La lucha sigue/Artículo de Emilio Ulloa
Desde que se inscribió al PRI a los 20 años y luego de haber encabezado protestas estudiantiles contra el gobierno tiránico del presidente Gustavo Díaz Ordaz, el economista Ernesto Zedillo Ponce de León ejerció el poder político en su presidencia 1994-2000 con los rasgos propios de un tirano: verticalismo autoritario.
Sin embargo, Zedillo nunca pudo entender la política porque creyó que todo se arreglaba a manotazos tiránicos para imponer y quitar funcionarios del partido. Durante su campaña se comprometió a mantener una sana distancia del PRI como el partido del Estado, pero con sus comportamientos tiranos utilizó al PRI como lo que era: una organización subordinada a las voluntades tiránicas del presidente en turno de la República.
Zedillo estaba considerado por Salinas como el candidato presidencial para el 2000, después del sexenio de Luis Donaldo Colosio y lo mantuvo en activo y operando justamente con ese criterio tiránico del presidente y él mismo aceptando la subordinación a través de los usos tiránicos del poder.
Los hechos están a la vista y con pruebas documentales: Zedillo fue impuesto por Salinas como jefe de campaña de Colosio por la desconfianza a la debilidad política del sonorense y sus tentaciones de creerse candidato autónomo y comenzar a pactar con los adversarios de Salinas. Mientras Colosio fue una hechura de principio a fin de Salinas, Zedillo llegó al gabinete por recomendación y luego padrinazgo directo e inocultable de Joseph-Marie Córdoba Montoya, el superasesor salinista. Y como puño de choque tiránico de Córdoba, Zedillo encabezó el grupo anticamachista dentro del gabinete presidencial.
Zedillo es la prueba viviente de la ruptura de Colosio con Salinas que tuvo su punto culminante en el discurso agresivamente antineoliberal del sonorense el 6 de marzo en el Monumento a la Revolución. El 19 de marzo, cuatro días antes del magnicidio, Zedillo le entregó a Colosio una carta personal que es la prueba documental de la furia tiránica de Salinas contra su pupilo: en el texto de la misiva, Zedillo le aconsejó al candidato presidencial que hiciera un pacto con el presidente Salinas para reafirmar la lealtad tiránica, lo cual indicaría que Colosio ya había pactado por su parte la Secretaría de Gobernación para Manuel Camacho Solís como parte del compromiso central del candidato con la transición a la democracia y no con el mantenimiento tiránico del proyecto neoliberal del Tratado de Comercio Libre.
Ahí nació la alianza político tiránica de poder de Zedillo con Salinas y en la cual Córdoba Montoya fue una pieza clave: después del asesinato de Colosio, todavía como herida abierta en el proceso judicial, Salinas impuso por dedazo –auxiliado por hoy defenestrado priísta Manlio Fabio Beltrones Rivera, de los políticos más cercanos al candidato sacrificado– a Zedillo como el candidato sustituto, y Zedillo mustiamente agachó la cabeza a la tiranía política del Salinas, pero ya con la banda presidencial se dedicó a perseguir política e ilegalmente a Salinas para limpiar el ambiente de que era el beneficiario del magnicidio.
Zedillo ejerció el poder tiránico sobre el PRI, lo humilló públicamente y lo manejó con mano tiránica fuera de los ojos públicos, aunque el PRI le preparó una trampa en la que ingenuamente Zedillo cayó: en la XVII asamblea el PRI en 1996, los priistas pusieron el candado de un cargo previo de elección popular para el candidato presidencial del 2000. Zedillo, como buen tirano, entendía del abuso de poder pero no de la política y se topó con la pared de ese obstáculo cuando quiso imponer por dedazo como candidato presidencial uno de los validos tecnócratas neoliberales, Guillermo Ortiz Martínez o José Ángel Gurría Treviño, ambos también patrocinados por Córdoba Montoya.
Preso de la furia tiránica, Zedillo metió las manos en el proceso interno de la candidatura del PRI para impedir la nominación por voto abierto de Manuel Bartlett Díaz o Roberto Madrazo Pintado y no tuvo más carta que la de Francisco Labastida Ochoa, una mezcla de tecnócrata y político sometido por decisión propia a los mandatos tiránicos del neoliberalismo zedillista. Pero luego en la campaña, Zedillo abandonó a Labastida, se vengó del PRI negándole recursos públicos para la campaña y amenazó a los priistas el día de las elecciones con encarcelarlos si trataban de beneficiar el candidato priista.
Más tiránico autoritario que político democrático, Zedillo castigó PRI entregándole la presidencia de la República al PAN y se fue a Estados Unidos a trabajar al servicio de empresas estadunidenses que había privatizado en su sexenio.
Política para dummies: la política es el arte amargo de la memoria.