Presidenta hágase cargo/Alejandro Moreno
A los 87 años y con la acumulación de prácticamente todos los premios y reconocimientos –salvo la santidad–, el escritor peruano-español Mario Vargas Llosa parece encontrarse en un momento de lucidez muy especial: está regresando, intelectualmente, a Jean-Paul Sartre, el intelectual francés al que había proscrito allá por 1975 para tomar entonces el camino de Albert Camus.
Los tres autores fijaron en Europa y América –bastante menos– el gran territorio intelectual de la dialéctica compromiso-distancia desde mediados de los años cincuenta del siglo pasado. Con madurez moral, política e intelectual, el retorno de Vargas Llosa a Sartre formaría parte de su percepción pesimista del mundo actual. La ruptura con Sartre fue ostentosa con la publicación del libro Entre Sartre y Camus en 1981–con textos de 1961 a 1981–, pero implicó una toma de posición terrenal del intelectual latinoamericano-español frente a la realidad compleja.
Como todo intelectual, Vargas Llosa estuvo jugando con sus posicionamientos: en 1990 decidió soslayar su tarea como intelectual y se lanzó como candidato a la presidencia de Perú tratando de demostrar que la política no era el juego de espejos traicioneros, sino que se debía de transparentar con la honestidad de las ideas. Sin embargo, fue derrotado por el populismo de Alberto Fujimori, quien no tardó en declararse dictador y metió al país en el hoyo de la descomposición moral y política.
En los hechos, Vargas Llosa nunca se retiró de la literatura. Su libro-testimonio El pez en el agua (1993) convirtió su experiencia política en una narrativa sobresaliente que mezcla la literatura, la reconstrucción de personajes, la política y el testimonio. Este modelo literario ya le había puesto en práctica en 1977 en La tía Julia y el escribidor.
El conflicto intelectual Sartre-Camus que redefinió las relaciones de los escritores con la realidad estalló en 1952 con el debate entre esos dos pensadores franceses alrededor del libro El hombre rebelde, de Camus (1951). En esos años, Vargas Llosa vivía en Perú, pero ya se enfilaba hacia Europa, a donde llegó a finales de los años cincuenta, aunque metido en el conflicto sobre la dialéctica realidad-ficción. Vargas Llosa militaba en el Partido Comunista de Perú, lo que lo llevó a que todos los años sesenta mantuviera un apoyo diríase que hasta incondicional hacia la revolución cubana.
La polémica Sartre-Camus encontró justamente en Cuba el punto de inflexión: en 1971, el régimen de Castro arrestó y torturó al poeta Heberto Padilla para que se declarara contrarrevolucionario; y luego de una participación muy directa en el apoyo intelectual y personal a la revolución cubana, Vargas Llosa fue el pivote para redactar dos cartas de protesta que logró la firma de apoyo de los más importantes intelectuales europeos, un hecho que significó la cancelación del apoyo de intelectuales progresistas a la causa de Fidel Castro.
La ruptura intelectual de Vargas Llosa con Sartre ocurrió en el escenario cubano, pero a nivel personal se dio con precisión en diciembre de 1975 cuando publicó en la revista mexicana Plural de Octavio Paz su ensayo “Albert Camus y la moral de los límites”, con un razonamiento machiavelliano sobre fines y medios: “todos estamos de acuerdo sobre los fines, pero tenemos opiniones distintas sobre los medios. Todos deseamos compasión, no hay duda, y con desinterés, la imposible felicidad de los hombres. Pero, simplemente, hay entre nosotros quienes creen que uno puede valerse de todo para lograr esa felicidad y hay quienes no lo creen así. Nosotros somos de estos últimos”.
La desavenencia de Vargas Llosa con el compromiso y la militancia revolucionaria sartreana y el camino hacia a la reflexión moral camusiana ocurrió
en 1969, justo en la fase de endurecimiento ideológico de la revolución cubana. La ruptura con Cuba fue terminante, los temas literarios se alejaron de sus obras maestras La ciudad y los perros (1962), La casa verde (1966) y Conversación en La Catedral (1969), y sus referencias posteriores a sucesos políticos fueron históricas, entre ellas, la extraordinaria novela La fiesta del chivo (2000) que recordó al Vargas Llosa de Zavalita y la cantina La Catedral. Vargas Llosa había dejado ver su desencanto literario sobre Cuba en su polémica con el escritor colombiano procastrista Oscar Collazos en la revista Marcha de Uruguay en agosto-octubre de 1969.
Después de su ruptura con Sartre y su camino con giros espectaculares, Vargas Llosa tuvo todo un itinerario impresionante de desarrollo y reconocimiento intelectual, culminando con cuando menos dos hechos superiores: el Premio Cervantes en 1994, el Premio Nobel de Literatura en 2010 y su ingreso a la Academia Francesa en 2023.
Pero como los astronautas que luego de vivir en el espacio regresan a la tierra y quedan nostálgicos del mundo que solamente ellos percibieron fuera de la órbita terrestre, Vargas Llosa parece estar recuperando sus sensaciones a una de las polémicas que definieron su posicionamiento como escritor, a partir de la realidad que ya es indiscutible y también, valga la palabra, inpolemizable. En el artículo “Sartre y el viejo librero”, publicado en El País el pasado 6 de mayo de este año, Vargas Llosa cuenta, en el contexto de su ingreso a la Academia Francesa, un paseo por los Jardines de Luxemburgo en París y dice haberse encontrado –¿realidad, literatura, ficción?– con un viejo vendedor de libros a cuyo negocio hace más de medio siglo llegaba el joven escritor latinoamericano a conseguir las publicaciones de Sartre.
Vargas Llosa dice que le contó a ese viejo librero su militancia comunista y su lectura de Sartre; y ante la queja del vendedor de que “nadie lo lee ahora en Francia (a Sartre)” y la pregunta de “¿usted también es sartreano, como yo?”, Vargas Llosa contestó: “naturalmente” (…) porque (fue) el único filósofo comparable a Heidegger”.
En sus reflexiones, Vargas Llosa, sentimental, dice que “me dio una nostalgia de los tiempos idos y me prometí a mí mismo leer uno de esos ensayos deslumbrantes que me tuvieran tanto tiempo, y tantos años, seducido y feliz”. A diferencia de los juicios pasados en los que repasaba con dureza y reflexiones casi sumarias contra Sartre, Vargas Llosa deja una pista que debiera comenzar a analizarse: “me resisto a creer la tesis del viejo librero de que nadie lee ahora a Sartre. No puede ser posible. La verdad es que uno de los más grandes pensadores que ha tenido Francia ha sido él, que lo demostró tanto en sus novelas como en sus ensayos, en los que fue igualmente original y rupturista”.