Libros de ayer y hoy
Las reacciones del presidente Donald Trump ante el proceso electoral ha sido estridente, pero no se ha salido de los márgenes estrictos de la legalidad. En cambio, las respuestas públicas del aparato de poder del establishment demócrata-republicano para cerrarle los espacios mediáticos al presidente en funciones y candidato a la reelección lindan en la censura de las dictaduras.
Las cadenas tienen decisiones corporativas para negar la transmisión de los mensajes de Trump, pero no pueden sacarlo del aire por estimaciones de contenido. El presidente estaba denunciando irregularidades en el conteo de votos y trampas en el mecanismo legal de revisión de boletas y sus conclusiones eran severas por hablar de fraude. Pero nunca ha usado los medios para llamar al alzamiento violento o para salir a las calles a robar.
Lo que debe entenderse, entonces, es que las grandes medios de televisión y la prensa forman parte del aparato ideológico del establishment demócrata-republicano que controla los centros de poder. Falta saber si ya midieron su propio poder al censurar nada menos que al presidente en funciones de los EE. UU. y que el acto de censura mostró al mundo que el imperio es incapaz de resolver sus diferencias por medios ajustados a las reglas de la democracia. Lo democrático hubiera sido no trasmitir el mensaje y luego hacer un resumen o dejarlo terminar y al final –no con letreros superpuestos– analizar las supuestas fake news presidenciales.
A partir de ahora, las cadenas de televisión y los medios escritos han asumido la decisión autoritaria de dictaduras tipo Cuba, China, Rusia, Corea del Norte y Venezuela de censurar contenidos. A lo largo de la campaña, medios electrónicos e impresos nunca se atrevieron siquiera a cuantificar y menos a calificar las mentiras del candidato demócrata Joe Biden; al contrario, a pesar de esas mentiras, publicaciones como The New York Times, The Washington Post, The New Yorker y otras, fijaron su apoyo editorial directo a favor de Biden, como lo hicieron hace cuatro años a favor de Hilary Clinton, pero cerrando la cobertura de las actividades de Trump.
El problema radica, por lo tanto, en las políticas editoriales como producto de preferencias electorales; los grandes medios reconfirmaron que ya no son medios de intermediación de las noticias con espacios editoriales determinados para fijar posiciones, sino que son voceros de los intereses detrás de los candidatos. Una revisión de las grandes cadenas y de los grandes medios impresos revelaría la parcialidad demócrata en la cobertura de las noticias, al convertirlos en voceros de la campaña de Joe Biden y no medios operados con equilibrio y equidad informativa.
De manera paradójica, los comportamientos estridentes de Trump están exhibiendo la estructura dictatorial del establishment demócrata-republicano de los EE. UU. para impedir el funcionamiento democrático del sistema electoral. Si al final se impone el aparato de poder y le entregan la presidencia a Biden, entonces en los EE. UU. tendrán al primer presidente ilegitimo e ilegal de su historia porque Trump aprovechará su capacidad de comunicación para ir denunciando las irregularidades.
Desde los griegos –Ovidio– se viene diciendo que en una guerra la primera víctima es la verdad. La censura de las cadenas ABC, NBC y CBS al discurso de Trump denunciando fraude electoral liquidó la credibilidad de la televisión como medio de difusión de la realidad, sobre todo cuando esas cadenas carecen de oficinas de derechos de la audiencia o de espacios calificadores de la calidad de las noticias y se mueven por los intereses de sus dueños y accionistas. Y fueron, por cierto, las cadenas que vendieron en los setenta la guerra de Vietnam y ocultaron las actividades criminales del Estado estadunidense en materia de seguridad nacional y asesinato de líderes extranjeros, golpes de Estado y apoyo a dictadores.
Lo grave de la censura de las televisoras y de la campaña de desprestigio de los grandes diarios y revistas no estuvo que dañaran la campaña de Trump, sino que de paso hundieran la calidad representativa del presidente de los EE. UU., el gran jefe del imperio. Además de ilegitimo, Biden podría asumir la presidencia como pieza subordinada a los grandes intereses mediáticos de los EE. UU. que por primera vez habrían puesto un presidente a la medida de sus intereses.
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Política para dummies: La política es la lucha por el poder descarnado, no el terreno del servicio al prójimo.
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