Libros de ayer y hoy
Los que saben coinciden en que la pandemia empieza a ceder, pero en el caso específico de México todavía no podemos cantar victoria ni es ese el único problema.
Vienen días difíciles que estarán acompañados de datos alarmantes, aunque ya sin el peligro de que en entidades densamente pobladas como la Ciudad de México o el Estado de México nuevamente veamos situaciones de emergencia en hospitales y centros especializados en el cuidado del COVID-19.
En realidad, el tema del semáforo ya es una decisión política y dejar el confinamiento será una responsabilidad individual que estará determinada fundamentalmente por cuestiones económicas más que de salud, con el riesgo que eso puede significar para cada uno de los hogares en donde finalmente se construirá la nueva realidad, generalmente muy diferente para cada familia.
Diversas investigaciones, principalmente de la UNAM y de instituciones internacionales prestigiadas como la universidad John Hopkins, indican que el punto más alto de la pandemia para México se ha corrido prácticamente un mes, con lo que será a partir de la segunda mitad de junio cuando se observen los peores números de contagios y muertes debido a que los ciudadanos no han cumplido a cabalidad los llamados para protegerse ni para permanecer en casa. De ahí las elevadas cifras de los últimos días y faltan más hacia adelante.
En general, en el país se alcanzó la capacidad sanitaria suficiente para enfrentar la enfermedad del coronavirus sin que colapse el sistema de salud pública, pero eso no es suficiente. La probabilidad de un rebrote seguirá latente y sus consecuencias pueden ser peligrosas, hasta en tanto no exista una vacuna y un tratamiento eficaz para atender este problema.
Falta mucho para ingresar a la “nueva normalidad”, especialmente en materia económica y social.
El tema económico es vital, porque a pesar de los anuncios gubernamentales de sus grandes obras como el Tren Maya, el Aeropuerto de Santa Lucía o las refinerías, el país carece de un plan de recuperación integral para el corto, mediano y largo plazo que contemple la incorporación amplia de la masa productiva que subsiste en la informalidad y que no solamente representa el 60 por ciento de la mano de obra, sino que además es la principal beneficiaria de los programas asistencialistas.
Aunque se pretende atender a la mayor parte de la sociedad, las acciones emprendidas son insuficientes por la magnitud de la crisis, no modifican el deterioro actual de la estructura productiva nacional y, por tanto, impiden construir oportunidades de progreso entre las familias.
De cara a problemas urgentes como la subsistencia, es inaudito que desde la comodidad del Palacio Nacional se proponga un decálogo para que los mexicanos enfrentemos “con optimismo” a la “nueva realidad” impuesta por el coronavirus, como si con eso se pudiera remontar la adversidad.
Pensemos en la animosidad de los micro, pequeños o medianos empresarios que han seguido la recomendación de suspender actividades o la de los cientos de miles de desempleados que no podrán pagar sus compromisos y tienen que llevar dinero a sus hogares, pero que ahora el gobierno les brinda, además del paliativo de algunas ayudas económicas por una sola vez y que no son para todos, argumentos morales y de espiritualidad presidencial que no garantizan certidumbre sobre el futuro inmediato.
Imaginen que para enfrentar la “nueva realidad” se dice que lo mejor es estar informados de las disposiciones sanitarias, se nos pide que actuemos con optimismo y demos la espalda al egoísmo o que, en medio de la desesperanza, la recomendación sea “no dejarnos envolver por lo material para alejarnos del consumismo”.
Pero eso no es todo, porque “ante el peligro de contagio y de la enfermedad, la mejor medicina es la prevención”; pero eso sí -y sin burla aparente- “defendamos el derecho a gozar” y “alimentémonos bien”, pero hay que hacer ejercicio y ya con toda seriedad se nos pide que “eliminemos las actitudes racistas, clasistas, sexistas y discriminatorias en general”, para salir a buscar “un camino de espiritualidad, un ideal, una utopía, un sueño, un propósito en la vida”.
Estas propuestas se hacen desde el nivel más alto del gobierno y sin que se muestre alguna señal en favor de un programa de recuperación, cuando para las familias y para el país el problema ¡es la economía!