¡Guerrero en llamas! La gobernadora goza la vida cantando
2023: ciclo de la incertidumbre
Allá por 1977, el economista John Kenneth Galbraith publicó un libro que quiso retratar la circunstancia que se abría para el mundo en materia económica y sus efectos geopolíticos: caracterizó la etapa como una era de la incertidumbre, es decir, de las principales dudas filosóficas sobre el escenario mundial.
El año de 2023, casi medio siglo después del señalamiento de Galbraith, el planeta enfrenta una situación aún más grave de incertidumbre: la posibilidad de una guerra nuclear, la notable ausencia de líderes mundiales, el fin en la globalización por efecto de la pandemia y de la guerra de Ucrania y de manera sobresaliente la falta de una reflexión filosófica sobre los escenarios mundiales de corto plazo.
Los líderes de las tres principales potencias mundiales –Estados Unidos, Rusia y China– tienen la obligación sentarse a discutir los escenarios de la crisis planetaria como en su momento ocurrió la cumbre de Yalta después de la Segunda Guerra Mundial, pero de manera paradójica esos líderes están pensando en escenarios de guerra, de confrontación y de conquista.
Las amenazas de una guerra nuclear son parte de los discursos de los gobernantes de países que tienen arsenales nucleares suficientes para destruir el planeta, con la circunstancia agravante de que serían los primeros perdedores en una conflagración de esa naturaleza. Junto a ello, la pandemia y los efectos de la guerra de Ucrania siguen hundiendo la crisis económica en expectativas cada vez más lejanas de control de daños.
La globalización tampoco está siendo un reflexionada por los países beneficiarios de la integración económica, productiva y de consumo, deteriorando las expectativas económicas del 2023 abajo de las precarias cifras de 2022, con un efecto social de empobrecimiento y marginación que se convertirá en un factor de inestabilidad en los sectores consumidores que están siendo marginados de las bajas expectativas del ritmo económico.
La principal característica del año que comienza se puede resumir en un grave problema: la falta del liderazgo mundial. El presidente estadounidense Joseph Biden sigue agobiado por el acoso del expresidente Donald Trump en una disputa muy doméstica por la Casa Blanca, pero con enfoques geoestratégicos muy de corto plazo y superficiales, tal como se percibe en los temores para enfrentar una solución a la guerra de Ucrania, pero desde la acumulación de evidencias en el sentido de que Washington empujó la conflagración en una zona sensible de Euro Asia para disminuirle espacios de movilidad regional a la Rusia de Putin, sin pr4ver los efectos destructivos.
El presidente ruso, a su vez, no ha podido definir una razón geopolítica para haber caído en el garlito estadounidense y haber invadido Ucrania ante los primeros movimientos para reforzar la alianza militar de la OTAN como una manera de encapsular los espacios de influencia de Moscú. Como ocurrió con la Unión Soviética en Afganistán y antes con Estados Unidos en Vietnam, las grandes potencias nucleares se dibujan como países con incapacidad de influir en la reorganización mundial y han salido derrotados por sociedades subdesarrolladas con sentimientos nacionalistas.
Las expectativas siguen siendo muy inciertas respecto al presidente chino Jinping, sobre todo porque China –en el juego de palabras inventado por el presidente Mao respecto de Estados Unidos– también pudiera parecerse como un tigre de papel, es decir, un feroz felino que pudiera asustar a incautos, pero sin capacidad real de lanzarse a una verdadera conquista universal. A pesar de su poder militar y económico, China carece de los enfoques imperiales de Estados Unidos: la decisión de invadir países y derrocar gobiernos, la tecnología para controlar cadenas productivas modernas y una moneda que no podría sustituir el poderío del dólar.
En este contexto, el mundo comienza el año de 2023 sin ninguna expectativa de certeza respecto a lo que pudiera ocurrir, sobre todo por la fragilidad de los equilibrios geopolíticos y militares y la incapacidad del presidente Biden para debatir con Putin y Jinping un nuevo reacomodo mundial que regresara a las certidumbres de paz al mundo y a partir de ahí reconstruir las expectativas que abrió en 1989 la globalización económica y productiva y que a la vuelta de los años no pudo aumentar los niveles de bienestar de las sociedades dependientes.
Lo malo del escenario internacional es que no existen posibilidades de mejorar expectativas: la economía seguirá disminuyendo su crecimiento, las amenazas militares escalarán el lenguaje de destrucción nuclear, las desconfianzas entre los líderes de las tres principales potencias impiden cuando menos el mínimo de la certeza y los países que dependen de las grandes potencias también están padeciendo conflictos regionales que reproducen los desentendimientos de los grandes líderes.
En este escenario, pues, se fijan los criterios de que el planeta está ingresando en una larga era de incertidumbre que causará deterioros en los crecimientos económicos y seguirá manteniendo a las grandes potencias en el filo de una conflagración nuclear.