Historias Surrealistas/Javier Velázquez Flores
Lo hemos dicho aquí y en todos los foros: condenamos la iniciativa que alienta la legalización de armas. Y el mejor ejemplo del uso indiscriminado de una pistola lo vimos la mañana de ayer, en una escuela de Monterrey.
Sin embargo, también cuestionamos el maniqueísmo y la cómoda doble moral de muchos que -si bien cuestionan el uso de armas- también aplauden la legalización de todo tipo de drogas -alcohol incluido-, que causa tantas o más muertes que las armas de fuego caseras, usadas para dañar civiles indefensos.
Y es que frente a un evento extraordinario como el que conmovió a todo el país -el niño que en su escuela dispara a sus compañeros y maestra-, lo cierto es que el problema no es solo la pistola que fue utilizada para atacar y para el suicidio.
No, igual de importante que el arma -o acaso más grave en la tragedia- son los trastornos mentales no atendidos del menor que disparó, la facilidad con la que un joven de esa edad tiene acceso a una pistola, la responsabilidad familiar para vigilar el uso de una pistola casera y la indolencia de padres y maestros para detectar los gritos de auxilio que emite todo adolescente con problemas. ¿Nadie lo escuchó?
Y es que si el menor armado no hubiese tenido acceso a una pistola, es posible que habría recurrido a un puñal -como ya ha ocurrido en escuelas de otras latitudes-, incluso a explosivos o, en el último de los casos, al suicidio, que es cada vez más frecuente y que en muchos casos tampoco es detectado a tiempo por padres, amigos o maestros.
Sin duda que el arma es el instrumento -un proyectil que destruye la vida humana-, pero el verdadero detonante es el desequilibrio emocional del menor, que lo llevó al ataque y al suicidio.
¿Dónde consiguió el arma? ¿La obtuvo en su casa? ¿La facilitó un amigo? ¿Por qué es tan fácil para un niño de 15 años conseguir un arma, la cual sabía usar y recargó con nuevos proyectiles para quitarse la vida? ¿Ninguno de sus compañeros detectó las intenciones criminales y suicidas? ¿Dónde está la responsabilidad de padres, maestros y médicos que no detectaron los gritos de auxilio que por todos los poros expresa un joven con problemas depresivos? ¿Cultiva el entorno familiar del joven el uso de armas…?
No, el problema no es solo el uso de una pistola para detonar una tragedia como la que conmovió a los mexicanos. En realidad, la letalidad del arma -pistola, cuchillo… un camión contra una multitud o una piedra- la determinan circunstancias casuísticas.
La variable que sí puede impedir la tragedia y cambiar la historia es la atención a los trastornos que mueven al uso de una pistola, un cuchillo, un camión contra una multitud o una piedra en la cabeza.
Por eso resulta maniquea -por decir lo menos- la conclusión que ayer se generalizó en redes: “La tragedia de Monterrey confirma lo nefasto que sería la legalización de armas…”.
Lo que no dicen las manos detrás de esa conclusión en redes es que la tragedia se cometió precisamente cuando aún no se aprueba la propuesta para legalizar el uso de armas en el auto y en un negocio. En realidad, la tragedia de Monterrey confirma que el problema no es una ley a favor de la legalización de armas. El problema está en quién usa el arma.
Por otro lado -y de manera paralela-, también se gestó un segundo debate en torno a la difusión del video que deja ver el momento del ataque. ¿Debió o no publicarse? ¿Periodísticamente es ético, o no, difundir un video como ese? ¿Lesiona derechos o libertades de quienes aparecen en el video y de sus familias?
Aquí creemos que son obsoletos -y también maniqueos- los censores morales y religiosos, las buenas conciencias o los comités de salud que determinan lo que deben o no ver los ciudadanos.
En efecto, la tecnología permite difuminar rostros y situaciones en un video, de tal suerte que no lesione la intimidad y el derecho a la privacidad. Además, resulta saludable colocar -también con tecnología- un candado de advertencia sobre lo fuerte de las imágenes.
El resto, el derecho a ver o no el video -difuminado y con la advertencia respectiva-, es un derecho íntimo, movido por la moralidad particular y, en el fondo, que respeta libertades básicas, como la de acceso a la información, por dura que sea esa realidad.
La doble moral, el maniqueísmo y el miedo a las palabras y las imágenes no pueden cancelar el derecho a ver y consumir lo que cada quien quiera ver, bajo su propio riesgo.
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