Libros de ayer y hoy
Aunque la Iglesia católica mexicana ha puesto su mirada y buena parte de sus sueños hacia el 2031-2033 para llegar a la próxima década con una serie de propósitos y objetivos cumplidos; antes deberá cruzar una singular aduana que no sólo coincide con la anticipada incertidumbre política y democrática del país sino el necesario recambio generacional de obispos y arzobispos metropolitanos que den cabal expresión de una renovada cristiandad.
La repentina muerte del arzobispo de Xalapa, Hipólito Reyes, ha puesto cierta presión a los engranajes de evaluación y discernimiento en la Iglesia católica para pensar en las trayectorias y perfiles de los pastores mexicanos; no sólo por esta intempestiva sede vacante sino por las arquidiócesis que se encuentran ya en tiempos de analizar recambios en sus mitrados como Toluca, San Luis Potosí, León, Tulancingo y la, sumamente compleja, sede cardenalicia de Guadalajara. Se sabe, que en las dinámicas eclesiásticas se privilegia la prudencia; así que cuando un obispo alcanza la edad de retiro (75 años) su sucesión no es automática.
Se valora su estado de salud físico y mental, el trabajo pastoral que realiza, los proyectos diocesanos y, en especial, un aspecto nunca declarado pero altamente evidente: las tensiones que el mitrado provoca hacia el colegio episcopal o con las autoridades civiles. En ocasiones, este último motivo basta para echar mano de la política vaticana para favorecer o no salidas y transiciones.
En el último lustro, la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM) se ha venido preparando para estos singulares tiempos que no sólo piden recambio de titulares sino la misma preparación de sacerdotes y obispos auxiliares para servir en una poliédrica dinámica colegial de la cual no pueden sustraerse: ser obispos y pastores de sus territorios; procurar el diálogo y colegialidad con sus homólogos nacionales y continentales; y, no menos importante, reconocerse en una dinámica universal de Iglesia.
El próximo noviembre, la Iglesia mexicana pondrá nuevamente a consideración y votación de la plenaria episcopal, los liderazgos en los servicios a realizarse desde la presidencia de la CEM, su secretaría general, sus consejos y comisiones.
Espacios que en buena medida hacen de voz institucional sobre la actitud y el temperamento del catolicismo mexicano ante la realidad y el contexto nacional. Además, en estos momentos hay trece obispos diocesanos que se encuentran cercanos a la edad de retiro y, por lo menos otros tres más que, debido a su estado de salud, valoran su anticipado relevo.
Y, si bien, el camino hacia el 2031 se ha comenzado ya a trazar con jóvenes obispos auxiliares y la planeación a largo plazo; la inminente presencia del mexicano Rodrigo Guerra en la importantísima secretaría de la Comisión Pontificia para América Latina de la Congregación para los Obispos quizá coadyuve a definir los perfiles de sacerdotes y religiosos que, en nombre de los sucesores de los apóstoles, configuren la futura iglesia mexicana.
Por ahora, en el particular discernimiento de los obispos votantes quizá ahora resuenen las palabras del papa Francisco para recordar que la realidad antecede a la idea, el todo es superior a las partes, el tiempo es más importante que el espacio y la unidad debe prevalecer ante el conflicto.
Con ello en mente, es probable que los nuevos y renovados perfiles ‘de visible responsabilidad eclesial’ ayuden a comprender que su servicio sólo podrá tener sentido si es colegial, dialogante y fraterno. Y, como muchas veces en el pasado, es altamente probable que la unidad del episcopado mexicano se ponga a prueba y, con ella, el sentido de pertenencia universal de millones de católicos.
La claridad sobre lo que se entienda por ‘colegialidad’ y ‘comunión’ en esta tercer década del siglo XXI será imprescindible para que la Iglesia católica mexicana llegue a los 500 años del Acontecimiento Guadalupano y los dos mil años de la Redención sin fragmentaciones que le cuesten algo más que su credibilidad entre la sociedad o que impidan uno de sus trascendentales objetivos a los que se comprometieron en su Proyecto Global de Pastoral: “Alentar la esperanza de ser un solo pueblo… sentirnos pueblo e identificarnos con el pueblo”.
Esto último se dice fácil, pero en el fondo implica la renuncia del episcopado mexicano a los radicalismos, a las ideologías de polarización o la confrontación directa; exige una visión sistémica, diplomática, fraterna y dialogante con todos; obliga a obrar en justicia, verdad y sacrificio para dar servicio de caridad directo -y no sólo discursivo- a cada sector social.
En fin, para esta primera aduana, la Iglesia católica tendrá la oportunidad de contrastar el valor trascendente de su misión contra el pragmático ajedrez eclesiástico o el oportuno utilitarismo político.
Felipe de J. Monroy es director de VCNoticias.com
@monroyfelipe