Poder y dinero
Las emociones entran a la oficina
Aunque las emociones impulsan el rendimiento en el trabajo, la mayoría de las organizaciones manejan su cultura más cognitiva que emocional. Erróneamente se tiende a asumir que las empresas son racionales y bajo esta óptica se suprime la pasión, creatividad y propósito de los colaboradores.
Sin embargo, catapultar más destrezas y productividad implican reconocer la “faz oscura” como algunos se empeñan en llamar a las emociones.
Hoy, el 75% de las carreras se truncan por falta de pericia para manejar problemas interpersonales, liderazgo insatisfactorio en momentos de dificultad o conflicto e incapacidad para adaptarse al cambio o provocar confianza.
El analfabetismo emocional se trunca al tratar de impulsar el cambio organizacional donde se multiplican las fricciones. Sin embargo, al asumir que en el trabajo existen emociones como miedo y ansiedad, se logra reducir la tensión que experimentan nuestros colaboradores y de forma paralela aumenta el compromiso.
Las organizaciones más exitosas integran sus culturas emocionales y cognitivas y alientan a las personas a ser abiertas y honestas sobre sus sentimientos. Esto aumenta la colaboración, productividad, creatividad, fiabilidad, compromiso de los empleados, responsabilidad, comunicación, confianza, autenticidad e integridad
Sin embargo, en muchas empresas prevalecen modelos que se empeñan en borrar las emociones en el ámbito laboral. Cuando esto ocurre se presenta la disonancia emocional o falta de alineamiento entre lo que se siente respecto a lo que se considera “aceptable” o “propicio” en un ambiente de trabajo. Esta discrepancia puede generar grandes conflictos y afectar la salud mental.
También incide negativamente en el rendimiento en el trabajo al propiciar falta de urgencia, pérdida de productividad, escaso compromiso de los empleados, alta rotación, métricas de baja calidad y carencia de innovación, creatividad y colaboración.
Urge entonces incorporar la cultura emocional en el trabajo. De manera natural ya tenemos una ruta incipiente para ello.
Por ejemplo, al difuminarse la barrera física de hogar y oficina durante el teletrabajo, también se lograron conectar sentimientos y emociones. El antiguo silo entre lo racional y emocional se pulverizó y comenzó a emerger el liderazgo empático. Después de todo no existe un “yo” personal y otro “profesional”. Es la misma persona.
¡Cómo abordar entonces las pérdidas suscitadas durante la pandemia? Cuando los directivos comenzaron a ser abiertos y honestos sobre las emociones y lograron expresarlas de manera auténtica pero productiva, detectaron que en sus equipos de trabajo aparecían más empleados colaborativos, creativos y confiables. Inició la era del liderazgo empático.
Este, a su vez, incidió en la seguridad psicológica que alienta a las personas a compartir sus ideas y ayuda a crear una organización más intrépida, escucharse los unos a los otros, estar atentos a las emociones negativas en los equipos de trabajo y asumir que somos cognitivos pero también emocionales.
En suma: las emociones importan. Son parte fundamental de lo que somos.