De norte a sur
EE. UU., principal catalizador
de la soberanía de México (1)
Carlos Ramírez
La historia de México ha demostrado que la definición nacional de Estado-nación depende de la resistencia al expansionismo estadunidense desde la Doctrina Monroe de 1823 hasta el acoso de Donald Trump en este 2019.
Lo que hay en el fondo del Tratado Ebrard-Pompeo es de nueva cuenta el dilema destino-soberanía. Sólo para ilustrar, algunos ejemplos del debate sobre los EE. UU. y México:
1.- En 1947, el entonces economista Daniel Cosío Villegas, posteriormente historiador, escribió su celebrado ensayo La Crisis de México para señalar que los problemas nacionales eran producto del incumplimiento de los compromisos de la Revolución Mexicana. En la parte final expone una preocupación que quedó como la maldición de Cosío:
México principiará por vagar sin rumbo, a la deriva, perdiendo un tiempo que no puede perder un país tan atrasado en su evolución, para concluir en confiar la solución de sus problemas mayores a la inspiración, a la imitación y a la sumisión a Estados Unidos, no sólo por vecino rico y poderoso, sino por el éxito que ha tenido y que nosotros no hemos sabido alcanzar.
A ese país llamaríamos en demanda de dinero, de adiestramiento técnico, de caminos para la cultura y el arte, de consejo político, y concluiríamos por adoptar íntegra su tabla de valores, tan ajena a nuestra historia, a nuestra conveniencia y a nuestros gustos.
A la influencia ya de por sí avasalladora de Estados Unidos se uniría la disimulada convicción de algunos, los francos intereses de otros, la indiferencia o el pesimismo de los más, para hacer posible el proceso del sacrificio de la nacionalidad, y más importante todavía que eso, de la seguridad, del dominio y de la dicha que consigue quien ha labrado su propio destino.
Muchos de los problemas de México se resolverían entonces; gozaría el país de una prosperidad material desusada; pero ¿estamos seguros de que nuestro pueblo, nosotros mismos, seríamos de verdad más felices? Nuestro indio, por ejemplo, ¿ganaría algo al pasar a la categoría de irredento que tiene ahora el negro norteamericano?
¿Qué podría hacer el país para reconquistar su camino, para alcanzar, al mismo tiempo que el progreso material, una mejor organización política, social, humana?
Una solución se ocurre casi en seguida: entregar el poder a las derechas. Puesto que las izquierdas se han gastado llevando su programa hasta donde pudieron, esfuerzo que, después de todo, les ha llevado treinta años; puesto que las izquierdas se han corrompido y no cuentan ya con la autoridad moral, ni siquiera política, necesaria para hacer un gobierno eficaz y grato, déjeseles el turno a las derechas, que no han dirigido el país desde 1910.
2.- En su libro Las invasiones norteamericanas en México (Era, 1971), el historiador Gastón García Cantú enlistó cuando menos 285 invasiones de los EE. UU. a México y dio un contexto interpretativo:
Dos actitudes se desprenden de la experiencia del pasado: la que afirma que nuestra sobrevivencia nacional depende del acatamiento de cuanto demandan de México los norteamericanos, procurando en las situaciones menos adversas reducirlas mediante transacciones, o la que rechaza toda forma de intervención.
La primera actitud ha elaborado la teoría de la dependencia, desde quienes juzgaron inevitable la expansión territorial hasta quienes pregonan que, sin las inversiones norteamericanas, será́ imposible el desenvolvimiento del país; la conducta contraria postula que no sólo es necesario resistir las exigencias de los Estados Unidos, sino que de su rechazo depende, precisamente, el desarrollo independiente de México. Los políticos realistas han afirmado “con apremio, que no desatendamos las indicaciones del Departamento de Estado; que aceptemos —como dijera Isidro Fabela- porque no hay más remedio, a los inversionistas que vienen a México a inyectarle dólares a nuestras empresas”.
Ese realismo aparente es el que conduce a la enajenación del país, no a su independencia. Es la realidad del imperialismo no la de la autonomía. A todos los gobiernos mexicanos, en las etapas indicadas, se les ha presentado el mismo dilema bajo formas diferentes, –acompañadas, además, por los problemas creados por los aliados internos de los Estados Unidos–.
Ningún conflicto nacional ha sido, exclusivamente, interior, siempre se ha presentado el auxiliar de Norteamérica que anticipa la reclamación posterior de los Estados Unidos, ya fuera quienes juzgaban imposible la defensa de los territorios en 1835 o 1847, los que admitieron en 1878 la “asociación libre” con los norteamericanos o quienes, actualmente, vinculan nuestro destino al de los Estados Unidos.
La experiencia del pasado demuestra, ampliamente, el significado de la “asociación libre” en la constitución del porfiriato; cómo este gobierno fue, de hecho, el modelo latinoamericano de una semicolonia: exportación de materias primas para la industria, apropiación de las regiones agrícolas más ricas del país, dependencia comercial, descapitalización creciente, organización de un vasto sistema represivo, dictadura política y abatimiento de las fuerzas creadoras de la población.
Lo que es una nación sometida al imperialismo puede verse, sin matices, en aquel régimen, de la misma manera que, en la era de Santa Anna, los instrumentos políticos de que se valieron los Estados Unidos para lograr el despojo territorial de México.
Política para dummies: La política de Estado es la memoria de la historia.
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