Pedro Haces, líder de la CATEM
Asesinato de Buendía en 1984, huevo
de la serpiente del poder del narco
Hay sucesos que tienen dos lecturas en tiempos históricos diferentes, fue una gran lección de Jorge Luis Borges en su cuento Pierre Menard, autor de El Quijote: no dice lo mismo un párrafo textual leído en tiempos de Cervantes que dos siglos después.
Hoy se recuerdan treinta y cinco años del asesinato del periodista Manuel Buendía, columnista en 1984 del periódico Excelsior, cuando se disponía a publicar sus primeras investigaciones de cómo el crimen organizado y los primeros cárteles de marihuaneros se habían apoderado del campo del sureste mexicano con la complicidad de funcionarios, políticos, gobernantes, empresarios y policías.
La muerte del periodista acalló la denuncia casi un año. En marzo de 1985 el embajador estadunidense John Gavin acusó a policías de la Federal de Seguridad de Gobernación del secuestro, tortura y asesinato del agente de la DEA Enroque Camarena Salazar. La denuncia del diplomático escaló presiones extraordinarias de la Casa Blanca, provocó la caída de José Antonio Zorrilla Pérez como jefe de la DFS y protegido del PRI hidalguense y abrió la investigación sobre Manuel Bartlett Díaz, titular de Gobernación, quien desde entonces “puede entrar a los EE. UU.; salir, ¿quién sabe?”, como declaró el embajador Jeffrey Davidov.
Buendía fue el primer aviso de la articulación de cárteles con autoridades. Ha quedado en suspenso la investigación sobre las credenciales oficiales de la DFS que portaba Rafael Caro Quintero con su foto y otro nombre y las denuncias internas nunca procesadas presentadas a Bartlett por un antiguo aliado de Zorrilla Pérez. Oficialmente Zorrilla Pérez fue sentenciado como autor del asesino de Buendía, pero en realidad el jefe de la DFS no había sido el asesino sino el encargado por órdenes superiores de Gobernación de robar documentos del despacho de Buendía y de borrar pistas. Zorrilla Pérez cumplió su sentencia sin decir el nombre del responsable del crimen del periodista, pero clamando su inocencia.
Buendía había recogido la denuncia en un desplegado periodístico de los obispos católicos del sur sobre la llegada de marihuaneros a tomar el control de zonas campesinas abandonadas por el Estado. Sólo con el aval-apoyo-complicidad de autoridades municipales, estatales y federales pudo lograrse esa ocupación criminal de zonas territoriales de la soberanía del Estado.
La crisis por el caso Camarena en 1985 ahondó las certezas de esas complicidades y llevó a la disolución de la DFS y de Investigaciones Políticas y Sociales, ambas direcciones de Gobernación, para crear la dirección de Investigación y Seguridad Nacional, luego convertida en CISEN. Los datos de Gavin sobre lo ocurrido en la DFS le llegaron de la CIA, a quien la DFS le reportaba actividades.
Buendía fue el primer periodista asesinado por sus investigaciones sobre los cárteles del narcotráfico. La investigación del asesinato de Buendía, conducida por Gobernación, se dedicó a dispersar pistas. A pesar de ser el jefe directo de Zorrilla Pérez, Bartlett Díaz nunca fue citado a declarar, aunque en los reportes de Gavin a Washington siempre apareció vinculado, al grado de que su nombre sigue en expedientes abiertos en Los Angeles y por esa razón no puede viajar a los EE. UU. por el temor a ser arrestado.
Si Zorrilla Pérez no fue el autor material o intelectual del crimen de Buendía, entonces la lectura del suceso en un escenario del PRI fuera del poder y en minoría tendría que ser diferente. El asesinato de Buendía fue el huevo de la serpiente del narco-poder, esa capa muy tenue en forma de huevo que permite ver en su transparencia el crecimiento de la serpiente. La metáfora se debe a Ingmar Bergman en su película El huevo de la serpiente de 1977 que mostró cómo se fue formando el nazismo en la república de Weimar en los años veinte.
La reapertura del expediente del asesinato de Buendía, el papel de Zorrilla Pérez en Gobernación como protector de los cárteles, la complicidad de la Procuraduría General de la República para borrar las pistas de Zorrilla-narcos-Gobernación, la permisibilidad de Bartlett a Zorrilla y la pasividad sospechosa de Miguel de la Madrid podrían aportar datos sensibles de cómo el narcotráfico se incrustó en los ochenta en el Estado, el gobierno y la política priísta y cómo muchos de los políticos de aquel tiempo siguen vigentes ahora en Morena y en el nuevo gobierno federal.
Leer el mismo expediente en un tiempo histórico diferente podría ayudar a establecer cómo el narco llegó a ser lo que es.
¿Arroz cocido? La reunión del gobernador mexiquense Alfredo del Mazo Maza en el feudo del espacio político del Grupo Atlacomulco pudo haber sido un mensaje: el mexiquense Enrique Peña Nieto, arrinconado por la garra anticorrupción de López Obrador, decidió aceptar la candidatura del gobernador campechano Alejandro Alito Moreno Cárdenas para dirigir al PRI, luego de la candidatura peñista sin pies ni cabeza del ex rector de la UNAM, José Narro Robles. El PRI es un bloque de poder, no un partido de militantes, ni de bases, ni democrático.
Política para dummies: La política es la memoria que duele y que recrimina y que recuerda que el Estado sigue fallando.
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