Libros de ayer y hoy
La actriz italiana Sophia Loren tenía un dicho muy peculiar y cierto a la vez: “Una madre siempre piensa dos veces, una por ella y otra por su hijo”, pero cuando añadimos a esta fórmula el trabajo, hablamos de un reto que no siempre es fácil de superar.
A esto sumamos que las madres mexicanas son uno de los grupos sociales más afectados por la pobreza. Y es que no solo tienen mayores probabilidades de padecerla, sino que sus consecuencias las transcienden, pues influyen también en la calidad de vida de sus hijos y contribuyen a su reproducción intergeneracional, es decir, a que éstos, sus hijos, sus nietos y descendientes también la padezcan.
De acuerdo con datos de la Encuesta Intercensal 2015 del INEGI, 27.8% de las mujeres de 12 y más años con al menos un hijo vivo ejercen su maternidad sin pareja; 21.3% están separadas, divorciadas o viudas, mientras que 6.5% son madres solteras.
Algo que también cabe destacar y que llama la atención es la brecha entre hombres y mujeres. A diferencia de la dinámica de la pobreza masculina, que se vincula principalmente con la pérdida de empleo o de ingresos, la pobreza femenina está relacionada también con las restricciones que la vida familiar impone al trabajo remunerado de las mujeres.
La mayor parte de los recursos de los hogares destinados a satisfacer las necesidades básicas de sus miembros proviene de los ingresos laborales. En ese sentido, la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE), revela que en el cuarto trimestre de 2016, la tasa de participación económica de mujeres de 15 y más años es de 43.3% y casi el 32% trabaja en el sector informal.
Las mujeres con hijos no tienen las mismas oportunidades en el ámbito laboral que los hombres y que las mujeres sin descendencia, ya que todavía sufren las “desventajas por la maternidad” que les impiden participar en el mercado de trabajo con todo su potencial. Mientras el 98,4% de los hombres con hijos y el 79,6% de las mujeres sin hijos están ocupados o buscan activamente empleo, solo lo hace el 60,6% de las madres. Las más perjudicadas, son las más pobres, con menos años de educación formal, mayor cantidad de hijos y aquellas que conviven con niños pequeños.
A todo esto, generalmente son las madres las que, a pesar de trabajar fuera de casa, también se encargan de las tareas del hogar.
La sobrecarga de trabajo o doble jornada laboral que se produce cuando las madres no tienen apoyo suficiente para la realización de un trabajo remunerado, más las tareas del hogar y de cuidado, afecta a su calidad de vida y bienestar personal, limita su capacidad de compartir tiempo de calidad con sus hijos y condiciona su inserción en puestos laborales con jornadas extendidas, generalmente de mayor calidad y con mejores remuneraciones. Además, en muchos casos, los efectos beneficiosos de la actividad laboral femenina, tales como la inserción social, el desarrollo personal y la autonomía económica, suelen estar acompañados de tensiones y negociaciones en la esfera familiar. Todo ello, influye sobre el bienestar presente y futuro de los niños.
Si bien para reducir la pobreza femenina y familiar es necesario propiciar la incorporación de las madres al mercado de trabajo, dicha participación debe producirse en puestos de calidad, es decir, que brinden protección social, condiciones de trabajo decente, mejores montos y regularidad de los ingresos, disponibilidad de servicios de cuidados infantiles para las familias que trabajan, y oportunidades de acceder a capacitación y progreso en el ámbito laboral.
Favorecer la obtención de ingresos propios a través de la inserción laboral de las madres y avanzar en la corresponsabilidad social de los cuidados es una cuestión de justicia social, una dimensión fundamental para combatir la pobreza desde el mundo del trabajo y favorecer el sano desarrollo de los niños desde sus primeros años de vida. Es mi opinión…