Opinión/Felipe de J. Monroy
¡»Políticos Cruz Azul»; perdedores siempre!
El termómetro de la salud democrática de un pueblo aparece cuando los candidatos, partidos o políticos se enfrentan al triunfo y/o la derrota; cuando se declara al ganador o pededor de una contienda democrática.
Y es que en las democracias maduras todos los participantes reconocen su derrota, cuando es el caso y, al mismo tiempo, felicitan al ganador. Ese acto de reconocer la derrota y el resultado de la voluntad popular es la mejor señal de la madurez democrática.
Sin embargo, en la democracia mexicana estamos lejos de la «madurez democrática». Más aún, pocos políticos, ningún partido y unos cuantos ciudadanos tienen la capacidad de reconocer la derrota de su candidato o partido preferido, o de aquel por el que votaron.
A nadie le gusta perder, reza el refranero popular. Pero en democracia los resultados electorales no son un gusto, tampoco una ocurrencia y menos un deseo. Son una obligación democrática.
Y es que los procesos electorales y su resultado son producto de la voluntad popular. Y cuando un partido, un candidato o un ciudadano no reconocen la voluntad popular -expresada en las urnas-, no se puede hablar de un demócrata.
Y viene a cuento el tema porque luego de las elecciones del pasado domingo, no solo son muchos los perdedores -y pocos los ganadores-, sino que ninguno de los partidos y candidastos derrotados fue capaz de reconocer la derrota propia y la victoria ajena. Todos apuestan a ensuciar la elección mediante el derrumbe de sus pilares de credibilidad y confianza.
Por eso, no es casual que el mayor perdedor de la contienda del pasado domingo sea el que lloriquea con mayor fuerza con la cantaleta de que se cometió un gran fraude. Se trata de «los perdedores de siempre», esos a quines la voz popular ya moteja como «políticos Cruz Azul».
Y un campeón de las derrotas se llama Andrés Manuel López Obrador, el gran perdedor de la jornada comicial del pasado domingo, quien había fincado su futuro presidencial en la elección mexiquense y que por eso fue el verdadero candidato; el promotor del voto, impulsor de la propuesta de Morena y el responsable de convertir a Delfina Gómez en botarga de las elecciones mexiquenses.
Lo curioso es que Obrador fue derrotado en una contienda en la que participaron dos de sus adversarios históricos: Felipe Calderón, principal salvavidas de Josefina Vázquez Mota y Enrique Peña Nieto, quien le abrió el camino a Alfredo del Mazo.
Por eso la nueva campaña de Obrador al denunciar el enésimo «fraude» en su contra. Pero AMLO es un perdedor doble. ¿Por qué? Porque en Veracruz perdió más de 50 por cierto de los votos que había conseguido apenas en las elecciones locales anteriores. AMLO nunca pierde, a Andrés siempre le hacen fraude. La democracia del «chicharronero».
El segundo gran perdedor se llama Ricardo Anaya, presidente nacional del PAN, quien pretendió comprar pasaporte a 2018 amparado en la imagen y popularidad de Josefina Vázquez Mota. La ex candidata presidencial terminó en el cuarto lugar en el Estado de México y arrastró a Ricardo Anaya quien, de igual manera, perdió en Coahuila, en donde apostó por su tocayo de apellido, Guillermo Anaya, también derrotado por el PRI.
Entre los derrotados aparece Josefina Vázquez Mota, cuya experiencia electoral en el Estado de México resultó aún más traumática que sus empeños presidenciales. ¿Qué pasó en el caso de Vázquez Mota? La candidata, el partido y sus colaboradores hicieron todo mal. Y la mejor prueba es que arrancó en el primer lugar de las preferencias y terminó en una lejana cuarta posición. ¿Dónde quedó el invento de que Vázquez Mota pactó en Los Pinos una supuesta victoria?
Entre los derrotados también aparece Margarita Zavala. Y es que igual que su esposo, salió «al quite» para rescatar «los entuertos» de Ricardo Anaya en Coahuila y el Estado de México.
También perdió la ambición «chabacana» de la llamada «cargada» a favor de AMLO y todos aquellos que ya imaginaban un lugar en el gobierno mexiquense. «La cargada» acabó en intento «engañabobos».
Perdieron, por ejemplo, el candidato del PT, Óscar González, los senadores Miguel Barbosa y Mario Delgado, y perdieron muchos periodistas militantes que a éstas alturas creen en iluminados capaces de bajar el cielo a la tierra.
Pero la gran lección es que ya ningún partido puede solo en elecciones municipales, estatales y menos en la presidencial.
Es decir, que todos -y por eso AMLO suplicó por la declinación de Juan Zepeda- requieren de aliados.
Y la que viene en 2018 será la elección de las alianzas, si no quieren terminar como «políticos Cruz Azul».
Al tiempo.