Ráfaga
¡EL FIN DE SEXENIO
Y EL FIN DE AMLO!
Lo de menos son los pretextos.
Que si es el presidente más honesto, el que llegó con el mayor respaldo popular, el más preocupado por los pobres, el más criticado, mas ridiculizado y el menos entendido; el que habría acabado con la corrupción.
¡Lo que gusten y manden!
Lo cierto, sin embargo, es que en política y, sobre todo, en el ejercicio del poder, no importan los adjetivos y menos las ideologías; no importa la demagogia y menos la arrogancia; lo importante son los resultados. Y punto.
Y ante el espejo de la terca realidad, nadie puede negar que López Obrador resultó ser el peor presidente de la historia; el que ofreció los peores resultados en los primeros 16 meses de gobierno, el que recibió una economía blindada y estable y terminó por destruirla en los primeros 12 meses; el que llevó a México a niveles de escándalo por la violencia y el crimen.
Y pueden decir misa, tanto el presidente como sus corifeos –pueden decir que la crisis les vino “como anillo al dedo–, sin embargo, los resultados confirman que ha muerto el sexenio de López Obrador, lo mismo que su proyecto político y su partido.
¿Y por qué están muertos?
Porque en sólo 16 meses, tanto el presidente, como su partido y su “Castillo de Naipes” –motejado como Cuarta Transformación–, destruyeron la economía, la política, la democracia, la esperanza de un cambio y, sobre todo, destruyeron el futuro de casi 130 millones de mexicanos.
Sí, está muerto el sexenio de López porque no habrá Refinería de Dos Bocas, tampoco Tren Maya y menos Aeropuerto de Santa Lucía.
Y está muerto porque es falso y ofensivo para todos que haya terminado la corrupción, ya que el de Obrador es el gobierno más corrupto de la historia, con casi 90 por ciento del gasto dilapidado sin licitaciones.
Y está muerto el sexenio de López Obrador, porque la mayoría de sus colaboradores –secretarios de Estado–, son inútiles ante el poder vertical y autoritario “del jefe”; porque no pocos de ellos ya insinuaron su renuncia, ante la parálisis oficial, que provoca que en la gestión de López nada se mueve sin que lo autorice “el jefe”.
En pocas palabras, la terca realidad confirma que un país como México no se puede “gobernar” con “ríos de palabrería mañanera”; con “montañas de mentiras matutinas”, con “sermones” y menos con buenos deseos y mejores intenciones. El buen gobierno es aquel que da buenos resultados. Y punto.
Y es que el ejercicio del poder y la responsabilidad de gobernar exigen experiencia, conocimiento, técnica, ciencia y paciencia; todo lo que no tienen ni el presidente Obrador y menos sus “floreros” del gabinete.
Y los resultados son demoledores, en los primeros 16 meses del gobierno de López Obrador; la economía mexicana está en la ruina –destruyó industrias clave, como la construcción, la automotriz y la turística, por citar algunas–, mientras que en el 2020, el desempleo será el mayor del siglo y el colapso económico ya es inevitable.
Y frente a esa tragedia no habrá dinero para los programas sociales, tampoco para las obras faraónicas de López Obrador y menos para las pensiones de millones de jubilados. Y cuando el dinero se acaba y deja de entrar por la puerta para los beneficiados del clientelismo lopista, el amor saldrá corriendo por la ventana.
Y no, la culpa no es de la pandemia del Covid-19 –o no sólo es culpa del Coronavirus–, lo cierto es que en el primer año de gobierno, Obrador ya había destruido la economía, la confianza en la inversión; había destruido el sistema de salud pública; había tirado al drenaje el mayor esfuerzo por contar con educación de primer mundo, había abandonado a las mujeres, que son la mitad de la población; había peleado con los empresarios y dividido a los mexicanos, en buenos y malos.
En esos pocos meses, el presidente que se decía “la esperanza de México”, llevó a la desesperanza a millones de mexicanos que sufren los estragos de la violencia y el crimen; a miles que son desplazados por las peleas territoriales de las bandas criminales y otros tantos que han sido atrapados por el narcotráfico la trata de personas y hasta los niños sicarios.
Y es tal el fracaso de Obrador que, hoy, México es uno de los países más violentos del mundo, con la mayor cantidad de muertes –casi un centenar por día–, y con cifras récord en feminicidios y la muerte de niñas y niños.
Y si, el presidente Obrador y sus corifeos pueden decir misa y pueden seguir creyendo que engañan con su retórica barata.
Sin embargo, la terca realidad confirma, todos los días, que el gobierno de López está muerto, que fracasó su “Proyecto de Nación”, que se derrumbó el “Castillo de Naipes” motejado como “Cuarta Transformación” y que Morena nunca fue un verdadero partido político.
Y ese fracaso de escándalo lo confirman todas las encuestas.
Sí, el sexenio está muerto, igual que el gobierno de AMLO.
Al tiempo.