izquierda (llamémosla así) —es decir, Morena, PRD y PT—habrían significado poco más del 50% del padrón electoral.
Sin embargo, es precisamente este carácter divisorio, tribal o estamentario, el que impide que incluso dentro de una misma línea ideológica se alcance ese consenso ideológico capaz de movilizar a la mayoría para alcanzar un proyecto común. La consecuencia de esa polivalencia o de esa fragmentación es que, paradójicamente, la propia estructura formal de la democracia, combinada con la ausencia de una cultura política crítica, contribuye para que se no alcance el objetivo principal de la democracia: que prevalezca la voluntad de la mayoría. Estamos, pues, ante una distorsión instrumental de la democracia ¡producto de la mecánica misma de los procedimientos democráticos!
El autor del artículo es académico de la FCPyS de la UNAM.