Inseguridad y violencia no paran
Típico dilema poselectoral.
¿Quién ganó en las urnas y quién perdió el domingo pasado?
¿Realmente se puede hablar de un ganador y de un derrotado?
¿Qué ganó el ganador y qué perdió el derrotado?
Para empezar por el principio, primero un ejercicio memorioso del refranero popular:
“En política no hay sorpresas, sino sorprendidos”.
“El que no quiera ver fantasmas, que no salga de noche”.
Lo cierto es que, de manera puntual, el pasado domingo se cumplió lo que pronosticamos aquí y en otros espacios.
En efecto, a pesar de quienes se dicen sorprendidos por las derrotas del PRI y –en sentido contrario–, de aquellos que ven “el fantasma” de Morena, lo cierto es que no ocurrió ninguna sorpresa y no apareció fantasma alguno.
No sorprendió a nadie que “el viejo PRI”, hoy motejado como Morena, haya ganado de manera ilegal y con las trampas de siempre en cuatro elecciones estatales; Hidalgo, Quintana Roo, Oaxaca y Tamaulipas.
No es cierto el supuesto “fantasma de Morena” y tampoco es sorpresa que los opositores de la alianza “Vamos por México”, se llevaron los estados de Aguascalientes y Durango.
Y es que está a la vista de todos que el partido Morena es lo más rancio del viejo PRI y que sólo gana elecciones mediante trampas y gracias a sus alianzas con las mafias criminales; la misma historia que en los años 60, 70 y 80 del siglo pasado
En suma, el verdadero ganador de la contienda del 2022 –igual que en la elección del 2021–, fue la cultura de la trampa de Estado, el uso del dinero público para la compra de votos, el clientelismo electorero de los programas sociales y, sin duda, la compra de votos por parte de las bandas mafiosas que ya están “en el negocio de la política”.
Y para aquellos que dan saltos de gusto por las supuestas victorias de Morena y la presunta derrota del PRI, valdría la pena que revisen el origen priísta de las y los ganadores en Tamaulipas, Hidalgo, Oaxaca y Quintana Roo; que revisen el origen priísta del primer círculo presidencial, del jefe de Morena y del propio AMLO.
Por eso vamos al paso a paso de la contienda.
1.- Lo primero que se debe reconocer es que sigue viva la fuerza, la imagen y el liderazgo de López Obrador, el verdadero eje en torno al que se mueve esa fábrica de corruptos llamada Morena, a pesar del escandaloso fracaso de su gestión al frente del gobierno federal, en lo primeros 43 meses de gobierno.
2.- Pero tampoco se trata de un amor ciudadano ciego o platónico por el gobierno de AMLO y por el propio López Obrador.
No, en realidad se trata de “un amor por conveniencia”.
Y es que esa es la primera gran lección para los opositores de la alianza “Va por México”; la enseñanza de que la batalla del 2024 no será contra un partido o contra un gobierno; será la batalla contra todo el presupuesto federal volcado en el clientelismo electorero, la dádiva interesada y la compra de conciencias con migajas salidas de las arcas públicas, de manera ilegal.
3.- Será una batalla contra dos ejércitos poderosos, bien financiados, organizados y pertrechados en amplias regiones del país; el ejército de los “Servidores de la Nación” –convertidos en “mapaches electorales” –, y el ejército de las mafias criminales que, día a día ganan más territorio; amplían el cobro de rentas producto del crimen y de todos los negocios mafiosos.
4.- Y está claro que gracias a ese ejército al servicio del dueño de Morena, los mayores resultados en la elección del pasado domingo fueron para el partido oficial, que junto con sus rémoras electorales se llevaron las importantes plazas de Hidalgo, Oaxaca, Quintana Roo y Tamaulipas.
5.- Pero es igual de claro que la maquinaria del “viejo PRI” hizo ganar a Morena en todas esas entidades, gracias a una grosera elección de Estado, financiada con dinero público y cuyas pruebas son contundentes.
6.- Pero además, en los casos concretos de Hidalgo y Oaxaca la disputa fue entre priístas –incluso entre hermanos–, además de la evidente traición al PRI por parte de los gobernadores salientes.
En efecto, en Hidalgo y en Oaxaca todos saben que Omar Fayat y Alejandro Murat, entregaron la plaza a sus hermanos de sangre, agrupados en Morena, a cambio de impunidad.
En otras palabras, los señores Omar Fayat y Alejandro Murat compraron impunidad al entregar la plaza a Morena, lo que significa que no serán perseguidos a pesar del saqueo que cometieron en esas entidades.
Peor aún, tendrán un premio de consolación, consistente en una embajada o en un puesto en el gabinete presidencial, además de acciones y una carta de “bienvenida” –el pago de la lealtad–, al nuevo cártel criminal llamado Morena.
7.- Sin embargo, la estrategia de Palacio fue distinta en los estados de Tamaulipas y Quintana Roo. ¿Y por qué distinta?
Porque en esas entidades lo que se juega es mucho más que el control político de un gobierno estatal; está en juego el rentable negocio del crimen organizado que, por pura casualidad, financió con mayor intensidad las campañas de Morena en esas dos entidades.
Y es que, por ejemplo, mientras que Tamaulipas es una plaza estratégica para el cruce de droga, armas y migrantes a Estados Unidos –todos negocios manejados por los cárteles mafiosos–, en Quintana Roo existe el mayor paraíso turístico que, a su vez, es un edén para los vendedores de todo tipo de drogas y del manejo del no menos rentable negocio de la prostitución de menores de edad y mujeres jóvenes.
En Tamaulipas, además, fue evidente la estratagema de descrédito del gobierno estatal, de filiación panista, mediante una campaña orquestada desde Palacio contra el gobernador saliente, Francisco García Cabeza de Vaca; mandatario que terminó por entregar la plaza.
8.- Al final de cuentas, el domingo pasado quedó demostrado que Morena, que López Obrador y sus “tapado” usarán todas las tácticas tramposas del viejo PRI para ganar en el 2024.
Y es que le guste o no a López Obrador y a su claque, Morena es hoy la peor versión “del viejo PRI”; el partido que solo ganaba elecciones mediante trampas de Estado y alianzas con la mafia del poder.
Al tiempo.