El agua, un derecho del pueblo
Como sigue siendo un misterio conocer a ciencia cierta las motivaciones presidenciales para adelantar dos años el proceso de sucesión presidencial, entonces queda un terreno propicio para la especulación y el análisis.
En este sentido, estos dos años previos a la verdadera madre de todas las batallas que se dará a mediados del 2023 podrían servirle al presidente saliente para calar y calibrar el compromiso de los precandidatos con el proyecto transexenal lopezobradorista de la Cuarta Transformación.
En el pasado, los precandidatos se movían fuera de la observación real presidencial y los presidentes salientes no lograban tener un panorama claro sobre el involucramiento de los aspirantes con el proyecto presidencial en turno. Y una vez iniciado de manera formal el proceso el año anterior a las elecciones, pocos elementos tenían los presidentes salientes para pulsar el compromiso de los aspirantes con el proyecto en vigencia.
Los precandidatos reales, ficticios y patiños tendrán cuanto menos año y medio para comenzar a moverse en los espacios sucesorios, pero encarando en sus cargos y en sus planes compromisos formales y estructurales con la 4ª-T que se ofrece como un modelo más allá de un sexenio.
En el pasado los presidentes salientes y los precandidatos fundamentaban sus posibilidades en lealtades personales, pero el modelo salinista del tratado transexenal de comercio libre marcó las sucesiones presidenciales de 1994 al 2012, a pesar de que no pudo haber una continuidad personal del presidente Salinas de Gortari. Hoy existen indicios de que el proyecto de la 4ª-T buscaría como mínimo tres sexenios –igual el salinato– con o sin la figura dominante de López Obrador.
En este contexto, la decisión sucesoria se dará en la pinza de la herencia y el legado. La primera –la herencia– tendrá que ver con la situación política económica, social e internacional del país en medio de la persistencia de crisis no resueltas y crecientes de manera previsible: el crecimiento económico de no más de 2% promedio anual, la carga del empobrecimiento por la crisis pandémica, el agudizamiento de los problemas de seguridad cuyos indicios se perciben en estos días, el gran dilema del presupuesto federal entre ingreso y gasto y la falta de un modelo de desarrollo diferente para aprovechar la fase 2.0 del tratado comercial con Estados Unidos.
Nada se percibe en el corto plazo para suponer que el escenario nacional pueda superar en dos años el colapso general provocado por la pandemia, sobre todo si no se perciben ajustes estructurales a la política de desarrollo del gobierno actual. En este sentido, la continuidad sucesoria tendrá que ver si los aspirantes ajustan sus propuestas personales a las líneas generales de transexualidad de la 4ª-T.
El legado podría dibujar otro punto de referencia para tomar la decisión sobre el sucesor o la sucesora. En la sucesión de 1993, todos los precandidatos a la candidatura priísta tuvieron que dejar muy en claro qué pensaban hacer con la figura y la personalidad del presidente saliente Salinas de Gortari. El legado de los presidentes es el conjunto de comportamientos y resultados que todo presidente quiere que sirva como referente histórico a la hora devaluar su gestión sexenal.
Todos los indicios hasta ahora conocidos sobre el proceso de la sucesión presidencial 2024 señalan que no habrá ninguna sorpresa a los ya conocidos porque el funcionamiento político del sistema en los tiempos del gobierno actual no ha querido cambiar reglas, protocolos y resortes del funcionamiento de la política.
De ahí que el presidente López Obrador va a tener mínimo dos años –la mitad del 2021, todo 2022 y la primera mitad del 2023– para evaluar el comportamiento de los aspirantes presidenciales vis a vis lo que puede considerarse como el lopezobradorismo. Cuando menos, esta sería una de las explicaciones racionales para tratar de comprender o cuando menos entender las razones presidenciales para adelantar la agenda sucesoria, con el dato fundamental de que el proyecto de lopezobradorista no pudo aprovechar la primera mitad del sexenio para consolidarse por culpa de la pandemia y tendrá poco tiempo de la segunda mitad para avanzar hacia la consolidación de las bases del cambio de modelo político de gobierno.
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