Poder y dinero/Víctor Sánchez Baños
México, Brasil y Argentina, dique al neoconservadurismo de Biden
Sin el apoyo de las figuras liberales que buscaron un nuevo liderazgo no militar ni imperial de Estados Unidos después de la caída del muro de Berlín y de la disolución de la Unión Soviética, la administración del presidente Joseph Biden parece estar configurada por el enfoque ideológico del neoconservadurismo republicano.
El condicionamiento de México para asistir a la IX Cumbre de las Américas en dos semanas en Los Angeles encontró en la actitud arrogante de la Casa Blanca de reservarse el derecho de admisión un espacio para impedir la reconstrucción del viejo modelo de protectorado regional que en Washington se resumió en la concepción monroísta de que América Latina y el Caribe constituyen el patio trasero de la mansión presidencial estadounidense que tiene el concepto racista y el modelo de construcción de una casa blanca de los tiempos de la esclavitud georgiana.
Si se revisa con sentido estratégico el contenido del discurso muy sencillo del presidente López Obrador exigiendo la presencia de todos los países sin distingos de régimen político, Cuba, Nicaragua y Venezuela podrían ser considerados como argumentos propiciatorios para arrinconar a la diplomacia imperial estadounidense y la obligarla a reconocer que el objetivo del neorrepublicano Joseph Biden sería la oficialización de un mecanismo de certificación política e ideológica sobre los gobiernos de la región, coartando los nacionalismos y sobre todo los derechos de los pueblos para darse el régimen que desean o para aceptar de manera pasiva el sistema que le impongan las élites explotadoras locales.
El verdadero nuevo eje latinoamericano podría estarse construyendo a partir de las cenizas del modelo autocrático bolivarista de Hugo Chávez para construir una propuesta de redefinición de relaciones continentales. México, Argentina y Brasil podrían ser los constructores de una nueva autonomía relativa respecto al modelo de subordinación racial de la élite gobernante estadounidense, sea en su forma demócrata o republicana.
El otro dato revelador de las nuevas relaciones continentales se encuentra en el hecho de que no hubo necesidad de alguna otra revolución marxista tipo Cuba o Nicaragua para definir la necesidad de espacios de autonomía nacional, con todo y los vicios de los nefastos nacionalismos que han derivado en gobiernos autocráticos y dictatoriales.
Sin una figura visible del liderazgo unipersonal a nivel regional –como lo fueron Fidel Castro y Hugo Chávez–, el escenario latinoamericano y caribeño no está planteando la lucha la política y contra Estados Unidos sino que exige un trato diplomático a nivel de Gobierno y nuevas formas de integración económica que no pasen por el modelo imperial estadounidense que se magnificó en aquella expresión de Roosevelt sobre el primer Somoza dictador de Nicaragua: “es un hijo de perra, pero es nuestro hijo de perra”, y que llevó a Estados Unidos durante mucho tiempo a avalar dictaduras militares latinoamericanas porque respondían a los intereses de dominación y de seguridad nacional de la Casa Blanca.
El presidente Biden quedó enmedio de algo que pudiera considerarse una trampa 22: si acepta la presión mexicana de invitar a los presidentes hoy excluidos por mantener regímenes contrarios al dominio estadounidense, su modelo de dominación habrá sido derrotado; y si no la acepta y mantiene la exclusión y aún con la presencia bajo protesta de México, Argentina y Brasil, el presidente Biden carecerá de autoridad política y moral para seguir diciendo que Estados Unidos debieran ser otra vez el faro de la democracia capitalista americana.
El modelo de consolidación imperial del presidente Biden atropella los acercamientos regionales que con tibieza tomaron los presidentes Clinton y Obama, aún a costa de pérdidas políticas locales como ocurrió con el caso de Elián González y Clinton y la reanudación de relaciones diplomáticas de Cuba con el Gobierno de Obama. El endurecimiento diplomático-ideológico de Biden se localiza más en el escenario neoconservador de Bush Jr. y Trump.
El resultado de estos juegos de tensión dinámica entre la Casa Blanca y Palacio Nacional beneficiara al presidente López Obrador con cualquiera de las decisiones que se tomen en Washington y vaya o se ausente de la IX Cumbre, aunque con un saldosnacionales menores por la falta de una estrategia de comunicación política en materia de nacionalismo.
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