Poder y dinero
Las efemérides muchas veces tienen más valor por su significado que por su contenido. En buena parte del planeta se recuerda el medio siglo de las revueltas estudiantiles, aunque sólo por su recuerdo y no por sus resultados: los conflictos juveniles en Francia, los EE. UU. y México tuvieron una victoria simbólica, aunque en la realidad política resultaron un fracaso porque entronizaron a la derecha.
Primero una precisión.
A comienzos de 1967 Octavio Paz, ante las rebeliones juveniles en los EE. UU. por la guerra en Vietnam y el reclutamiento forzoso, hizo un deslindamiento de objetivos de protesta en tres puntos concretos: revuelta, rebelión y revolución. La primera era el estallamiento de la insatisfacción sin objetivos claros, la segunda mostraba una respuesta desobediente contra la autoridad y la tercera representaba el cambio violento.
Las rebeliones juveniles fueron, así, una revuelta: el estallamiento de la insatisfacción.
Respecto a los resultados, Carlos Fuentes señaló en 2005 que la victoria conservadora ante las rebeliones juveniles había sido “pírrica”, es decir, contradictoria: ganaron, pero perderían.
En Francia la izquierda socialista arribó el poder en 1981, casi tres lustros después del mayo del 68.
En los EE. UU. la protesta logró anular en 1973 el reclutamiento obligatorio, contribuyó a presionar el retiro de tropas en Vietnam y aceleró la consolidación de las reformas de los derechos civiles.
Y en México hubo un proceso de reforma política que condujo a lo que parecía imposible por el dominio del PRI: la alternancia partidista democrática en la presidencia de la república.
En México la rebelión estudiantil fue caótica, radical, a veces con propuestas incumplibles, con un grupo dirigente (el Consejo Nacional de Huelga) atrapado en el asambleísmo de decenas de miembros y con un pliego petitorio anti policiaco.
Comenzó por el enfrentamiento entre pandillas de una escuela pública y una escuela privada el 22 de julio y terminó con la violencia en Tlatelolco el 2 de octubre con estudiantes asesinados y detenidos y a la fecha sin pruebas contundentes que expliquen la conclusión.
Las elecciones generales de julio de 1970 le dieron la victoria contundente al candidato del PRI Luis Echeverría Álvarez, quien había sido secretario de Gobernación (ministro del Interior) en el 68 y por tanto corresponsable directo del manejo gubernamental de la crisis estudiantil.
De 1968 a la derrota electoral del PRI en el 2000 ocurrió un proceso de reformas en cámara lenta, comenzando, paradójicamente, con la reforma constitucional del presidente Díaz Ordaz para bajar la edad ciudadana para votar de 21 a 18 años.
Fue significativo que la mayoría de los estudiantes en la revuelta eran menores de 21 años y no podía votar.
La ley establecía en 21 años el derecho al voto o desde 18 años si se trataba de personas casadas por la vía civil. Así, la protesta del 68 nunca se planteó el derecho a la ciudadanía: protestaron en las calles sin derecho al sufragio.
El proceso de reforma política democrática en México del sistema político cerrado y autoritario de 1968 a 2000 se podría considerar un proceso de transición de un régimen autoritario a un régimen democrático.
En 1975 Jesús Reyes Heroles, presidente del PRI, le dijo al líder comunista español Santiago Carrillo que México no podía transitar a la democracia porque no era una dictadura como la de Franco, aunque en los hechos en México había un autoritarismo severo de partido dominante y una oposición controlada.
Pero de manera paradójica a Reyes Heroles le tocó operar en 1977-1978 la decisión de revolucionar el sistema de partidos para abrirle el registro legal a la única fuerza política con una propuesta alternativa al modelo PRI: el Partido Comunista Mexicano, casi como reconocimiento a lo que negó años antes.
México no era una democracia equitativa, sino autoritaria; y por eso se requirió de esa primera reforme del poder.
A partir de ahí el PRI de los políticos (Echeverría y López Portillo) y el PRI de los tecnócratas (De la Madrid, Salinas y Zedillo) fueron realizando reformas políticas para distensionar las presiones políticas ante la imposibilidad de ejercer la represión autoritaria, hasta que en el 2000 el PRI perdió por primera vez la presidencia.
Los líderes mexicanos del 68 estuvieron en la cárcel, salieron amnistiados en 1971, muchos se refugiaron en la academia, otros se incorporaron al gobierno, pocos militaron en partidos de oposición de la izquierda socialista hasta que el socialismo del Partido Comunista Mexicano se disolvió para revivir como Partido de la Revolución Democrática, aunque no como izquierda sino como organización neopriísta-progresista.
López Obrador, el actual presidente electo, fue producto más del PRI que del 68.
Y como para dejar muy claro que el 68 mexicano no existió, con López Obrador llegaron a posiciones de gobierno algunos personajes del poder priísta en 1968: Porfirio Muñoz Ledo (diputado de López Obrador) dijo dos discursos de apoyo a Díaz Ordaz después de la represión del 68, Manuel Bartlett Díaz (director designado de la compañía de luz) era funcionario del Ministerio del Interior. Ellos dos van a convivir con Pablo Gómez Álvarez, diputado por el partido de López Obrador y en 1968 líder de la juventud comunista del PCM y preso político.
Así que el 68 mexicano estudiantil existió como protesta entusiasta y revuelta juvenil –no rebelión ni revolución en las categorías de Octavio Paz–, pero sin ninguna agenda reformista, democratizadora o coherente.
Fue una explosión contra el abuso de fuerza de la policía contra estudiantes, creció alimentada por el furor juvenil y fue desmantelada con la brutal represión autoritaria.
En todo caso, fue el estímulo inicial para que las élites priístas optaran por autorreformarse antes que el país estallara. La reforma llevó a alternancias en el 2000, 2012 y 2018 por la vía de la democracia electoral.
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