Inseguridad y violencia no paran
Si el presidente mexicano ha sido capaz de formular –de manera pública–, más de 80 mil mentiras en poco más de 40 meses, ¿por qué no regalar a los ciudadanos una mentira más?
Sí, la mentira de que México es potencia en reservas probadas y probables de Litio, el llamado “oro blanco”, que es el verdadero motor de la industria automotriz no contaminante.
Pero a la mentira anterior –la del supuesto potencial mexicano en Litio–, se suma un engaño aún más grosero, una apresurada reforma a la Ley Minera que –según López–, “garantizará que el Litio es nuestro”.
Es decir, que mediante una retórica “engañabobos”, el presidente mexicano ordenó enmendar un ordenamiento legal reglamentario –como la Ley Minera–, para que aclare lo que de manera clara establece la Constitución desde su promulgación, el 5 de febrero de 1917.
Y sí, resulta de risa loca.
Pero lo peor, sin embargo, es que los lacayos de Palacio en San Lázaro se negaron a lo elemental, a su verdadera razón de ser; el diálogo y el debate de la Ley Minera, en el mismísimo parlamento, en la casa del pueblo.
Aún así, lo cierto es que el presidente y sus corifeos cada vez engañan a menos mexicanos. Y es que López podrá decir misa pero la farsa “engañabobos” del Litio no es más que “una reforma vitacilina”; un mero “ungüento político” para calmar la derrota en el caso de la Reforma Eléctrica.
Pero vamos por partes. ¿De dónde salió el cuento de que México es una potencia en litio por sus yacimientos probables y probados?
Curiosamente la falsa información salió de las empresas mineras que explotan el Litio en Sonora. la norteamericana Bacanora Lithium y la china Gangfeng, las que a través de su amigo, Alfonso Durazo, hicieron llegar a Palacio el falso dato de que en México se descubrió el más grandes yacimiento de litio del mundo en los estados de Zacatecas y San Luis Potosí.
Por pura casualidad, esas mismas empresas habrían financiado, meses después, la candidatura de Alfonso Durazo al gobierno de Sonora.
La información falsa pronto llegó a medios especializados y en “la mañanera” del 20 de junio del 2020 uno de los dizque periodista de Palacio le preguntó al presidente si debía nacionalizarse el litio del yacimiento gigante.
La respuesta de López Obrador fue elemental y de sentido común: “no es necesario, ya que la Constitución garantiza que el litio es nuestro”.
Una respuesta presidencial que, a casi dos años, resulta totalmente contradictoria sobre el futuro del Litio.
Pero el informe falso de que México poseía el mayor yacimiento de Litio del planeta llegó al Senado en donde la secretaria de Economía de ese momento –y hoy responsable del INEGI–, Graciela Márquez Colín lo debió desmentir.
En efecto, en su comparecencia del 15 de octubre del 2020 ante senadores de todos los partidos, Márquez Colín dijo que la información sobre un supuesto yacimiento gigante de Litio era falsa y que se había tratado de una confusión ya que en el lugar del hallazgo los investigadores contabilizaron como Litio todos los componentes arenosos de la zona, cuando en realidad existe una muy baja concentración del mineral.
En los hechos, México no aparece entre los diez países –ni del mundo ni del continente–, con la mayor reserva probable y menos probada de Litio.
¿Y entonces, por qué la urgencia presidencial de modificar la Ley Minera, para “que el Litio sea nuestro”.
Queda claro –como ya se dijo–, que se trata de un ardid presidencial “engañabobos”. Y es que ante la debacle de su gobierno, frente a tropiezos de escándalo como el fallido “revocatorio” y luego del fracaso de su Reforma Eléctrica, al presidente mexicano le urge mostrar una victoria.
Y esa supuesta victoria es la “Ley Minera” que no hace otra cosa que ratificar lo que ya dice la Constitución sobre todos los minerales
¿Pero qué es el Litio?
El Litio encabeza la lista –en La Tabla Periódica de los Elementos–, de los metales alcalinos y su creciente influencia industrial y medicinal se debe a que es –de todos los mentales–, el que cuenta con la mayor capacidad de almacenamiento y transferencia de energía.
Por eso es mayor la demanda en todo el mundo para la fabricación de baterías recargables en toda clase de dispositivos digitales, ordenadores y, en especial, en las potentes baterías de los automóviles eléctricos.
El Litio, sin embargo, no se encuentra en la naturaleza en estado puro, ya que debido a su composición atómica reacciona de manera espontánea con el oxigeno, el agua y muchos otros elementos químicos y orgánicos, dando origen a una larga lista de compuestos de Litio.
Por esa razón la extracción del mineral de Litio resulta no solo compleja, sino costosa y requiere de una gran cantidad de mano de obra, de agua en abundancia y, sobre todo, de una costosa tecnología especializada.
También por eso, en los principales yacimientos del mundo la extracción está en manos de empresas privadas, las mismas que pagan el costo y el riesgo de la investigación del tamaño y el potencial de los yacimientos, además de toda la cadena de exploración, explotación y comercialización.
En la naturaleza los mayores yacimientos de Litio se han descubierto en lo que fueron fondos marinos geológicos y, por eso los mayores del mundo se localizan en los desiertos de Uyoni, en Bolivia y Atacama, en Chile.
Las mayores reservas mundiales de Litio están en Bolivia, Chile y Argentina, en donde se han probado el 50 por ciento de los depósitos del mineral, mientras que hoy los mayores productores son Australia y China.
Lo ridículo del tema es que con la nueva Ley Minera –ordenada por López Obrador–, “morenistas” como el senador Armando Guadiana –quien compró la senaduría gracias al financiamiento de Morena en Coahuila–, criticaron severamente los cambios a la dicha Ley, ya que ven en serio riesgo sus negocios, no la salud económica del país.
Guadiana dijo que la Ley Minera y el acotamiento en la explotación del Litio harán que huyan de México las inversiones mineras; algunas de las más grandes inversiones foráneas de la historia.
Al final, asistimos a una nueva farsa “engañabobos”, la mentira de que “el Litio es nuestro”. Y si hoy el Litio es nuestro, ¿de quien era el día de ayer?
Es pregunta.
Al tiempo.